ARCADI ESPADA, EL MUNDO 21/02/13
Hubograves errores en la intervención de Rubalcaba. De orden expositivo, de tono, incluso de malicia. Tuvo lapsus pesados, como cuando calificó de decisión política la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña. Y no supo resolver su problema habitual, esto es, cómo evitar que la demolición que aplica al presidente no suponga también su propia demolición: buscando constantemente el favor de la grada, Rubalcaba no superó el patético ejemplo talegón. Sin embargo, su principal problema fue estructural. Estaba trazando un aguafuerte español donde se veía a los niños comer de los containers, y atribuía el paisaje a los principios del Partido Popular, a sus intenciones, a la ideología del mal que encarna.
Alcohol alcanforado, y bebiéndoselo.
El reproche político puede atribuirse a la incompetencia, a la debilidad, o a la alienación del adversario. Pero atribuirlo a su intención malvada es de cómic. Aunque algo perezosamente, se lo reprochó el presidente hacia el final del intercambio. Ustedes no tienen el patrimonio de los buenos sentimientos, le espetó con razón y sin réplica. Sólo le faltó rematar que tampoco el blindaje ante los malos.
Otro problema del discurso de Rubalcaba afectó a su postura ante el separatismo. En este punto, la envejecida izquierda española aún no es capaz de decir, seca y llanamente, estamos con la Constitución y con el Gobierno que la aplica. Aún no entiende esa izquierda que el asunto requiere los consensos de la política exterior. Siglo y medio y no lo entiende. La razón principal es que a la izquierda le cuesta mucho reconocer, excepto si gobierna, que no todo quebrantamiento es un progreso. Se diga lo que se diga la palabra rebelde es aún de izquierdas. Decía Rubalcaba que ante la cuestión territorial el Gobierno no podía quedar inmóvil; que había que ir hacia delante. Ahí está el núcleo podrido: que ante un desafío a la ley haya que moverse, como al que le dicen arriba las manos y vaya si las arriba; y que el sometimiento sea progreso.
Mientras todo eso sucedía, mientras Rubalcaba luchaba vana aunque esforzadamente, contra el tiempo, la memoria y la esclerosis, el jefe de los socialistas en Cataluña declaraba, con especial y solidario sentido de la oportunidad, que el Rey ha de abdicar. El último problema, en efecto, es qué estructura, qué autoridad política, qué coherencia militante, apoya hoy el discurso y la acción del socialista Pérez Rubalcaba.
ARCADI ESPADA, EL MUNDO 21/02/13