Inercia sindical

KEPA AULESTIA, EL CORREO 01/06/2013

Kepa Aulestia
Kepa Aulestia

· ELA y LAB no pueden soslayar la reflexión autocrítica a la que les invita el resultado del 30 de mayo.

La huelga general que ELA, LAB y otras organizaciones convocaron para el pasado jueves se saldó con un seguimiento tan exiguo que sus promotores están obligados a una mínima reflexión autocrítica, aunque sea interna. Ni los sobrados motivos que justifican la protesta ni las nutridas manifestaciones que llevaron a la militancia de las mencionadas centrales a mantenerse unida y en movimiento durante toda la jornada pueden evitar preguntarse sobre sus fines y sus medios.

La acerada denuncia que emplearon para describir un mundo dominado por intereses espurios que se habrían apoderado de la política institucional no se sostendría si ELA y LAB se muestran incapaces de expresar alguna duda respecto a la rentabilidad social de su actuación. Los partidos se encuentran noqueados, como apuntó el secretario general de ELA, Txiki Muñoz. Pero el sindicalismo –en este caso, el nacionalista– está sujeto a un diagnóstico análogo. La globalidad de la crisis empequeñece a los actores de la política nacional, obligados a aplicar medidas dictadas desde instancias internacionales que se identifican con los intereses del capital financiero. Pero el canto a la desobediencia que encarnarían ELA y LAB no contribuye a aminorar los efectos sociales de la austeridad pública y de la flexibilización en las relaciones laborales. Hay una línea muy delgada que separa la defensa a ultranza de determinados postulados de la indefensión en la que acaban quienes se acogen a ella.

Seguro que Muñoz tiene sus razones para concluir que «donde no se pelea, se pierde más». Pero acto seguido es necesario preguntarse contra quién y a favor de qué se libra el combate. Sin caer en el fatalismo, resulta absurdo ponerse siempre a contracorriente de los cambios que experimenta el mundo. Tal actitud acaba escribiendo en la pizarra de las reivindicaciones un horizonte imposible que hace de la utopía más sugerente una pura quimera. La redacción participativa de una Carta Social que positive la contestación no puede ser la meta que persiga una organización de más de cien mil afiliados, que cuenta con un tercio largo de la representatividad sindical en Euskadi. La crítica más justa deriva en un discurso banal si no va acompañada de una actuación que mejore en algo aquello que se denuncia.

Los discursos de ELA y de LAB sugieren el establecimiento de una alianza entre los trabajadores que menos temores albergan sobre su futuro –que constituyen el grueso de su afiliación– y los sectores sociales que se encuentran a uno u otro lado de la linde de la exclusión. Se diría que los empleados con mayor seguridad de futuro arman su relato con la injusta situación por la que atraviesan los desposeídos de este oasis de bienestar que se llama Euskadi. Pero siempre con la idea subliminar de que solo el afianzamiento de los derechos adquiridos por los primeros procurará alguna salida a los peor parados. Una ecuación que únicamente se sostiene en el tono radical de los mítines. A este paso seguiremos siendo el reducto con mayores salarios y pensiones de la España financieramente intervenida, pero con una bolsa creciente de depauperación, incluso después de que oficialmente se ponga fin a la crisis.

Esta sociedad vasca, en la que todas las organizaciones dicen guiarse por objetivos precisos y actuar según estrategias premeditadas, se mueve sobre todo por inercia. La inercia es esa fuerza que se agota siempre antes de que se den cuenta de ello quienes cabalgan sobre ella. ELA y, en menor medida, LAB parecen decididos a enfrentarse cuerpo a cuerpo con los empleadores sin intermediación alguna y prescindiendo de la vigente reforma laboral. Confían más en la perpetuación del conflicto como un pulso interminable que en los beneficios de la paz social, denostada por estéril y claudicante. Pero es la renuncia expresa a la búsqueda de un punto intermedio, de un logro posible que comprometa al sindicalismo, lo que desconcierta incluso a sus partidarios.

«El poder anestesia a la sociedad y no tolera a quienes militamos en el contrapoder», sentenció el secretario general de ELA el pasado jueves. No le falta razón a la primera parte del aserto. Pero Muñoz se equivoca en la segunda. Quizá el ‘poder’ prefiera tener frente a sí un ‘contrapoder’ reacio al acuerdo y que, por eso mismo, quede neutralizado en medio de la nada. Ni siquiera el ser humano vasco está diseñado para «vencer el miedo» que provoca la situación actual sin que cuente con alguna alternativa viable al sometimiento absoluto a las leyes de la globalización.

La descripción del momento como un relato sobre culpables –patronales– y cómplices –políticos– de los desmanes del neoliberalismo condena a quien así piense a la impotencia. A partir de ahí ningún movimiento táctico desbordará el equilibrio de años que mantiene el panorama sindical en Euskadi. Tampoco ELA conseguirá un marchamo de autenticidad mayor que el que representa LAB al someterse a las necesidades gubernativas de EH Bildu y, al mismo tiempo, dictar buena parte de su programa de gobierno. La huelga general del pasado jueves fue política, pero en minúsculas; en sus intenciones y no en sus resultados. Sencillamente porque sus promotores no pueden capitalizar el seguimiento de la llamada al paro ni siquiera en la disputa doméstica que libran los sindicatos vascos entre sí.

KEPA AULESTIA, EL CORREO 01/06/2013