Infartos represivos

FLORENCIO DOMÍNGUEZ, EL CORREO 02/04/13

· En el informe de enero de Etxerat, López Peña no aparecía en la lista de reclusos «gravemente enfermos».

La muerte en un hospital de París del exdirigente de ETA Xabier López Peña ha sido utilizada por la izquierda abertzale para cargar contra la política penitenciaria a la que se responsabiliza del fallecimiento del terrorista. Pocos días antes se hacían similares acusaciones con motivo de la muerte de también etarra Angel Figueroa.

López Peña murió como consecuencia de una enfermedad cardíaca detectada en prisión. Alegan que tenía que haber sido excarcelado por su dolencia que le había sido detectada en 2009. Es una petición interesada realizada a toro pasado: en el informe elaborado a finales de enero pasado por la asociación de familiares de presos de ETA Etxerat, el nombre de López Peña no aparece en la lista de reclusos «gravemente enfermos» cuya excarcelación se viene reclamando desde hace tiempo. Tampoco lo incluyeron en la ampliación de la lista con dos presos más que dieron a conocer el 11 de marzo.

Figueroa, por su parte, murió en su domicilio de Getxo ya que tenía concedido el régimen de prisión atenuada por enfermedad. El etarra tuvo que desobedecer en su día las órdenes y los reproches que le hicieron los comisarios de ETA por aceptar las condiciones que le permitían salir de la cárcel. Le criticaron por salir de prisión por enfermedad y ahora denuncian que haya muerto en su domicilio.

La izquierda abertzale protesta igual si los presos de ETA fallecen en la cárcel o si lo hacen en su casa, de lo que se deduce que deben estar contra la muerte en sí, al margen de donde se produzca, siempre que el muerto sea de uno de sus fieles. Eso o que se trata de una actuación oportunista que quiere aprovechar las desgracias para impulsar sus objetivos políticos.

A finales de 2011 la izquierda abertzale elaboró un listado de lo que presentó como «víctimas de la represión de los Estados». La lista en cuestión incluía a sesenta fallecidos por enfermedad, nueve de ellos muertos cuando estaban en prisión, el resto en libertad. Uno de los incluidos en esa lista, por cierto, era uno de los más destacados confidentes que hayan tenido los cuerpos de seguridad en las filas de ETA. Las causas de la muerte de ese grupo de personas eran las normales en el conjunto de la población, problemas cardíacos, cáncer, etc. Diecinueve de los fallecidos se encontraban en Francia, tres en México, otros tantos en Venezuela, otro en Cabo Verde, uno más en Cuba, otro en Togo y otro en Uruguay.

Cuando Nicolás Maduro, el «presidente encargado» de Venezuela, especuló con la posibilidad de que el cáncer que mató a Hugo Chávez le hubiera sido inoculado al líder bolivariano no estaba inventando nada. Antes que él la izquierda abertzale ya tenía registrada la patente de la enfermedad como instrumento de persecución de los Estados y del infarto represivo.

FLORENCIO DOMÍNGUEZ, EL CORREO 02/04/13