NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA 01/03/13
· Durante un tiempo, los políticos españoles hablaron con admiración de la política italiana. Es cierto que algunos de los que han pasado por especialistas en variados asuntos italianos lo eran a su pesar o por comodidad. Recuerdo la frecuencia con la que mencionaban a Andreotti como argumento de autoridad; o la expectación, el revuelo que provocó en su día la visita de Bettino Craxi, o el cariño que mostramos por el veterano, entrañable y gestero Sandro Pertini.
Asombraba la energía de la sociedad italiana y su independencia de los avatares políticos. La aparición de oscuros dirigentes después del periodo denominado manos limpias y la interrupción abrupta y parece que permanente de Berlusconi han debilitado notablemente la imagen de una Italia más sutil que complicada, más sofisticada que abigarrada, hasta el punto de que la Unión Europea tuvo que imponer a Mario Monti en la jefatura del Gobierno después de numerosos escándalos de muy diversa naturaleza.
Las excentricidades de la política italiana siempre me recuerdan un pasaje de la Historia de la filosofía occidental de Bertrand Russell donde, refiriéndose a los acontecimientos en Italia de finales del siglo XV y principios del XVI, dice: «El juego del poder político en Italia era increíblemente complicado. Los príncipes menores, en su mayoría tiranos elevados al poder por sí mismos, si hacían el juego torpemente, eran exterminados. Hubo guerras constantes, pero hasta la llegada de los franceses en 1492 fueron casi incruentas? Estas guerras puramente italianas no dificultaban mucho el comercio ni impedían que el país aumentase su riqueza. Había mucha habilidad política, pero ninguna orientación prudente? Las tropas francesas horrorizaron a los italianos al ver que de hecho mataban a la gente en el campo de batalla». El pasaje, preñado de la suave ironía inglesa, dibujaba muy acertadamente las peculiaridades de la realidad renacentista italiana, que en parte han sobrevivido hasta nuestros días, en la que convivía el desbarajuste con la aparición de las más grandes personalidades culturales de la época.
Hoy el juego político sigue siendo tan «increíblemente complicado» como lo era en los tiempos recordados por el filósofo británico. En las elecciones italianas de este pasado fin de semana, dos de los líderes más característicos del panorama no han participado directamente, aunque han liderado con intensidad militante sus respectivas opciones políticas.
Monti, que parece gustarse en el papel de un cardenal intrigante del Renacimiento italiano, no se somete directamente a la voluntad de los ciudadanos, estableciendo una especie de aislamiento sanitario. Pero a la vez ha jugado sus cartas para volver a ser primer ministro con una contundencia que sorprende en un espíritu aparentemente tan fino.
El histrión Berlusconi, estrella electoral de su fuerza política, se conforma «humildemente» con ser ministro de Economía en el próximo Gobierno, ante la estupefacción de las autoridades europeas, dominadas por las estrictas reglas del protestantismo centroeuropeo, oscureciendo así a su candidato a la jefatura del Gobierno. Si la cuestión no fuera ya lo suficientemente sorprendente, la opción del conocido comediante Beppe Grillo, denominada Movimiento 5 Estrellas, ha obtenido un resultado histórico, representando lo peor de la política.
Pero, como todo suele empeorar, los menos finos, los que han practicado «el juego torpemente», no sólo no han sido desterrados de la vida pública, sino que han adquirido un poder determinante, hasta el punto de convertirla en pura caricatura. En manos de Grillo y Berlusconi, en manos de la no política y del populismo, está el futuro de la sociedad italiana, que se verá obligada a sobrevivir, ahora más que nunca, de espaldas a sus representantes políticos.
Lecciones para la política en España
No deberían los políticos españoles echar en saco roto la experiencia italiana. Cierto, gozamos de una estabilidad política tranquilizadora; las reformas para enfrentar la crisis se están haciendo y no han quedado en meras declaraciones; no existe en la política española nadie con la influencia periodística de Berlusconi, ni partidos que representen la no política como Grillo y su Movimiento 5 estrellas; no tenemos líderes políticos inhabilitados ni refractarios al contacto con los electores, más bien todo lo contrario.
Pero las últimas encuestas nacionales y otras de ámbito autonómico nos muestran un panorama muy preocupante: los partidos mayoritarios se quedan muy lejos de sus mejores resultados, los líderes son continuamente suspendidos por la opinión pública y aparecen opciones políticas con una fuerza que no han tenido hasta ahora en el ámbito nacional y autonómico. Y en algunos medios de comunicación proliferan debates que frecuentemente sonrojarían a los candidatos italianos más histriónicos, aprovechando una profusión de escándalos financieros que afectan a los partidos políticos y un debilitamiento del prestigio de las instituciones, allanando así, entre el sectarismo de unos y la irresponsabilidad de otros, el camino a la no política y al populismo.
Sin exageraciones, desechando predicciones apocalípticas, sin caer en un pesimismo que ha sido moneda corriente en España, sería conveniente que los políticos no confundieran su mundo con la realidad, sus ambiciones con las necesidades de la sociedad, sus estrategias partidistas con el bien común, sus intrigas con los intereses de los ciudadanos.
Por desgracia, nuestras explosiones de desencanto y de rechazo han provocado graves enfrentamientos civiles y no han tenido que venir de fuera, como ocurrió en la Italia renacentista según Russell, para enseñarnos sus dramáticas consecuencias.
Nicolás Redondo Terreros, presidente de la Fundación para la Libertad.
NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA 01/03/13