LUIS HARANBURU ALTUNA-EL CORREO
- Los modos de ejecutar sus políticas cuestionan la idoneidad de Pedro Sánchez para presidir la Internacional Socialista
Blasonando de socialdemócrata, Pedro Sánchez se ha postulado en Nueva York para presidir la Internacional Socialista y ha manifestado que aspira a aportar su experiencia «para iniciar un nuevo tiempo en esta organización». A juzgar por las reformas emprendidas en el PSOE y los modos de ejecutar sus políticas, es cuando menos cuestionable la idoneidad de Sánchez para presidir la Internacional Socialista como pretende. El partido del que es el líder absoluto ha conocido bajo su mandato una plena transformación convirtiéndose en una plataforma electoral, sin otro objeto que el servicio de sus ambiciones personales, tras arruinar todo asomo de democracia interna.
En cuanto al modo de ejercer su poder desde La Moncloa, muchos hablan de cesarismo, autoritarismo e incluso populismo a tenor de las erráticas políticas que ha asumido a lo largo de su mandato. La experiencia que dice querer aportar no es, precisamente, su mejor tarjeta de presentación.
La democracia parlamentaria de los regímenes liberales se identifica tanto por sus contenidos como por sus aspectos formales. Entre los segundos, es fundamental el de la división de poderes, que trata de crear contrapesos e instancias críticas en el desarrollo de la acción política. Los tres poderes fundamentales son el ejecutivo o gobierno de la nación, el legislativo o parlamento y el judicial o gobierno de los jueces. Cuando alguno de estos poderes solapa a los otros o invade competencias que le son ajenas, nos hallamos ante una democracia iliberal o híbrida.
En este sentido cabe afirmar que la española es una democracia híbrida por cuanto el Gobierno de la nación invade los ámbitos de los poderes legislativo y judicial. La democracia es un régimen político siempre perfectible, pero existen casos como los de Hungría y Polonia que se han ganado a pulso las sospechas sobre su pureza democrática. Desgraciadamente, también la española apunta maneras de una democracia iliberal, por un progresivo deterioro de los aspectos formales, especialmente en lo referente a la división de poderes.
Cuando en su libro ‘Cómo mueren las democracias’ (2018) Steven Levitsky y Daniel Ziblatt escribieron que «las democracias pueden morir no a manos de los generales, sino de líderes elegidos, presidentes o primeros ministros que subvierten el propio proceso que los llevó al poder», estaban pensando en Donald Trump y otros autócratas de su calaña. Por supuesto que no pensaban en Pedro Sánchez, ni España se encontraba entre las democracias deficientes. En tan solo cuatro años, sin embargo, existen trazas de que está derivando hacia una democracia híbrida o iliberal, a la que también podría convenir el término ‘democradura’.
Al alcanzar Sánchez la presidencia del Gobierno después de la moción de censura de junio de 2018, lo hizo para «restaurar la democracia expropiada por los mangantes», pero muy pronto apuntó maneras autoritarias que se fueron afianzando a medida que avanzaba en su mandato. Su precaria mayoría parlamentaria lo impulsó a buscar cobijo en las fuerzas que se situaban en el extrarradio del pacto constitucional en el que asienta nuestra democracia. Secesionistas y populistas de izquierda ejercieron desde el primer momento una influencia nociva que fue derivando hacia una gobernanza de tipo personal y autoritaria.
Sánchez ha legislado de espaldas al Parlamento a fuerza de innumerables decretos leyes, contraviniendo los usos democráticos y sustituyendo de facto la función legislativa del Congreso, al que en dos ocasiones condenó al mutismo mediante sendos decretos, que el Constitucional consideró ilegales. Pese a la censura del alto tribunal, Sánchez ha continuado con su labor de acoso y derribo del poder judicial, provocando el colapso del Consejo General del Poder Judicial y despreciando las sentencias del Supremo con su política de indultos a los condenados por sedición, al tiempo que colonizaba la Fiscalía y la Abogacía del Estado, siempre con la prioridad de conservar su poder personal. Un poder que exhibió con el brusco cambio de la política exterior en el caso del Sáhara, sin previa consulta al Parlamento, al Consejo de Ministros o a su propio partido. Partido instrumentado al servicio de su poder personal y absoluto al haber neutralizado sus órganos de control.
La principal aportación de Sánchez a la política es su construcción del ‘enemigo’ en las claves de Carl Schmitt y de Ernesto Laclau. La principal función de la democracia es el logro de la convivencia entre distintos según unas normas acordadas por la mayoría, pero el sanchismo ha optado por sembrar la discordia, creando un enemigo impostado, potenciando las identidades particulares en detrimento de los consensos que sustentaban nuestra democracia. Un dudoso logro para optar al liderazgo de la socialdemocracia mundial.