Del Blog de Santiago González
Si me perdonan la confesión personal, aunque contradiga una regla áurea de Paul Johnson, (embridar con mano firme el ‘’yo’ del columnista y los adjetivos calificativos), yo no pude votar a Ciudadanos. En su mejor época, Cataluña quedaba fuera de mi circunscripción, por lo que me conformaba con subir a mi blog las espectaculares tundas dialécticas que proporcionaba Albert Rivera a Artur Mas, el increíble hombre menguante. Cuando Rivera fue sustituido por Inés Arrimadas, las palizas se las daba Inés.
Cuando ella siguió a Rivera hacia la política nacional y podría haberles votado, ellos se encargaron de convencerme de que no lo hiciera, al malbaratar aquella victoria de los 36 escaños en las autonómicas de 2017 y demostraron, como decía uno de los padres fundadores, que al dar el salto a la política nacional se metieron en una charca mucho más grande y naufragaron.
Ciudadanos tuvo la ocasión después de aquello de ofrecer a Pedro Sánchez un acuerdo como el que ahora intenta poner en pie de manera tan trabajosa como improbable: un pacto que sumara mayoría absoluta, los 180 escaños que sumarían los 123 de Sánchez con los 57 de Rivera, un Gobierno que le ahorrase al doctor Sánchez la tentación de pactos frónkonstin con bolivarianos, nacionalistas, golpistas y derivados etarras, salvo que estos no los hiciera por necesidad, sino por vicio.
No quisieron entonces y ahora ya es muy tarde para casi todo. C’s ha perdido 47 escaños en el Congreso y el sondeo que publicaba los días pasados GAD-3 en La Vanguardia auguraba parecido desastre en Cataluña: Los 36 escaños que los configuraron como el primer partido allí se han quedado en 13. Ha pasado a ser el cuarto después de administrar muy lamentablemente su responsabilidad de líder constitucionalista. Por primera vez en los últimos años, los independentistas se harían con la mayoría absoluta de los votos, el 51%, con lo que obtendrían una holgada mayoría en escaños, 77 (la absoluta son 68) y sin contar con el comodín de En Comú Podem, que tendrían otros 7.
Ahora trata de muñir Inés “unos presupuestos que no dependan de los independentistas, ni de ERC ni de Bildu, que serán mejores para los españoles, que no los decidan Rufián, Otegi e Iglesias en un despacho”. En un despacho o en la pradera de san Isidro, Ciudadanos solo puede arrimar a esa fogata el ascua de sus diez escaños en el supuesto de que el PSOE se garantice previamente los votos de Podemos, del PNV y de EH Bildu. Demasiados supuestos. Es muy probable que Sánchez no quiera cambiar los 13 apoyos de ERC por los 10 de Arrimadas, que se le quedarían algo cojos, sin despejar aún la incógnita de Bruselas.
Pero Inés, que es mujer con un inmejorable concepto de los suyos, debe de considerar que ellos pueden hacer llegar al Gobierno donde no podrían ERC ni Bildu. Ya mostró ese pundonor cuando propugnaba un acuerdo entre el PSOE, el PP y los suyos, una mayoría de 221 escaños, que sería inexpugnable. A mí me gustaría, porque yo soy muy de gran coalición, aunque me temo que Sánchez y Casado no. Pero si lo fuesen, ¿adónde les llevarían 221 diputados que no llegasen con los 211 propios?¿Por qué serían necesarios si no fuera por el placer se su compañía y su charla, sin duda inteligente?
Ella no se arredra por tan poca cosa. Recuerden que ante las autonómicas gallegas pretendía fungir un pacto electoral con Núñez Feijoó que llevase nombre propio. El presidente de la Xunta, que llevaba encadenadas tres mayorías absolutas se negó, como es natural, y los resultados dejaron las cosas claras: el PP sacó el 47,98% de los votos, 42 escaños y C’s, el 0,75%, cero escaños. La coalición si cuajó en Euskadi, donde el PP cedió dos de sus escaños a un partido que no tenía expectativas de sacar ninguno.
Parece que negocian discretamente, a cencerros tapados, podríamos decir. Veremos lo que da de sí, aunque la bella Inés seguirá con el pundonor de la pulga en la fábula de Samaniego: “del peso te libro yo./ Y el camello respondió:/ gracias, señor elefante”.