José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- La aprobación de las cuentas de la Generalitat elaboradas por un independiente recién llegado a la política catalana acredita que la generación dirigente de la asonada de 2017 está amortizada
En reciente visita a Barcelona y compartiendo una agradable cena tras la presentación de «Felipe VI. Un rey en la adversidad» en el Círculo de Economía, una académica catalana me preguntó si veía con futuro político a los líderes que fueron condenados por el Supremo y luego parcialmente indultados. Mi respuesta fue negativa. Y la justifiqué en la inhabilitación especial que les impide por un largo tiempo ocupar cargos institucionales —aunque puedan mantenerlos en sus organizaciones políticas como Jordi Sánchez y Oriol Junqueras— y en el hecho de que su condición de miembros dirigentes fracasados de la insurrección de 2017 les amortizaba ante un electorado que, en parte, como ha reconocido la propia presidenta de la Asamblea Nacional Catalana, se ha «desenganchado» del independentismo. Sin embargo, no convencí a mi interlocutora que apostaba por el carácter ignífugo de los protagonistas del proceso soberanista.
En esa misma reunión distendida, los anfitriones se preguntaron también por el futuro de Carles Puigdemont y, de nuevo, la académica avanzó que sería posible, según una lectura un tanto descontextualizada de la exposición de motivos de la ley que regula el derecho de gracia, que el expresidente de la Generalitat podría beneficiarse de un indulto «anticipado» de las acusaciones de sedición y rebelión, como se prevé en el prólogo de la norma en función de las circunstancias históricas en las que fue aprobada (1870). Uno de mis acompañantes —una relevante personalidad en Barcelona— me confesó que Puigdemont «sigue teniendo sentido para el independentismo en el exilio (sic)». Y añadió: «Si regresa, porque él quiere o porque lo extraditan, pierde el aura del martirologio y su valor político sería vertiginosamente decreciente».
Catalanista de siempre, (Giró) no era tenido por soberanista en muchos de los ámbitos en los que profesionalmente se movió
Las fisuras y el debate interno que muestra el independentismo catalán son consecuencia, no solo del fracaso, sino también de lo inverosímil de su propósito. Los más realistas de sus dirigentes han asumido la necesidad de cambiar de estrategia y evitar que —como me reconoció una ‘exconsellera’ de ERC— «nos vuelvan a partir la cara». La cuestión es que el único cambio posible de estrategia consiste en optimizar aún más las contradicciones del sistema español y extraer todas las contrapartidas políticas activando a tope el doble juego secesionista: gobernar en Cataluña y resultar necesarios en Madrid para que el PSOE gobierne en España. Acabamos de comprobarlo con las contrapartidas obtenidas por ERC al apoyo de los Presupuestos Generales del Estado que no tienen que ver solo con las cuentas públicas sino también con logros identitarios.
Esta política —en Madrid y en Barcelona— la está llevando adelante una generación de políticos secesionistas que no estuvieron al frente de la insurrección de octubre de 2017: Pere Aragonés, o, más paradigmáticamente, Jaume Giró, ‘conseller’ de Economía y Hacienda desde el pasado mes de mayo y, antes, un hombre reputado en la comunicación corporativa y alto cargo de varias compañías y grupos empresariales, el último, el de la Caixa, de cuya Fundación fue director general. Su designación como miembro independiente del Gobierno de Aragonés, por la cuota de JXC, fue una sorpresa mayúscula. Catalanista de siempre, no era tenido por soberanista en muchos de los ámbitos madrileños en los que profesionalmente se movió. Su nombramiento causó un enorme recelo en la CUP precisamente porque implicaba una corrección de rumbo en el perfil político de los independentistas tradicionales.
Giró ha logrado enredar al Tribunal de Cuentas con los avales del Instituto Catalán de Finanzas evitando, de momento, el embargo de bienes a cargos de la Generalitat por posible responsabilidad contable y ha sacado adelante unos Presupuestos a los que los anticapitalistas habían puesto la proa, queriendo arrojar a «la papelera de la historia» inversiones valiosísimas para el desarrollo de la comunidad en esa su política de «apología del decrecimiento», del empobrecimiento como igualación en la miseria.
Peligraba la fetichista «unidad independentista», a la que había que sacrificar el bienestar de los ciudadanos, pero Aragonés y Giró —sin mochilas tan pesadas como los protagonistas directos del proceso soberanista— han abierto una etapa algo diferente en Cataluña. En este orden de cosas, no es de menor importancia que Jaume Giró estaría más cerca del partido de Jordi Sánchez y Laura Borrás —o sea, de Puigdemont— que de ERC y Aragonés. Sin embargo, cuando se rechazaron las enmiendas a la totalidad en la Cámara, el presidente de la Generalitat se levantó y saludó con efusión al ‘conseller’ de Economía y Hacienda que se mantuvo en segundo plano —pero vigilante— en la negociación con los comunes. Nadie ha hecho reproche a Giró: ni la CUP ni JXC.
De lo que se deduce —y no solo por el gesto— que si Giró no hubiese avalado, e, incluso, impulsado la aprobación de las cuentas públicas al margen de la CUP, quizás el Gobierno de Aragonés habría hecho agua o la ruptura del bloque secesionista se habría producido definitivamente. Aunque la unidad del independentismo ha quedado más tocada de lo que ya estaba, el Gobierno de coalición entre ERC y JXC se mantiene y lo hará en el futuro inmediato.
Cuando los diputados de JXC voten las cuentas catalanas al final de su tramitación, se habrá demostrado que sí, que la clase dirigente de la asonada de 2017 está amortizada, que el fardo del fracaso de 2017 ha resultado irreversiblemente frustrante para los que creyeron en la épica secesionista y que cabe la esperanza de que en Cataluña sea insostenible por más mucho más tiempo mantener el espíritu insurreccional que ha dado al traste con el progreso del país en esta última década. La alternativa es la decadencia en todos los órdenes.
El Presupuesto alcanza una significación que va más allá porque evita que los anticapitalistas hayan frustrado inversiones importantes
En Cataluña se va a abarrotar la «papelera de la historia», esa a la que la CUP envió al hombre germinal del proceso soberanista, Artur Mas, aquel enero frío de 2016 que alumbró la figura de un Puigdemont perdido ahora en las brumas bruselenses. Otros más, de forma explícita o por invisibilidad pública, acompañarán al expresidente de la Generalitat en el contenedor de amortizados. El Presupuesto de Giró alcanza así una significación que va más allá de unas cuentas públicas anuales porque evitan que los anticapitalistas hayan frustrado inversiones importantes para el futuro de la comunidad.
Es un rapto de sensatez, todavía precario, en una política catalana que en los últimos años no ha dejado de perpetrar temeridades y en la que persisten actitudes estériles y sin futuro como tratar de imponer el monolingüismo tan imposible (en eso consiste negarse a aceptar el carácter docente y vehicular del castellano), como lo fue la ensoñación secesionista. Pese a todo, no lo volverán a hacer. Porque ya lo hicieron y fracasaron. Y como escribió Charles Dickens, «cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender».