Yo siempre he sido más de Inés Arrimadas que de Ciudadanos desde que en octubre de 2015 se negó a cantar el himno autonómico en el Parlamento regional cruzada de brazos y con la barbilla al cielo mientras el resto de la concurrencia, y entre ella el socialista Miquel Iceta, cantaba a voz en grito aquello de afilar las hoces para rajarle la garganta al enemigo.
El enemigo en Cataluña, claro, siempre han sido ella y los que son como ella, así que parece lógico negarte a cantar un himno que llama a tu degüello. En Cataluña, sin embargo, el gesto alborotó sobremanera a los parroquianos. ¡Cómo se atrevía una charnega llegada desde Jerez de la Frontera a negarse a poner el cuello a disposición de los señoritos de la Bonanova con casa de veraneo en Begur!
Ahí se ganó Arrimadas a pulso el apodo de «la montapollos», el más halagador que uno puede ostentar en una comunidad donde la hipocresía se confunde con la buena educación.
Reacció de la cap de l’oposició @InesArrimadas quan s’ha cantat l’himne nacional de Catalunya al @parlament_cat pic.twitter.com/mmXj9vdTAA
— Jordi Borràs (@jordiborras) October 26, 2015
Alguien en Cataluña (quiero creer que fui yo, pero quizá fue otro) recordó de inmediato el gesto de August Landmesser, el trabajador alemán que en 1936 se negó a hacer el saludo nazi como el resto de sus compañeros de los astilleros Blohm und Voss de Hamburgo. Y para qué más. ¡Cómo nos atrevíamos a comparar peras con peras, manzanas con manzanas y al nacionalismo con el nacionalismo!
En realidad, el gesto no indignó tanto como asustó a la alta burguesía catalana con abono de temporada en el parlamentito local. Porque a nada se le teme más en Cataluña que a esa criatura mitológica conocida como «el quinqui». Un ser contrahecho y al que se le supone una inteligencia límite, pero también poderes sobrehumanos, como el de la capacidad de acabar con culturas milenarias por la vía de la coyunda con los lugareños. Se habla de algunos catalanes de purasangre que tras una noche de vicio con el (o la) quinqui han perdido los ocho apellidos y han despertado apellidándose como sus abuelos: Pérez, Fernández, Sánchez. Un horror.
E Inés era la quinqui alfa de Cataluña. La Pijoaparte del siglo XXI. La ayatolá de los charnegos. Todo un honor.
A Inés Arrimadas todavía le reprochan hoy haberse ido de Cataluña, que es como reprocharle al Steve McQueen de La gran evasión que escape del campo de concentración de Stalag Luft III en vez de quedarse con el resto de prisioneros a disfrutar de la hospitalidad de los guardianes alemanes. Yo me fui de Barcelona, donde había vivido durante 40 años, al mismo tiempo que ella se mudaba a Madrid y, aunque no puedo hablar por Arrimadas, estoy dispuesto a jugarme mi salario mensual a que ni ella ni yo nos hemos arrepentido durante un solo minuto de la decisión.
Cuando llegué a Madrid, después de pasar el año de pandemia en Cádiz, descubrí que los catalanes no le importamos un carajo a nadie, en el sentido más positivo de la expresión. En el peor de los casos nos consideran una gente un poco tosca y antipática, como todos los norteños, y más pretenciosos que elegantes, pero sobre todo terriblemente pesados por nuestro complejo de región sin historia. En la mayor parte de los casos, ni siquiera eso. Como dice Rafa Latorre, uno viene a Madrid a que le dejen en paz. A quitarse el provinciano que uno lleva dentro como si fuera el meconio. Superado el jet lag de la autoimportancia que los catalanes llevamos a cuestas, uno se convierte en un ciudadano del siglo XXI. En un ciudadano libre. Si hubiera querido ser un súbdito lleno de terrores y de rencores me habría quedado en Barcelona.
Explico este rollo porque Arrimadas ha tenido un papel en ello. Su Ciudadanos no logró liberar a todos los catalanes, pero sí a muchos de ellos.
No sé si Ciudadanos habría logrado sobrevivir en España si hubiera sido más o menos socialdemócrata o si Arrimadas hubiera hecho esto o aquello o no se hubiera equivocado aquí o acullá. Sé que recogió el partido tras caer a los 10 diputados desde los 52 y que el sanchismo ha sido una trituradora de consensos al que no ha sobrevivido ninguno de los líderes que acompañaban a Sánchez en los debates electorales de 2019. Ninguno.
Todos los críticos dicen tener la fórmula secreta para haber convertido esos diez diputados en 90, pero la realidad es que ninguno de ellos demostró en las urnas que esa fórmula fuera algo más que wishful thinking. Hace sólo unas semanas, en un acto en la Carlos III donde coincidí con Inés Arrimadas y Begoña Villacís, dije que en España nunca hemos disfrutado de libertad y orden simultáneamente: cuando hemos tenido libertad no hemos tenido orden y cuando hemos tenido orden no hemos tenido libertad. Arrimadas contestó «es que sin orden no hay libertad». Y eso, tan sencillo, es lo que era Ciudadanos. No todos en el partido lo entendieron así y de ahí muchos de sus problemas. Pero Arrimadas sí lo entendió.
Arrimadas escapó primero del campo de concentración catalán y ahora ha decidido escapar del de la política. Y encima se larga a Jerez. Anda que no sabe, la jodía.