Parece que algunos todavía sufrirán hasta asimilar que el Congreso ahora no funciona bajo la lógica bipartidista. Aferrarse a ese esquema para analizar la realidad política es inútil. Una melancolía inútil. Claro que, parafraseando a Einstein, es más fácil destruir un átomo que un esquema mental. Pero el Congreso ya no obedece a la guerra de trincheras sino a la guerra de guerrillas. La concepción de los dos grandes frentes de la derecha y la izquierda no basta para comprender la realidad. Se acabaron las dos líneas estáticas desde las que medir la potencia de fuego y la capacidad de resistencia. San Jerónimo ya no es Galípoli. Ahora se trata de guerra de guerrillas, e incluso Aznar, desde Faes, ha atacado a Rajoy en la antesala del congreso del PP.
La sesión parlamentaria de los martes tal vez sólo tenga valor simbólico para escenificar la soledad del PP en minoría, pero ese valor simbólico no es una nadería en política. Proyectar esa imagen del aislamiento del PP permite enfatizar la caducidad de su producción legislativa con el rodillo de la mayoría absoluta, e incluso desacreditar ésta. Eso no significa que haya dos bloques: el PP vs los Otros. Todo el arco parlamentario puede coincidir como oposición, pero no coincidiría consensuando una reforma. Son aliados coyunturales. Esta semana votaron Podemos, ERC y PNV con el PSOE contra la reforma laboral, y se abstuvo CiU con C’s; y hoy en el techo de gasto votarán PSOE, C’s y PNV con el PP. Más que geometría asimétrica, hay que recurrir a la teoría del caos.
Los movimientos tácticos de la guerrilla no sólo se dirimen en la línea de oposición izquierda-derecha. El PSOE calcula su estrategia sin perder nunca el control de Podemos en el retrovisor, y éstos no relajan el acoso en el rebufo; el PP marca a Ciudadanos, y estos buscan una hoja de ruta propia sin apenas margen; el PNV mide la distancia con Bildu tras pactar con el PSOE, y Convergència se enfrenta a una crisis con sus aliados de la CUP, partido antisistema que les acusa de burgueses mientras se lanzan a por la calle, tentando a ERC y Podemos, con las urnas en el punto de mira.
Los frentes de guerrilla no acaban ahí. El flanco más duro para el PSOE está en Ferraz, con los estertores sanchistas; Podemos pelea a quematuit por el poder en Vistalegre con guión de telenovela digital; C’s ha emprendido la desmitificación traumática de Rivera e incluso Aznar ha irrumpido en el campo de batalla arremetiendo como un toro contra Don Tancredo Rajoy. Se ve que ha olvidado el significado de la minoría –en 1996, él tuvo que firmar el Pacto del Majestic evolucionando en pocas semanas del «Pujol, enano, habla castellano» a «hablar catalán en la intimidad» y no recurrir la inmersión ante el TC– mientras Rajoy quizá festeje que Aznar lo sitúe en el centro moderado.
La guerrilla es una especialidad española. Desde Viriato y Corocota a DonPelayo, y de ahí al Empecinado, y suma y sigue hasta aquí. Kissinger marcó un matiz esencial: «En la guerra, un ejército pierde si no gana; en la guerra de guerrillas, un ejército gana si no pierde». A corto plazo se trata de sobrevivir, en el frente exterior, en la fronteras ideológicas y en el flanco interior; al menos hasta el próximo calendario electoral. Sea cuando sea.