José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Este asunto no es político, ni ideológico, ni tiene nada que ver con el feminismo sino con una cuestión de orden ético, cívico y democrático. Y con su idoneidad para ser ministra
Por principio, no utilizo categorías morales para el análisis político. Salvo cuando el análisis no es político sino ético o cívico. Como lo fue el 11 de marzo de 2004. Ante la pandemia del Covid-19 estamos en las mismas. Irene Montero, ministra de Igualdad, y otros miembros del Gobierno pero ella de manera singular, declaró el pasado jueves que el Ejecutivo no estaba advertido por «los expertos» de la peligrosidad de celebrar la concentración feminista del 8-M y que quienes la critican por los efectos sobre la salud de miles de ciudadanos son, en realidad, unos machistas más o menos encubiertos, gentes de extrema derecha, que lanzan «bulos».
Irene Montero falta a la verdad. Y lo hace al modo en que lo denunciaba Hanna Arendt en su ensayo ‘La mentira en política’. Escribía la filósofa judía lo siguiente: «Las mentiras resultan a menudo mucho más verosímiles, más atractivas para la razón, que la realidad, porque quien miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia desea o espera oír. Ha preparado su relato para el consumo público, esmerándose en que resulte creíble mientras que la realidad tiene la desconcertante costumbre de enfrentarnos con lo inesperado, con aquello para lo que no estamos preparados».
Efectivamente: no estábamos preparados para que, justo el 9-M, se desatasen todas las alarmas, dormidas solo 24 horas antes en el Gobierno del que forma parte Irene Montero, para la que el 8-M era un día de gloria personal y el lanzamiento del controvertido anteproyecto de ley de Igualdad Sexual. Era una jornada de insoslayable movilización. Pero las ocas guardianas del templo de Juno en el Capitolio romano, es decir, las primeras páginas de los periódicos, están ahí, denunciadoras y graznando cuando la ministra de Igualdad miente.
Veamos. El día 31 de enero de 2020, el diario ‘El País’ titulaba a tres columnas su primera página de esta manera: «La OMS declara la emergencia mundial ante la expansión del virus». Y subtitulaba: «El organismo ve necesaria una ‘acción global’ tras dispararse el número de afectados en una semana». El 25 de febrero, el mismo periódico, esta vez a cuatro columnas y también en primera página, titulaba: «La OMS pide al mundo que se prepare para una pandemia». El 3 de marzo, el rotativo, a dos columnas en su portada, advertía: «Sanidad estudia limitar actos públicos en los focos del virus». El día siguiente —4 de marzo— ‘El País’ abría edición a tres columnas con esta información: «Valencia registra la primera muerte en España con coronavirus», subtitulando la noticia con la información de que el «paciente falleció el 13 de febrero de una neumonía. La necropsia confirma ahora que tenía el virus».
Por fin, el diario ‘La Vanguardia’, en su edición del día 7 de marzo pasado, informaba a toda página en su portada: «Cierre de centros de jubilados en Madrid por el avance del virus». Y aportaba dos sumarios: «Una mujer de 87 años es la primera fallecida en Catalunya donde hay un centenar de sanitarios en cuarentena» y «la cifra oficial en España asciende a 383, con un total de ocho muertes».
El mismo 8 de marzo, el diario ‘El País’ titulaba a cuatro columnas: «El virus que bloquea el mundo» con un subtítulo ciertamente alarmante: «En solo tres meses el patógeno ha golpeado la economía global, alterando la vida diaria, reavivando miedos ancestrales y puesto en cuestión a líderes». Advertía el periódico de que «Italia se prepara para aislar a 16 millones de personas en el norte». Y publicaba un reportaje titulado: «Cuarentena en Haro vigilada por la Guardia Civil». El día anterior —7 de marzo— Fernando Simón (copio de la web de la cadena SER), declaraba: «Si mi hijo me pregunta si puede ir (a la manifestación) le diré que haga lo que quiera», subrayando que «no recomienda a nadie nada».
Hemos llegado al punto que Hanna Arendt considera la «mentira como contraproducente» que es aquel en el que comienza a hacer daño. Ya lo está haciendo. Y, singularmente, a la ministra de Igualdad que se empeña en persistir en la falsedad de que ni ella ni los demás miembros del Gabinete tenían conocimiento suficiente de la emergencia ya declarada por la Organización Mundial de la Salud por la inadvertencia de los traídos y llevados «expertos», auténtico escudo argumental de los miembros del Consejo de Ministros.
No quiere reconocer que la obligación gubernamental consistía en prohibir todos los actos deportivos, todas las concentraciones políticas y, entre otras, la manifestación feminista del 8-M. Y, al no hacerlo, pedir disculpas por la temeridad perpetrada en connivencia con el imperturbable «experto» por excelencia, Fernando Simón, el técnico que, en un ejercicio de diaria especulación, comenta digresiones sobre la «curva» de contagios, fallecimientos y curaciones y que anunció que en España solo habría «un puñado» de infectados.
Queda claro que Irene Montero, y otros, faltan a la verdad. ¿O no leyeron los periódicos?, ¿o vivían en otra galaxia?, ¿o los expertos no les dijeron la verdad porque les temían o les ignoraban? Este asunto no es político, ni ideológico, ni tiene nada que ver con el feminismo sino con una cuestión de orden ético, cívico y democrático. Y, por supuesto, con su idoneidad para asumir las competencias que Pedro Sánchez —responsable último— le ha encomendado.
Por lo demás, es la ministra Montero, la que ha elegido el terreno de la discusión acusando a los demás de incurrir en lo que ella practica: el sectarismo en tiempos de pandemia. Si quiere este debate, tendrá este debate. No lo dude ni un momento. Como lo tuvo el PP un mes de marzo de hace 16 años y que duró años, con las consecuencias de todos sabidas.