JUAN CARLOS RODRÍGUEZ IBARRA-EL MUNDO
El autor critica las prisas de Pedro Sánchez a la hora de convocar una consulta a la militancia del PSOE sobre el acuerdo con Podemos. Considera que antes de dar este paso debería definir su hoja de ruta para el Gobierno.
POR UNAS DECLARACIONES que le hice a Carlos Alsina en su programa de Onda Cero en 2016, mi nombre ha vuelto ser noticia en distintos medios de comunicación y, según los que andan metidos en esas selvas, motivo de elogios, diatribas e insultos en la redes sociales, sitio donde anida la libertad de expresión e información adobada de anonimato y cobardía como nunca se había visto antes de la aparición de Internet. Querer debatir con quienes aquellos a los que mi nombre envenena sus sueños no deja de conducir a la melancolía. Siempre que me llegan noticias de que a las tres o a las cuatro de la mañana de un sábado cualquiera algunos utilizan ese tiempo tan precioso y tan deseado, sobre todo cuando se tienen 20 a 30 años, para pensar en mí, siento que esas personas, lejos de necesitar mi respuesta a sus denuestos, lo que necesitan es acudir a la visita de un psicólogo, psiquiatra o sexólogo. Los sábados por la noche perdidos en escribir contra otro no se recuperarán en la vida. Quienes en lugar de aprovecharlos como hay que aprovecharlos los desaprovechan, lo que necesitan es comprensión y lástima. Mucha lástima.
Por eso no voy a emplear este artículo en sostener, aclarar o desmentir lo que dicen que dije. Soy un socialista que, situado en la reserva y colocado en la sobremesa de mi vida, pertenezco al grupo de militantes que no queremos nada. Mi interés no se fundamenta en querer sustituir o derribar al secretario general del PSOE. La cultura partidaria adquirida en tantos años de militancia me impulsa, incluso sin quererlo, a tratar de influir en las decisiones más transcendentes que se ve obligado a adoptar el máximo responsable de los socialistas, para que su actuación no venga influenciada solo por una única opinión o por una sola corriente de pensamiento dentro del ideario socialista.
No me afilié al PSOE para dejar que otros decidan por mí, salvo en los casos en los que mi opinión haya sido tenida en cuenta para omitirla o para incorporarla en el proceso de toma de decisiones. Que esa y no otra es la obligación de quien se sitúa en la cúspide de una organización: sintetizar en una sola las diferentes voces que se levantan a la hora de abordar temas complejos que por su complicación deben gozar de diferentes visiones y perspectivas. Cuanto más mayor me hago, más próximo me encuentro de los que dudan y más lejano de los que están seguros de todo. Solo es posible dialogar con los que no se encuentran en posesión de la verdad absoluta. Y, como nos enseñaba Ramón Rubial, que fue presidente del PSOE y modelo de militante socialista, con más de veinte años a sus espaldas de cárceles franquistas por defender esos ideales de justicia, paz e igualdad, «hay que ser patriotas del partido socialista si el partido sirve para defender los intereses de los españoles; de lo contrario, ¿para qué se quiere ese patriotismo?».
Pues, desde esas posiciones, quiero hacer oír mi voz porque es mucho lo que nos estamos jugando los españoles como para que el silencio de la mayoría y los insultos de la minoría cobarde sea lo único que resuene en un país que, después de las elecciones del pasado 10 de noviembre, permanece atónito por las decisiones que se están pergeñando sin que haya explicaciones que las justifiquen. No me preocupa tanto la actitud de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno en funciones y secretario general del PSOE, por su repentino cambio de libreto, como el silencio –¿cómplice, aturdido, cobarde?– de quienes tienen la obligación de hablar o de exigir que se les hable. Ese débito viene impuesto por el hecho de que el próximo día 23, los militantes socialistas hemos sido convocados para emitir nuestro voto a favor o en contra ¿de qué? Ya tuvimos la experiencia del referéndum que hicimos cuando se pensó gobernar con Cs en 2016 y no debemos conformarnos con una situación parecida a aquella ahora que sí se sabe que el PSOE pude asumir la responsabilidad de gobernar con Unidas Podemos –y no se sabe si con o gracias a alguien o a algunos más–. Nadie tiene derecho a preguntar sobre un asunto tan vital si no proporciona todas las claves que nos permita hacernos una idea cabal de hacia dónde vamos a caminar.
No voy a entrar en el sencillo juego de poner en nuestras bocas todo lo que hemos dicho en las campañas de abril, mayo y noviembre sobre Unidas Podemos y los independentistas; me interesa mucho más que en esa consulta se nos trate como a adultos o si se quiere como a socialistas alemanes, que también fueron consultados por su partido, el SPD, antes de formalizar un pacto con Angela Merkel. Para que el militante socialista alemán supiera lo que se quería de él, recibió un documento de 400 páginas en el que se especificaba todas y cada una de las medidas y acciones que se llevarían adelante si los afiliados daban su visto bueno al texto de la consulta. Lo exigible de una organización tan veterana y competente como el PSOE es que como mínimo se nos diga qué se va a hacer y con quién se va a hacer; qué líneas rojas no se van traspasar y en qué demandas de los independentistas no se va a capitular.
No me basta con que se nos pregunte si apoyamos o no un acuerdo de gobierno con Unidas Podemos, así, sin anestesia. No habrá ni un solo cargo institucional que estuviera dispuesto a aprobar en su ayuntamiento o en el parlamento una moción que no viniera acompañada de una explicación de motivos y de los puntos explicativos de lo que se pretende conseguir. Ni me resultan creíbles aquellos que predican que ese pacto es la única salida. ¿Qué salida? Nadie dice más que eso. Pero, ¿eso es útil y beneficioso para España y para los españoles?
Sin información no se puede opinar y, por lo tanto, no se debe preguntar hasta que no se informe.
Juan Carlos Rodríguez Ibarra es ex presidente de la Junta de Extremadura.