Incendios del miedo

ABC 14/02/14
HERMANN TERTSCH

· España y nuestras instituciones sufren un devastador incendio político, alimentado por la deslealtad, la impunidad y el miedo

No hubo ayer ocasión de que se pronunciara el ministro de Asuntos Exteriores, García Margallo, sobre los estudiantes muertos a tiros en Venezuela. Estaría enfrascado en pergeñarnos alguna nueva frase brillante sobre Cataluña, su asunto único para nada exterior. Una pena. Porque los demócratas en Latinoamérica, y especialmente en Venezuela, habrían agradecido cualquier mínima manifestación de afecto desde Madrid. Para aquellos que se juegan la vida y a veces la pierden, por demandar un Estado de Derecho, libertades políticas y económicas y un poco de respeto a los derechos individuales. Pero no puede ser. Sería meterse en un lío. El Gobierno de España ya no se da por enterado de lo que sucede en Cuba ni Venezuela ni nada que pueda importunar. Si hasta hemos mirado hacia otro lado mientras se acumulan en Washington los indicios de que un ciudadano español, Oswaldo Payá, fue asesinado a sangre fría por los sicarios de Castro. Cualquier cosa menos pleitos. Temor reverencial ante el pendenciero. Hemos adoptado así la política de Zapatero en el Caribe, de obsequiosidad con el matonismo totalitario. Desde una debilidad que se nota porque el miedo huele. Podemos agradecer a Dios, a la fuerza del sino o a Bruselas que, en materia económica, las imposiciones hayan llegado de la mejor de las partes. Que el matón al que había que plegarse era bueno. Y llegaba cargado de razón y decisión de poner coto a nuestros peores desvaríos económicos. Que por interés propio quería nuestro bien. En lo demás, la regla básica de conducta ha sido un sistema general de apaciguamiento en todos los frentes. Con el único sobresalto de que el ministro de Justicia, en sus juegos y añagazas, se ha pasado de frenada en una cuestión que creía poder usar bien para su promoción y conveniencia, el aborto. El sistema de claudicación preventiva del Gobierno se rige según una escala de la capacidad de abuso y atropello de la parte en conflicto.

Para determinar la premura con la que se debe ceder para evitar o posponer los conflictos. Así es en el exterior. Así en Cataluña. Así se hizo en Gamonal. Así también con una Andalucía que se perdió cuando se pudo ganar. Y frente un Gobierno andaluz que levita sobre cleptocracia e ideología redentora. Así se ha actuado con ETA y sus organizaciones. La metáfora total fue el pulso que echó un miserable etarra al Estado y lo rápido que ganó la batalla el agonizante imaginario. Por miedo. Por «la que nos montan en el norte». «Nada de abrir frentes». Así hemos llegado hasta aquí, desesperados por posponer todo hasta el momento en que florezca el buen humor y la gratitud con la economía. Pero las mejoras económicas son solo proyecciones cuando estallan a un tiempo todos los conflictos soslayados y pospuestos. Cuando la deriva catalana alcanza cotas insufribles llega ahora la otra apuesta, nada difícil de prever ella. El pacto para una izquierda con ETA era el plan original de Zapatero y Eguiguren en el País Vasco y Navarra. Aquí está. Creen llegado el momento. «El tiempo nuevo» según el siniestro Eduardo Madina. Con el asalto al Gobierno de Navarra de socialistas aliados con las organizaciones etarras, como primer paso para la unificación con el País Vasco. Con todos los frentes abiertos, el Gobierno insiste con la matraca de que la economía va a ir bien pronto y lo calmará todo. Pero España, su mapa, nuestras instituciones y leyes sufren un devastador incendio político, alimentado por la deslealtad, la impunidad y el miedo, que nadie tiene hoy controlado. Que no se puede aplacar sino, acaso, vencer.