Luis Haranburu Altuna-El Correo
- El expresidente de la Comisión Europea, recientemente fallecido a los 98 años, era un humanista de los de antes
Eran los primeros días de noviembre de 2011. Por fin, tras muchas llamadas y gestiones, Jacques Delors aceptó la invitación de Isabel Celaá para acudir a San Sebastián y cerrar un ciclo de conferencias sobre educación. Delors llegó a Donostia, a media tarde, acompañado por Marie Lephaille, su esposa. Se hospedaron en el Hotel Londres y allí les esperaba Eneko Landaburu, que se había trasladado ex profeso desde Marruecos, donde representaba a la UE, con rango de embajador. Por aquel entonces un servidor colaboraba con el Departamento de Educación del Gobierno vasco y se me encomendó la tarea de ejercer de guía y anfitrión del matrimonio Delors. A Landaburu y Delors les unía una profunda amistad.
Años antes, cuando Delors era todavía presidente de la Comisión Europea, me sorprendió su presencia en una pastoral que se celebró en un pueblecito de Zuberoa, en un espectáculo que nos transportaba al corazón del Medievo y a la esencia de la ancestral cultura dramática euskaldun. Nunca supe la razón y hube de esperar al encuentro donostiarra para desentrañar el misterio. Marie, la esposa de Jacques, era oriunda de Zuberoa. Me impactó la belleza antigua y serena de aquella mujer, que fue espejo y sombra de Delors desde que se casaron en 1948. El euskera de Marie era musical y sonoro como un carillón y Delors sonreía complacido cuando su mujer me hablaba en el euskera de su niñez.
Desde la habitación del Hotel Londres que ocuparon los Delors se divisaba el conjunto chillidiano del Peine de los Vientos, al otro lado de la bahía, y Marie decidió visitarlo de inmediato. El atardecer, bajo la lluvia, ofrecía sus últimas luces, pero el embate del Cantábrico no cejaba en su empeño de brotar incesante a los pies de Marie y Jacques, que miraban atónitos la furia del océano que la escultura de Chillida se esmeraba en peinar. Ya a las siete había oscurecido y hube de negociar en el restaurante aledaño al Peine de los Vientos, una posible cena a una hora tan temprana, aunque habitual en Europa. Mencioné el nombre de Delors y todo se resolvió.
Nos prepararon una mesa en el piso superior del restaurante y allí nos sentamos Landaburu, el matrimonio Delors y un servidor. Landaburu hizo las veces de ‘sommelier’ y esperó a que Marie estudiara la carta. El camarero aguardaba la comanda e inquirió sobre el vino, pero Eneko le rogó que esperara al veredicto de Madame Delors. Entonces Marie preguntó si tenían jamón y el camarero aseguró que tenía el mejor de los jamones de bellota. Luego nos preguntó sobre los pescados y fue el embajador Landaburu, tras breve coloquio con el camarero, quien aconsejó un rodaballo. Landaburu indicó finalmente las excelencias de un txakoli.
El jamón entusiasmó a Delors y hubo que solicitar otra ración, no sin antes indicar a Marie que había que comprar aquel delicioso manjar extremeño para llevárselo a Martine a París. A Martine Aubry, hija de los Delors y posible candidata a la presidencia de Francia, por aquello días. El rodaballo estaba lujuriosamente sabroso. Nos sirvieron una sutil pantxineta de postre que Delors rehusó probar ante los ojos complacidos de Marie, pero no se opuso a que el camarero nos regalara con otra botella de txakoli, del que Landaburu cantó las delicias y la urdimbre de las vides en los montes de Zarautz. La sobremesa fue larga y entretenida y se habló de política, claro. De política vasca y europea, pero también del txakoli y los rodaballos salvajes del fiero Cantábrico.
A la mañana siguiente, Delors deslumbró a la audiencia que le esperaba en el Palacio del Kursaal. Nos instruyó sobre el tesoro que la educación contenía y glosó los pilares de la educación, que consisten en aprender a ser, aprender a vivir juntos y aprender a hacer y ser creativos. Previamente había sido agasajado por el lehendakari, que se desplazó a Donostia para saludar a quien por mérito propio ocupará el frontispicio de Europa junto a Robert Schuman, Jean Monet, Konrad Adenauer, Alcide de Gasperi y Paul-Henri Spaak.
Al mediodía, tras asomarnos al mercado de San Martín para comprar jamón para Martine y antes de partir con destino a París, nos reunimos los cuatro comensales de la víspera más Gorka, el hermano de Eneko, en el restaurante Urepel, donde dimos cuenta de una deliciosa menestra de verduras regada con un magnífico tinto de la Rioja Alavesa.
Jacques Delors se ha ido, tras cumplir 98 años llenos de amor, sabiduría y razón política. Su memoria nos debería ayudar a recobrar la razón y la sabiduría, junto al amor del otro y el apetito por la vida en unión. Siempre le recordaré asombrado ante un peine de hierro incapaz de modular la furia de los vientos. Él, que acertó a domar la furia de las naciones que habían secuestrado a Europa, también era capaz apreciar un buen jamón y un soberbio rodaballo. Delors era un humanista de los de antes.