EL CORREO 12/02/14
PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO, PROFESOR DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO EN LA UPV/EHU
· A ver quién es capaz de sacarle a Laura Mintegi el nombre de quien la designó para el puesto
Para Arantza Quiroga ha llegado el momento de descubrir la cara más real, y quizás la más amarga también, del poder en cualquier partido político: cuando quien lo detenta tiene que elegir a su propio equipo para desarrollar su política. Y nadie le puede reprochar a ningún líder político que ponga en marcha la maquinaria de la toma de decisiones, porque eso es precisamente lo que tiene que hacer, es una necesidad consustancial con el puesto de mando. Pero en este caso del PP vasco hay varias cuestiones que lo están enturbiando todo más de la cuenta y que deberían hacer reflexionar muy seriamente a la persona alrededor de la cual se está generando toda la expectación lógica del proceso, puesto que es ella quien detenta el poder.
Algún desajuste de declaraciones en la política del día a día, como, por ejemplo, aconsejarle al diputado general de Álava moderación respecto del PNV y luego reprocharle al lehendakari que se esté convirtiendo en portavoz de los presos, podría computarse, aplicando la preceptiva benevolencia para quien todavía no ha sido ratificada por su organización regional, como falta de rodaje en el cargo. Pero en todo lo que tiene que ver con la arquitectura interna del partido que va a presidir en los próximos años, la falta de una sólida cimentación desde un principio puede provocar derrumbes en el edificio, de efectos irreparables cuando toda la gente esté ya trabajando dentro.
Las dudas que están aflorando con el diseño de su equipo: que se deje que surjan nombres sin atajar de raíz las especulaciones, que queden nombres tocados, por no decir quemados, por haber salido en las quinielas innecesariamente, al albur de una suposición, de un comentario, esa ceremonia de la consulta previa entre presidentes provinciales, ese sondeo entre posibles afectados por causar baja o alta, esas comidas-conciliábulo que dan lugar a nuevos rumores, el sempiterno tema de los equilibrios territoriales… Toda esta aparente indeterminación, que podría ser prudencia, que cabría interpretar como una forma de comprobar adhesiones o como un sutil ejercicio de puesta a punto de voluntades y de vocaciones, se está transformando, por el tiempo que queda aún para el congreso del PP vasco de primeros de marzo, en una borrasca que amenaza con desenvolverse por su cuenta y riesgo, con todo lo que de incontrolable y contraproducente conlleva esa posibilidad.
Después de que Arantza Quiroga estuviera con María Dolores de Cospedal, secretaria general del partido, para confirmarla en el puesto tras su designación por Antonio Basagoiti; y sobre todo después de sus varios encuentros con Rajoy en Madrid, uno de ellos justo a su vuelta de Estados Unidos, con el simbolismo que ello conlleva; y, para mayor abundamiento, después de haber sido proclamada por el propio Rajoy, delante de todo el partido en la última convención del PP en Valladolid, como candidata ideal para llevar el timón en Euskadi los próximos años, es tal el poder acumulado por la líder del PP vasco que no debiera tener ninguna duda a la hora de realizar cualquier reajuste en el orden y jerarquía internos del partido para adaptarlo a sus necesidades políticas. Pero vemos, con cierto estupor, que las cosas no se están desarrollando de la forma lógica que cabría inferir de los antecedentes descritos.
Hay una consideración previa, de forma o de procedimiento, pero que en política es tan decisiva como lo que tiene que ver con el fondo del asunto: la política del orden y la jerarquía internos se deben llevar siempre con la máxima discreción. Tómese ejemplo, aunque solo sea para esto, de la izquierda abertzale: a ver quién es capaz de sacarle a Laura Mintegi o a nadie de su entorno el nombre de quien la designó para el puesto. Con lo cual se puede colegir que en el PP vasco alguien está hablando más de la cuenta y con quien no debiera. Porque, si no, no se entiende que esto haya salido a los medios con tanta antelación, y respondiendo, como se está viendo, a una causa real. El hecho de que haya salido, y con todos los visos de ser cierto, el rumor de sus preferencias para la secretaría general, o mejor dicho, de sus dudas respecto de la persona que ahora ocupa ese puesto, quiere decir que hay gente que no es todo lo discreta que debiera. En este asunto ha fallado algo por alguno de los eslabones de la cadena y es obligatorio que se tomen las medidas necesarias para taponar la fuga de información, a riesgo de que más adelante vuelva a darse la ocasión de que se produzca y con efectos más demoledores.
Y por lo que respecta al fondo del asunto. Volviendo a la cuestión de que un líder debe formar su propio equipo. Se antoja obligado empezar por diseñar el perfil de cada puesto que se pretende y luego ajustar a él a la persona más idónea, independientemente tanto de quién ocupe ahora un puesto similar como de pretendidos equilibrios territoriales, que no harían más que embridar la capacidad de decidir que todo líder se debe reservar siempre. Pero aquí hay una pieza de grueso calibre que no acaba de encajar. Si Arantza Quiroga está bendecida por Rajoy y por Cospedal, que son los números uno y dos del partido, que al fin y a la postre es lo que cuenta, por qué sus aparentes dudas y vacilaciones, por qué esta necesidad de sondear, de convertir en objetivo de los medios a la persona que ahora ocupa el puesto en litigio. ¿Tiene o no tiene el poder para formar su propio equipo? Pues si lo tiene ejérzalo. Porque lo único que va a conseguir con esto es que sus próximos empiecen a cuestionar su propio poder, o dicho de otro modo, que su entorno empiece a dudar de la capacidad que tiene para gestionar el poder que le ha sido otorgado, algo que resulta letal para cualquier líder que todavía no ha empezado, como quien dice, a desarrollar su propia capacidad de mando.