Carlos Sánchez-El Confidencial
España va a por uvas. Mientras el mundo avanza y el coronavirus cambiará el modelo de globalización, el sistema político sigue a lo suyo dirimiendo en los medios sus miserias
El panfleto más celebre de la historia es, acaso, ‘Sentido Común’, un pequeño texto escrito en 1776 por Thomas Paine que acaba de ser reeditado* en España, y que dio a los colonos alimento intelectual para luchar por la independencia de EEUU. Se dice que el propio George Washington arengaba a las tropas leyendo fragmentos de la obra.
Paine, que era en realidad un aventurero ilustrado, lanzó su opúsculo contra la metrópoli, desmontando uno a uno sus privilegios. En particular, los derechos hereditarios de la monarquía, a la que consideraba «un insulto y una imposición a la descendencia». Suya es una premonición que desgraciadamente se cumplió: «Europa está demasiado sembrada de reinos como para disfrutar de paces duraderas». Y suyo es un llamamiento que entonces se hizo célebre —el panfleto fue un auténtico éxito literario—: «La independencia es el único lazo que puede atarnos y mantenernos unidos. ES HORA DE SEPARARSE [en mayúsculas]». Así nació EEUU.
Welch encarnó la figura del CEO a quien no le tiembla el pulso a la hora de despedir, eliminar burocracia o vender divisiones no rentables
Dos siglos después, pero sin tanta épica, Jack Welch, que acaba de fallecer, lanzaría una brutal batalla, en este caso empresarial, contra una nueva colonización que venía de oriente, y que tenía a Japón como protagonista. La laboriosidad nipona, expresada a través de un nuevo método de organización de la producción, el sistema ‘just in time’, destrozó la vieja economía industrial de EEUU (el fordismo); y fue entonces cuando emergió la figura de Welch, como presidente de General Electric, para hacer frente a una invasión que ponía en peligro la independencia norteamericana en sectores clave, como el automóvil, las telecomunicaciones o en actividades de alta tecnología, como la electrónica.
Welch encarnó como nadie la figura del CEO a quien no le temblaba el pulso a la hora de despedir trabajadores, eliminar burocracia o desprenderse de divisiones no rentables. Algo que le valió el nombre de ‘neutrón Jack’. La bomba de neutrones, como se sabe, está diseñada para matar seres vivos, pero sin destrozar el entorno físico.
El viejo paternalismo
Welch fue el símbolo del capitalismo de los años 80 que premiaba por encima de todo a los accionistas (crear valor) frente al viejo paternalismo de General Electric con sus trabajadores. Y lo cierto es que la compañía se convertiría en pocos años en un gigantesco conglomerado que acabaría por expulsar a las empresas japonesas de EEUU. La revolución conservadora de Reagan hizo el resto.
¿Qué ha pasado tres décadas después? Como ha dicho ‘The Economist’, mientras las empresas estadounidenses lloran la muerte de Jack Welch, General Electric, la compañía que reinventó y que llegó a convertirse en la primera del mundo por capitalización, lucha por sobrevivir. En parte por la eclosión de las nuevas tecnologías de la información y de las comunicaciones, pero también por la explosión de China como jugador en la economía global.
Si algo está meridianamente claro es que el COVID-19 no es solo una pandemia, sino que habrá un antes y un después en la economía global
Aunque la penetración de China en sectores clave es muy inferior a la que llegó a tener Japón en los años ochenta, hay pocas dudas de que su influencia sobre la economía de EEUU, a través de las cadenas globales de suministro y de sus ventajas competitivas por los bajos salarios y la escasez de normas medioambientales o fitosanitarias, es tan determinante que Thomas Paine hubiera llamado de nuevo a la rebelión de las colonias para recuperar la independencia, en este caso económica. Por eso, ganó Trump las elecciones y es probable que lo vuelva a hacer ahora.
No es casualidad, por lo tanto, que Jack Welch fuera uno de los primeros grandes empresarios que mostraron su apoyo a Trump cuando este buscaba la nominación republicana. Ambos con el mismo mensaje: ‘America first’, que no es otra cosa que un llamamiento al nacionalismo económico. Y es probable que la crisis del coronavirus no sea más que un activo político más en esa dirección.
Si algo está meridianamente claro es que el Covid-19 no es solo una pandemia (aunque la OMS se resista todavía a utilizar este término), sino que habrá un antes y un después en la economía global por varias razones. La primera, la más evidente, es porque la dependencia de China es tan grande (el 20% de los bienes intermedios que se producen en el mundo vienen de allí) que las empresas tenderán a diversificar sus aprovisionamientos, pero también por el hecho de que China ha iniciado una etapa de bajo crecimiento (para sus estándares en los últimos 30 años) que tendrá imprevisibles consecuencias interiores. Sin olvidar los costes de credibilidad que tendrá la crisis para un régimen que reniega del cambio climático, cuando la pandemia ha demostrado, precisamente, que ni hay fronteras para la extensión de un virus ni se pueden poner fronteras al deterioro medioambiental del planeta.
Ecosistemas tecnológicos
China es hoy, por lo tanto, un riesgo sistémico, algo inimaginable hace poco tiempo, y eso significa que lo más razonable sea que el proceso de desglobalización avance en los próximos años. Entre otras razones, porque los nuevos ecosistemas tecnológicos —muchas empresas van a descubrir el teletrabajo para ahorrar costes— están demostrando ser cada vez más sólidos, lo que sin duda alentará una especie de ‘vuelta a casa’ de muchas industrias que antes buscaban en China y sus alrededores un espacio para reducir costes laborales, y que hoy pueden ser sustituidos por nuevas aplicaciones tecnológicas y nuevas formas organizativas tan disruptivas como fue en su día el sistema ‘just in time’.
El mundo se enfrenta a un modelo de globalización distinto al anterior, aunque con los mismos problemas de gobernanza que en el pasado
Desglobalización, sin embargo, no debería significar un regreso al pasado proteccionista que arruina el comercio y empobrece a todos. Como han puesto de manifiesto muchos estudios, la integración cultural, social y hasta política del planeta es imparable, y aunque los bienes industriales se puedan fabricar más cerca de los consumidores finales, lo que reequilibraría el descompensado crecimiento de la globalización en las dos últimas décadas, hay pocas dudas de que los servicios seguirán expandiéndose, principalmente en el ámbito financiero. Pero también en el turismo, la investigación o la educación. La integración del planeta no tiene vuelta atrás.
Eso quiere decir que el mundo se enfrenta a un modelo de globalización distinto al anterior, aunque con los mismos problemas de gobernanza que en el pasado, como ha demostrado el COVID-19, que ha puesto negro sobre blanco la jerarquía de las soluciones nacionales frente a problemas globales. No han existido, por ejemplo, protocolos comunes ni una coordinación efectiva en aras de evitar la expansión del virus. Ni siquiera en la Unión Europea, lo que ha demostrado una vez más su inutilidad a la hora de coordinar la acción de los gobiernos nacionales pese a que se trata de problemas comunes a todos. Y ahí está el caos migratorio para demostrar la incapacidad de Bruselas para ofrecer una solución conjunta.
Uno se podía imaginar que estos asuntos, que están en el centro del debate político y económico, ocuparían el tiempo del parlamento español. Pero no. Lo cierto es que hasta la fecha no se ha producido discusión alguna ni se ha aportado idea constructiva para estudiar cómo afectan los cambios estratégicos en el comercio mundial a las cadenas de producción nacionales. O cómo ‘renacionalizar’ determinadas políticas industriales en aras de aprovechar mejor los avances tecnológicos, lo que posibilitaría la relocalización de muchas industrias, con lo que ello podría suponer de generación de riqueza en zonas que hoy están deprimidas. O cómo hacer políticas públicas para paliar el daño y ayudar a las empresas antes de que sea demasiado tarde, más allá de declaraciones rimbombantes.
La camiseta de Castells
La agenda política, por el contrario, está llena de naderías que solo reflejan la inconsistencia de un sistema político que se nutre de sus propias miserias y que está completamente alejado de cuestiones de fondo que marcarán el futuro de este país en las próximas décadas. ¿De verdad no hay motivos para crear una comisión parlamentaria que estudie el papel de España en un mundo en plena transformación?
Lo que preocupa son la camiseta de Castells, las polémicas de Cayetana, la fechoría del mendaz Ábalos o si Franco debe estar en Mingorrubio
Lo que preocupa, en su lugar, es la camiseta del ministro Castells, la última polémica de Cayetana Álvarez de Toledo, si la religión debe formar parte del sistema educativo, la fechoría del mendaz Ábalos o si Franco debe estar en el Valle de los Caídos o en Mingorrubio.
O, incluso, la utilización de la mujer este 8-M con fines exclusivamente propagandísticos, como si se tratara de un trofeo que hay que llevar a las urnas, lo que hubiera despreciado la mismísima Aleksándra Kolontái, la primera mujer en el mundo en sentarse en un consejo de ministros durante la Rusia soviética. Y quien, hace más de un siglo, dejó escrito: «La mujer trabajadora protege sus intereses de clase y no se deja engañar por los grandes discursos sobre el ‘mundo que comparten todas las mujeres'». La mujer trabajadora, sostenía la Kolontái, «no debe olvidar y no olvida que, si bien el objetivo de las mujeres burguesas es asegurar su propio bienestar en el marco de una sociedad antagónica a nosotras, nuestro objetivo es construir, en el lugar del mundo viejo, obsoleto, un brillante templo de trabajo universal, solidaridad fraternal y alegre libertad…».
El mundo nuevo está a la vuelta de la esquina y España navega en sus miserias. Si nada lo remedia, como sucedió en los años de la gran recesión, también llegaremos tarde a la siguiente revolución.
*‘Sentido Común’. Thomas Paine. Alianza Editorial. Introducción de Javier Redondo Rodelas.