Isabel San Sebastián-ABC
- Nadie comprende que se permita ir a votar a los contagiados cuando los moribundos no se pueden despedir de sus familias
Cada día, desde hace casi un año, mueren por Covid en España tantas personas como si se cayera un avión. Esta cifra podría haberse contenido de forma drástica al principio, si el Gobierno, atendiendo las recomendaciones de los organismos internacionales, hubiese puesto en marcha medidas de férreo distanciamiento social. Pero Sánchez y su socio, Iglesias, prefirieron desoír esas advertencias, hacer caso omiso del sentido común y mantener los fastos del ocho de marzo, para que Irene Montero exhibiera su cartera de Igualdad. El impacto de esas marchas en la rápida propagación del virus tuvo consecuencias letales para miles de ciudadanos, que pagaron con la vida tamaña irresponsabilidad. Se autorizaron en la misma fecha otras concentraciones de gente igualmente temerarias y no menos dañinas, probablemente con la pretensión de servir de coartada a la manifestación feminista. Y al final, sobrevino el desastre. ¿Aprendieron algo nuestros próceres de su imprudencia temeraria? No. Nada de nada. Antes, al contrario, se disponen a repetirla.
El próximo 14 de febrero van a celebrarse en Cataluña unas elecciones autonómicas coincidentes en el tiempo con un pico aterrador en la tercera ola de esta epidemia. Unas elecciones anheladas por el PSC y avaladas, de momento, por la Justicia, en una decisión tan acorde a Derecho como incomprensible con arreglo a la lógica. Porque nadie en su sano juicio comprende que se permita la celebración de mítines multitudinarios mientras la hostelería y el comercio sufren los efectos ruinosos de los cierres decretados con el fin de proteger la salud pública, o mucho menos que se aliente la participación en los comicios de las personas infectadas y/o en cuarentena, reservándoles, eso sí, una misma franja horaria al final de la jornada. ¿Es que se han vuelto locos? ¿En qué cabeza cabe semejante aberración? ¿Por qué han de someterse a un riesgo tan elevado y gratuito los integrantes de las mesas electorales obligados por imperativo legal a formar parte de las mismas, aun en contra de su voluntad? ¿Cómo se justifica que los mismos enfermos a quienes, incluso en trance de muerte, se impide ver a sus familias, sean autorizados ahora a salir alegremente a la calle, acercarse a su colegio y depositar una papeleta potencialmente impregnada de virus?
Resulta todo tan demencial, que únicamente a la luz del más vil interés político cobra algo parecido al sentido este cúmulo de disparates. Y no puede ser casual que el candidato socialista, favorito en la encuesta del CIS, haya sido hasta hace un rato ministro de Sanidad. Ignoro si el PSC se beneficiará tanto del «efecto Illa» como augura su colega Tezanos. Cosas más raras se han visto en esta vieja piel de toro. Lo seguro es que los catalanes sufrirán el mismo calvario que Madrid tras el 8-M: más contagios, más ingresos hospitalarios, más pobreza, más muerte.