ABC 04/09/14
IGNACIO CAMACHO
· Solo un 16% de españoles estaría dispuesto a defender su país. Nuestro verdadero enemigo siempre hemos sido nosotros mismos
Mientras el islamismo corta cabezas allá en Irak, aquí nos creemos a salvo. No es que no tengamos miedo porque la incertidumbre económica y social sí nos da pánico; es que vivimos en los mundos de Yupi de las éticas indoloras, ajenos a cualquier peligro exterior, y la única amenaza que de verdad nos preocupa es que las eléctricas suban el recibo de la luz y no podamos pagar el aire acondicionado. Durante la última Guerra del Golfo hubo familias de militares que los despedían con pancartas de no a la guerra; el Ejército es una reliquia de tiempos pasados de la que bien se podría prescindir porque para repartir antibióticos en zonas de crisis ya están los Médicos sin Fronteras. Al fin y al cabo en los últimos siglos hemos tenido bastantes más guerras civiles que externas y para matarnos entre vecinos no necesitamos soldados.
Solo un 16 por 100 de españoles, encuesta del CIS al canto, estaría dispuesto a defender su país, y más de la mitad rechazaría expresamente hacerlo si fuese atacado. Las cifras serían menores si la pregunta hubiese incluido la palabra patria. Porque el sentimiento de nacionalidad –de orgullo ni hablamos– también desciende año tras año en beneficio de identidades autóctonas. Mentalidad pacifista y fraccionalismo territorial han minado la cohesión nacional en grado mucho mayor al de Alemania, Gran Bretaña o Francia. La supresión de la mili no fue tanto una decisión política, a la que el Gobierno de Aznar no supo sacarle rédito, como una necesidad técnica derivada del avance de la objeción de conciencia. Había regiones, como Navarra, el País Vasco o Cataluña, donde los objetores eran nueve de cada diez, y hubo que profesionalizar la defensa y en buena medida subcontratarla a esos latinoamericanos con los que suele bromear el cáustico Pérez Reverte. La crisis ha provocado más solicitudes de alistamiento pero durante la burbuja de prosperidad no había modo de crear una milicia autóctona. Lógico: si hemos dejado de creer en la nación para qué carajo vamos a defenderla.