- «En el caso de los presos y presas, les decimos que seguiremos trabajando para sacarlos a la calle, que no los hemos traído hasta aquí para que continúen en la cárcel”.
Esa frase de Joseba Azkarraga es el único resumen honesto que se puede hacer sobre la manifestación de hace un par de sábados en Bilbao. Quienes asistieron al acto piden que los miembros de ETA -secuestradores, extorsionadores, asesinos y colaboradores- dejen de cumplir lo que les queda de condena, e insisten en que no habrá paz real ni convivencia hasta que todos los etarras puedan pasear libremente por la calle. La realidad no es agradable, y por eso parte de la prensa tiene que colaborar en su encubrimiento. La Cadena SER y Público saben perfectamente que la dispersión terminó hace un año, pero les da igual; dicen que fue un acto contra la dispersión. De la misma manera, saben perfectamente que la manifestación reclama que todos los etarras salgan ya a la calle, pero evitan señalarlo claramente. Y sobre todo evitan mostrar qué es lo que motiva a quienes asisten a actos como el del sábado: “Maite zaituztegu”; “Os queremos”. La gente que acude a esas manifestaciones siente amor y cariño por quienes durante décadas convirtieron la vida de los demás en un infierno de amenazas, silencios forzados y aceptación humillante de la injusticia. Son familiares, amigos y simpatizantes de etarras. No es la fría y mecánica aplicación del derecho lo que les mueve, sino un amor cálido, profundo e incondicional por quienes eligieron el mal.
Para muchos de nosotros esa cultura no es sólo ajena, sino repugnante. Lo que muestran no es una forma distinta de entender la vida, sino una manera muy vieja de entender y extender la muerte
Lo que aflora cada año en Bilbao es un fenómeno digno de National Geographic. Lo digo sin ningún tipo de ironía y sin buscar la identificación chusca. En National Geographic salen hienas, serpientes, gusanos y ratas, pero no van por ahí los tiros. Aunque siempre pensemos que es un canal de animales, con frecuencia se ocupa también de las culturas humanas. Y la del entorno etarra es una de esas culturas. Tienen cánticos propios, códigos privados, referentes comunes, estándares morales y complicidades compartidas durante décadas. Para muchos de nosotros esa cultura no es sólo ajena, sino repugnante. Lo que muestran no es una forma distinta de entender la vida, sino una manera muy vieja de entender y extender la muerte. A partir de ahí, la cuestión es mucho más simple de lo que parece. Itziar Ituño tiene todo el derecho a mostrar públicamente su amor hacia los etarras. BMW o Iberia tienen todo el derecho a asociar su marca pública a la imagen de Ituño. Y los ciudadanos tienen todo el derecho a decir públicamente que no quieren asociar su dinero a esas marALTO AHÍ.
¿No ves que los actores y actrices de este país han salido a exigir que se respeten todas sus ideas? ¿No ves que el excelentísimo silencio del festival de San Sebastián se ha roto para decir que hay que apoyar a cualquier actor o actriz que exprese su ideología política? ¿No ves que son la Cultura, imbécil? ¿Quién te crees tú para mostrar tu rechazo hacia quienes aplauden a los etarras? ¿Qué derecho crees que tienes para trazar una línea de separación entre tus principios morales y los de la gente que adora a los asesinos de ETA?
La del cine es una tropa curiosa. Quieren vivir de su elevadísimo trabajo, de las subvenciones públicas y de vender su imagen al que mejor pague. El problema es que además quieren tener el privilegio de soltar burradas sólo al alcance de los más miserables, sin que su imagen se devalúe. Y eso no se puede. O no se puede siempre. Si defiendes públicamente a dictadores o asesinos, es normal que algunos ciudadanos sientan asco cuando ven tu cara ofreciendo productos y pidiendo su dinero.
Y es normal que las empresas comiencen a replantearse sus estrategias de marketing.