Miquel Giménez-Vozpópuli

Théophile Gautier fue un maudit: romántico, parnasiano, amigo del nebuloso Gérard de Nerval o de esa factoría literaria con patas llamado Alejandro Dumas; consumidor de hachís junto a Baudelaire, periodista, escritor, poeta y un ecléctico avant la lettre que igual se codeaba con la princesa Matilde Bonaparte, que trabajaba de corresponsal en la primera guerra carlista española o era rechazado tres veces por la Academia Francesa que, como pasa con las academias, no supo captar el talento de aquel bohemio lúcido. Fue Gautier quien sentenció que el azar no es más que un seudónimo que adopta Dios cuando no quiere firmar. Imaginamos como le habría fascinado a ese observador impenitente de España la urdimbre que hilvana las trayectorias de Inés Arrimadas y Macarena Olona, una trama racial, cruda, de amaneceres rosáceos y crepúsculos malvas.

Inés ha dicho que se va y Macarena que vuelve. La primera, con el desgarro de quien sabe que lo fió todo a su suerte, al azar, a la baraka emanada de la Divina Providencia; la segunda, que vuelve convencida de que las líneas de su mano se conjugan perfectamente con los astros y los dioses están a su favor. Dos mujeres, dos proyectos, dos personalidades distintas y, a la vez, trágicamente parejas. Las dos se saben distintas del resto y es muy posible que lo sean, pero como le respondió el juez que condenó a Andrea Chenier a la guillotina al decir éste que era inocente, “No basta con eso, querido amigo”.

Macarena, que es alma cargada también del orgullo y la pasión que sólo conocen aquellos que tienen cuentas que saldar con su pasado, ha caído en la misma trampa en la que se sumió Inés

No basta con ser Inés o Macarena ni basta con la ambición personal porque, si así fuera, cualquiera podría escalar ese monte Olimpo que denominamos política. Inés, acaso, podría darle algún consejo a Macarena, ella, que lo tuvo todo y todo lo perdió, que habiendo derrotado al separatismo en las urnas tras el intento de golpe de estado se vio derribada por el pétreo muro de la política nacional, ella, altanera, orgullosa, audaz y ahora trocada en pálido reflejo de lo que fue. Inés podría decirle a Macarena que todo en política es trampantojo, ilusión, mentira y que quizá no valga la pena sacrificar la vida para conseguir llegar al trono de los poderosos, porque siempre está ocupado por alguien que llegó antes que tú. Inés, que se emborrachó de soberbia hasta el punto de plantarse ante un Rivera, lo que por entonces era mucho plantarse, y ponerlo en la disyuntiva de aceptarla en Madrid o atenerse a las consecuencias, anda ahora sobrada de humildad. Lástima que la lección se haya llevado por delante al partido que representó en su día la alternativa liberal más importante desde la Transición. Macarena, que es alma cargada también del orgullo y la pasión que sólo conocen aquellos que tienen cuentas que saldar con su pasado, ha caído en la misma trampa en la que se sumió Inés. Pero no es eso.

Ojalá pudiera uno poseer la capacidad de persuasión suficiente como para que Inés hubiera hecho caso a este pobre escribidor en su momento, al igual que ahora Macarena.

Lo sensato es vivir. Vivir por encima de todo y pensar a favor de uno mismo, jamás a la contra. Ojalá Inés encuentra la paz que se negó cuando, no hace mucho, se deslizaba omnipresente por los resbaladizos salones de la política nacional hasta caer, inevitable y ruidosamente, contra el marmóreo y duro suelo de la realidad; ojalá Macarena pudiera evitar lo mismo que, probablemente, acabará pasándole. Otra vez. Ojalá pudiera uno poseer la capacidad de persuasión suficiente como para que Inés hubiera hecho caso a este pobre escribidor en su momento, al igual que ahora Macarena.

La misma tramoya, los mismos o parecidos partiquinos, la eterna y gastadacanzonettadel ni de derechas ni de izquierdas, el mismo decorado raído sin apenas colores

Asistimos a un gambito de dama pero no de obra de teatro. La misma tramoya, los mismos o parecidos partiquinos, la eterna y gastada canzonetta del ni de derechas ni de izquierdas, el mismo decorado raído sin apenas colores. La sala está vacía. El público se muestra indiferente. Sabe que, aunque cambie la protagonista y parezcan distintas, es la misma cosa de siempre. Adiós, Inés. Sé feliz. Hola y adiós, porque durará poco, Macarena. El azar, siempre ese azar tras el que se oculta un Dios ante el que toda vanidad cae despedazada. Sic Transit Gloria Mundi.