Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
 

En mi lejana infancia, una diversión fija del calendario era ir a disfrutar en La Concha de las olas de septiembre en las mareas vivas. Marcaba la despedida ritual del verano e inicio del curso escolar. Entonces el clima era más previsible y menos drástico que ahora, y las olas de septiembre solían llegar puntuales. Se alzaban y rompían con violencia muy cerca de la orilla, removiendo mucha arena y dando ruidosas volteretas al bañista. No era raro perder el bañador en el remolino, añadiendo diversión.

Ni Feijóo ni nadie debería ganar las elecciones para ser un anti-Sánchez con nuevas leyes populistas descerebradas, sino para barrer el sanchismo de las leyes

Cosas de la vida o el eterno retorno, este verano vamos a hablar mucho de olas un poco antes de septiembre, aunque sean olas políticas. Adelanto que las olas políticas de calidad también deben romper con fuerza, revolver el agua con furia y remover a fondo la arena. El folklore gallego abunda en canciones de ondiñas veñen e van, así que Feijóo entenderá sin dificultad a qué me refiero. Pero es muy posible que otros agentes influyentes estén en otra onda, y prefieran pensar en adorables olitas que apenas hagan amables burbujitas en la arena. Error garrafal, pues el arte de las olas consiste en saber cogerlas y surfear con ellas, o te revuelcan y no sirven para nada. Y mucho mejor una buena marea viva que un temporal desatado, destructor del litoral. Veamos tres casos de mala comprensión de la ola que nos llega: el de Sánchez, el de Bildu, y el de los despistados que miran a la playa en vez de a la marea que sube.

1.- Sánchez y la ola reaccionaria

Sánchez estaba ávido por pasar a la Historia y va a conseguirlo, pero por razones muy diferentes a las apetecidas. Terminará su mandato sin acabarlo y dejando un rastro de ruinas, y dejará al PSOE hundido en merecida ignominia y oprobio. El truco de adelantar las elecciones a julio tras oír al consejero de cámara, ese que susurra solícito lo que quiere oír el jefe, tiene un problema: desprecia la objeción más obvia. En efecto, no puedes ir a generales inmediatamente después de obtener el 38’5% de los votos en las mucho más favorables municipales, y eso sumando a todos tus socios. Menos aún con éstos agonizando, y menos para rematarles a traición en un giro de 180º tras inflar la burbuja de Sumar. Ni con tu propia militancia, si queda, deprimida y agotada, y tus altos cargos ansiosos consultando Linkedin.

La única explicación del despropósito de imponernos un segundo plebiscito sobre Su Persona es que crea pillar desmovilizada a la “ola reaccionaria”, al voto liberal y de derechas que compone hoy la única ola verdaderamente progresista. Craso error, porque incluso así su electorado estará no menos desmovilizado y mucho más harto y desmotivado. El vídeo zombi del PSOE dice todo de un tipo aferrado al pasado como si fuera el futuro. Un error característico de los psicópatas agresivos, mucho menos inteligentes de lo que suele creerse pues, convencidos de su genio, cuando comienzan a encadenar errores no saben parar y emprenden la huida al abismo.

2.– Bildu o la fábula del escorpión y la rana

Bildu tiene pocas razones para la euforia. El blanqueamiento en masa, regalo de la política y medios españoles, ha conseguido que la mayoría de la sociedad vasca, que aporta su mala conciencia o ignorancia del pasado reciente (según la edad), considere a ese partido uno más y legítimamente votable, pues si no, ¿por qué es legal? Y si ETA ha matado, ¿no mataba también el franquismo? Pregunta a sus votantes y eso es lo que te dirán, igual que muchos que no les votan pero quieren ser sus socios. Por eso Bildu, el peor socio de Sánchez, es el mayor beneficiario de sus desmanes (y el hipócrita PNV uno de los más perjudicados). Pero si no me equivoco, sólo a corto plazo.

Copará poder institucional para descubrir lo poco que vale si el Gobierno español rechaza todo trato con ellos, sea por convicción o, mejor aún, por interés

Vuelve la fábula de la rana y el escorpión: cuando Bildu decidió provocar con 44 candidatos terroristas, incluyendo siete asesinos, sabía que podía matar a su inestimable socio batracio. Pero ha calculado mal y no llegará a su orilla de Estado vasco socialista, euskaldún y feminista o así. No sin la rana. Copará poder institucional para descubrir lo poco que vale si el Gobierno español rechaza todo trato con ellos, sea por convicción o, mejor aún, por interés y conveniencia, pues ahora la alianza con terroristas y golpistas resulta mortal. Añadamos que la drástica pérdida de peso vasco (y catalán) en el tablero español, ese éxito histórico del nacionalismo, convierte a los peones abertzales en muy prescindibles: su futuro está en vegetar en su pequeña y menguante charca embarrada y sin ranas, ezkerrik askoLa ruptura desesperada (y tramposa) del PSOE con Bildu en Navarra anticipa la impotencia que viene; ya ha provocado la ira de Otegi. Y en Cataluña no será muy diferente, salvo que otro Fraudillo les devuelva iniciativa y poder.

3.- Los que miran a la playa cuando viene la ola

Más no han pasado tres días de la ola que ha barrido al sanchismo y ya empiezan a clamar los guardianes de las esencias advirtiendo del peligro de traición, derrota, frustración histórica, regreso del maldito sanchismo. No hay mejor manera de propiciar la derrota que anunciarla por adelantado, pero son gentes poco permeables a la razón y más inclinados a emociones masoquistas. Esperar todo de la política es su primer error. La política, como siempre ha defendido el verdadero liberalismo, está para defendernos de los políticos peligrosos, que suelen ser los más ineptos (véase el punto 1).

Ni Feijóo ni nadie debería ganar las elecciones para ser un anti-Sánchez con nuevas leyes populistas descerebradas e instituciones colonizadas por los suyos, sino para barrer el sanchismo de las leyes e instituciones incluyendo los medios de comunicación, acabar con la ineptocracia y devolver la libre iniciativa a la sociedad civil, tan decaída. Yo aplaudiría con solo la mitad. Pero para eso hay que ver venir las olas de frente y saber cabalgarlas. ¿Sabremos esta vez?