IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Vox es la solución equivocada, el camino primario que la razón busca cuando sucumbe al hartazgo del supremacismo dogmático

Pocos autorretratos mejores puede sacarse Vox que el exabrupto de Abascal en Buenos Aires, esa frase tan comedida, tan prudente, sobre colgar de los pies a Sánchez. Y sobre todo la negativa a rectificar, a matizar siquiera; esa pulsión tan bizarra de no arrugarse para no parecerse a la derechita cobarde. Un tío de Vox no se achanta ante nadie y, total, la Historia está llena de ejemplos de gente colgada de alguna parte. A sus electores les gusta esa pose de ‘pechojierro’, esa valentía castiza de ‘echaos palante’ que últimamente hasta sacan de paseo la Cruz de Borgoña de los tercios de Flandes. Y sí, son tres millones largos de votantes, todos muy respetables, pero también Podemos llegó a tener cinco millones y no por eso dejó de ser un partido de (muchos) resentidos sociales. Con todos esos votos detrás, Vox sigue siendo una fuerza inmadura que presume de coraje pero sólo muestra talento para los ‘memes’, los bulos que propaga en sus redes y grupos de ‘whatsapp’, tan eficaces, y las enormidades con que adorna sus mensajes.

Vox es un cuadro de Covadonga pintado a brochazos. Un desahogo instintivo, básico, de ciudadanos biempensantes cansados de ser sensatos. La solución equivocada que la razón busca cuando sucumbe al hartazgo y se deja llevar –«cojones y españolía», a mí, Sabino, que los arrollo– por los sentimientos primarios. La tentación iluminada de arreglarlo todo en dos patadas, la política de aficionados, la sugestión del mesianismo como conjuro del fracaso. La respuesta populista al populismo de signo contrario, la reacción visceral ante el abuso de una izquierda henchida de falsa hegemonía moral y de supremacismo dogmático. El fruto lógico pero estéril de la rabia por la imposición de una progresía obligatoria, por la arrogancia separatista, por los certificados de buena conducta ideológica, por la consideración de las minorías identitarias como medida de todas las cosas. Una explosión de rebeldía conservadora encauzada en el fragor de las hipérboles retóricas.

Esa agresividad hiperventilada lo ha convertido en el mejor aliado del sanchismo. La propaganda oficial lo necesita como espejo cóncavo de su estrategia de enfrentamiento cívico. Ocurre que muchos españoles, tantos o más que los simpatizantes de Vox, temen más a esta formación que a los golpistas catalanes y a Bildu, y que el Gobierno ha encontrado en este sesgo sociológico, por injusto que sea en términos objetivos, una póliza de seguro para su estatus político. Y sucede también que Abascal y sus cuadros dirigentes se sienten tan satisfechos de sí mismos que lejos de limar sus aristas se reafirman en su estilo. Han enfermado de fervor redentorista sin que su paso a las instituciones autonómicas o municipales les aporte un ápice de pragmatismo. Y así seguirán, aferrados a sus fetiches y sus símbolos, de derrota en derrota hasta la victoria final… del enemigo.