Insulta, que algo queda

PABLO ZAPATA LERGA-EL CORREO

  • Ante debates sobre la sanidad o las macrogranjas, a los políticos no les interesa plantear ideas, sino pescar en aguas revueltas

Sería bueno que cuando surge un tema nacional, como el covid o las explotación pecuaria, hubiera un debate sobre la cuestión. Pues bien, las respuestas ante esta posible demanda han sido de todo menos comedidas o racionales. En lugar de buscar argumentos para defender una postura, el principal motivo ha sido el insulto; cuanto más procaz y barriobajero, mejor. Muchos, tomando el rábano por las hojas o la parte por el todo. Pero de equilibrio sensato, poquísimo. La mayoría de las veces la fuerza argumental se reduce solo al insulto (la palabra insulto viene de ‘insultare’, que es asaltar, desafiar).

El insulto es la contestación a una contrariedad que, en lugar de hacerse de forma razonada, se resume en un bufido. Y no debería ser la misma réplica en boca de personas con educación y cultura que en otras que no la tienen (habría que dilucidar antes qué es educación). Hemos visto que la mayoría de las refutaciones han consistido en gritos, andanadas, burradas de grueso calibre. Muchos de ellos tienen que repetir serviles la consigna que les dan cada mañana, y lo mismo muchos periodistas inflabulos. La mayoría de estas burradas dichas en público serían indefendibles si las tuvieran que repetir despacito delante de una audiencia medianamente sensata o a solas delante de su espejo. Se avergonzarían de lo que han dicho, si alguna vergüenza les quedara. Para nada se han parado a hacer un examen detallado de la sanidad o de los distintos tipos de granjas pecuarias. No les interesa plantear ideas, sino el regodeo de la gresca, y pescar en aguas revueltas.

Una situación como esta la aprovecha tanto la oposición como el fuego cruzado del compañero-enemigo de partido. A la oposición la ha servido para ir a campos, piaras y pocilgas a vestirse con hábitos pastoriles bailando en su ‘locus amoenus’, abrazando cerditos, besando vaquitas, émulos de Horacio y Virgilio a la ibérica usanza, discípulos de ‘Heidi’ en bucólicas montañitas suizas. Y para los enemigos internos, si hacen el sesudo diagnóstico de Emiliano García-Page o Javier Lambán, habría que pensar que si la cara o la vista son el espejo del alma, las ideas de estos señores son fiel reflejo.

Quien en la vida política responde con mofa y no con argumentos es porque le faltan razones

Quien ofende con mofa y no con argumentos es porque le faltan razones. Ante gente que no filtra las ideas y se queda con los gritos, puede que influya la ofensa; ante alguien que intenta sopesar ideas, el insulto ofende más a quien lo emite que al receptor. La injuria, tal como hemos escuchado empalagosamente durante más de una semana, es la razón del necio. Qué pena que muchos de estos altos dirigentes no se queden gobernando pocilgas o alimentando piaras.

Todo ciudadano tiene derecho a opinar, a decir con educación y respeto lo que quiera. Por ser ciudadano, por ser libre. Pero los insultos no han sido una respuesta a lo que haya podido decir el ministro Garzón, sino a lo que no ha dicho. Es gente que arremete contra lo que nace de un bulo. Y lo practican; ‘critica, que algo queda’. Se lanza la murmuración, se repite y hay cantidad de gente que se queda con ello. Aznar lanzó la duda de las bombas del atentado de los trenes de Atocha, y varios periódicos y muchos políticos siguieron repitiendo hasta la saciedad que había una mochila, que a ver quién la había puesto, que quién era el instigador intelectual. Y decenas de gentes repitieron durante años algo que era totalmente inventado, un bulo con la intención de confundir. Lanza infundios, que siempre habrá quien se los crea.

Ya ha surgido otra contrincante a la que tendrán que vapulear, la primatóloga doctora Jane Goodall. Que sepan los pastorcillos que deambulan estos días por las majadas de Castilla y León que esta señora tiene más de cincuenta galardones internacionales entre premios y doctorados honoris causa. Lo digo antes de que empiecen el vapuleo.

Quiero terminar citando a Manuel Vicent en un artículo en ‘El País’ (18-11-2018). Después de elogiar a los ciudadanos españoles por su solvencia en filantropía, calidad de vida, seguridad ciudadana, longevidad, conservación de la naturaleza, trasplantes y demás, termina: «Todo esto demuestra que en realidad existen dos Españas, no la de derechas o la de izquierdas, sino la de los políticos nefandos y líderes de opinión bocazas que gritan, crispan, se insultan y chapotean en el estercolero y la de los ciudadanos con talento que cumplen con su deber, trabajan y callan». Definitivo, no nos los merecemos.