Miquel Escudero-El Correo
Dijo Albert Camus que la enfermedad de Europa era «no creer en nada y pretender saberlo todo». Esto lo escribió en 1957, el año en que se firmaron los Tratados de Roma que iban a dar paso a la Unión Europea; nuestro verdadero ángel de la guarda. No comparto este diagnóstico patológico aplicado a toda Europa, plural y variada. Creo, en cambio, en la grave dolencia de muchos de nuestros delegados políticos: «No saben nada y pretenden saberlo todo». Son habituales en ellos las características de incompetencia, ignorancia, irresponsabilidad, gregarismo, chulería, cinismo y una desmesurada avidez de poder que los hace esclavos. Son el descrédito generalizado de la política y razón de nuestra inmensa desesperanza social. En ningún supuesto son capaces de renunciar a sus puestos ni dejar de ser cómplices de una grave traición.
Valle-Inclán (autor de la «novela de tierra caliente» ‘Tirano Banderas’, publicada durante la dictadura de Primo de Rivera), escribió en 1908 unas líneas que hoy resuenan: «Si el aplaudido orador del ‘trust’ de las izquierdas escribiese unas cuantas páginas bien meditadas y las lanzase a la publicidad marcaría un rumbo nuevo y merecería un poco de consideración por parte de la juventud esquiva a la política. Pero mientras siga haciendo de sacamuelas progresista, hemos de mirarle como a un payaso sentimental».
Este antiguo escrito resulta vigente porque hemos retrocedido. Demasiada gente sigue esquivando la política al verla como un teatro sin una salida limpia: domina la escena un actor sacamuelas que habla sin consistencia y la izquierda es un monopolio vaciado de esencia. ¿Cómo podremos salir de esta trampa?