Jaime Mayor y la democracia

ABC 31/01/14
PEDRO GÓMEZ DE LA SERNA, DIPUTADO EN EL CONGRESO POR SEGOVIA

· «Mayor es un político de una pieza, un hombre importante en la historia de la democracia española, y este paso suyo a esa especie de limbo político nos deja un tanto a la intemperie»

He  tenido la fortuna de trabajar a su lado desde 1996 y el orgullo y la satisfacción de ocupar responsabilidades y discursos con él. También de ser su amigo. Echo la vista atrás y pienso lo mucho que he aprendido siguiéndole, escuchándole, interpretándole. Actos, ideas, actitudes, maneras de ser y de estar en política y en la propia vida. Recuerdo muy bien aquellos años (de 1996 a 2001), quizás su gran época política, cuando no sólo alumbró la esperanza sino también la convicción y la certeza de que a ETA se le podía derrotar y de que además la derrota incondicional del terrorismo era una exigencia y una necesidad democrática de primer orden para el fortalecimiento de las libertades, del régimen constitucional y de la modernidad de nuestro país. El terrorismo era la única anomalía española que todavía subsistía, y había que acabar con ella. Sólo con la ley, pero con toda la ley. Y Jaime Mayor planificó su derrota en todos los frentes: el de los «comandos», el de las estructuras financieras, sociales, políticas, mediáticas, internacionales… Sabía que ETA era algo más que un conjunto de «comandos», que era un proyecto político de ruptura de la nación española con apoyos que iban mucho más allá de los asesinos.

Había que cambiar el estado de la opinión en torno a ETA. Recuerdo el sin fín de conferencias, artículos, entrevistas, reuniones, almuerzos con gente que generaba opinión o pensamiento; recuerdo su especial cuidado con los miembros de la oposición. Les convenció de que todo eso no solo era posible sino que además era indispensable para la salud democrática y la regeneración del proyecto de España.

Comenzó derrotando moralmente a ETA, y luego fue a por su derrota política. Y continuó con la derrota operativa, financiera, mediática y social de aquel negro entramado. Tenía, y tiene, Mayor una profunda idea de España, un patriotismo sereno y civilizado, una concepción integradora de la sociedad, de la necesidad de que los españoles compartamos proyectos esenciales.

Luego marchó al País Vasco en busca de la culminación de toda su trayectoria política y vital: ganar democráticamente al todopoderoso nacionalismo vasco en su propio terreno, ganar Ajuria Enea, convencer a propios y ajenos de que había un proyecto político común y compartido para todos los vascos y de que era un proyecto de convivencia entre vascos y de éstos con el resto de los españoles. Quería cerrar todas las heridas, los rencores abiertos por tres guerras carlistas y una guerra civil. Tuve también la fortuna de acompañarle en aquella campaña electoral, de rozar con la punta de los dedos la victoria que habría supuesto un giro decisivo en la Historia de España. Quedamos a sólo 20.000 votos. Mereció con cre-

Hces el empeño que más fue una empresa política en sentido estricto que otra cosa. Se había creado el «Espíritu de Ermua», se había articulado una sociedad no nacionalista, con sus asociaciones, personalidades e instrumentos para hacer frente al nacionalismo y sobre todo a ETA. Y se había dignificado la figura de las víctimas del terrorismo, antes ignoradas, arrinconadas y despreciadas. Fue el primer ministro del Interior que recibió a las víctimas, el primero que las asistió y el primero que hizo de ellas la columna vertebral de la derrota moral y democrática de ETA. De haber ganado las elecciones, el primer acto del lendakari Mayor habría sido una gran homenaje a las víctimas en Ajuria Enea.

En 2001, Aznar le ofreció ser vicepresidente del Gobierno y él lo rechazó por lealtad hacia sus compañeros del PP vasco, a los que no quería abandonar. Yo mismo no lo entendí. Y pocos lo agradecieron. Marchó a Europa y se dio cuenta de que el verdadero problema de la construcción europea no estaba sólo en las instituciones, mecanismos y reglamentos de que había que dotarse, sino en los valores y los principios de unas sociedades tan distintas entre sí, que sólo mediante una amalgama moral esencial, podían avanzar.

Son líneas apresuradas, desordenadas, que llegan en un momento difícil. La política, hoy denostada y desprestigiada por tanto error y tanto facilismo, es sin embargo una de las tareas más apasionantes y útiles para la comunidad que pueda desarrollar un hombre decente. Es un don que no abunda. Adolfo Suárez era decente y tenía ese don. Jaime es decente y lo tiene.
Mayor es un político de una pieza, un hombre importante en la historia de la democracia española y este paso suyo a esa especie de limbo político nos deja un tanto a la intemperie. No sólo a sus amigos, claro, me refiero a todos los españoles. Confío en su vuelta y le doy las gracias por lo que ya ha dejado.