SANTIAGO GONZÁLEZ 07/04/13
· Querido ministro del Interior: Quiero hacerle partícipe de unas imágenes que ayer me resultaron muy turbadoras. Un magazine televisivo dedicaba su asunto a debatir sobre el escrache, cuando su directora, Nieves Herrero, dio paso a una conexión con el meollo del asunto, una turba en la calle Manuel Becerra, lista para un escrache “a una persona importante”, dijo un tipo que parecía alguien con mando entre aquella tropa. Era Jorge Verstrynge, un fulano a quien Manuel Fraga aupó a la secretaría general de Alianza Popular a finales de los setenta. A Verstrynge le acompañaba una fama de ultraderechista en sus tiempos universitarios. En 1986, Fraga reparó en que había cometido con aquel muchacho uno de los grandes errores de su vida y lo expulsó.
Él no se desanimó y empezó a hacerse de izquierdas. Solicitó su ingreso en el PSOE, propósito que fue respondido por el entonces todopoderoso vicepresidente Alfonso Guerra con: “Verstrynge entrará en el PSOE cuando las ranas críen pelo”. Frustrada su aspiración, fue languideciendo mientras sus rasgos faciales iban adquiriendo un rictus: se le puso esa cara de estreñido que pasea por las tertulias y que son, todo hay que decirlo, la mejor expresión para sus desordenadas y coléricas intervenciones.
Lean ustedes esta autodefinición política en una entrevista de hace dos meses (La confianza con Alfonso Guerra es falsa. Éste siempre le despreció):
Mi padrastro, que está ahí en la foto ( JV señala un cuadro en su salón), junto al retrato de Robespierre, era comunista, mientras que mi padre biológico había sido proalemán durante la Segunda Guerra Mundial [Un belga de León Degrelle, seguramente. Cuánta perífrasis para decir ‘nazi’]. Eso te crea una situación un poco esquizofrénica. [Bueno, su madre era de extrema derecha y nacionalcatólica] Aún hay gente que me para por la calle y me dice: si te hubieras esperado, habrías sido líder de la derecha en lugar de Aznar. Y un día, Mercedes, mi mujer, le respondió a uno: “No tiene usted ni idea, porque si mi marido hubiera sido presidente del Gobierno con la derecha, habría nacionalizado la banca, los seguros, la industria, las autopistas, las grandes superficies… y por tanto, al cabo de tres meses, estaría muerto, porque le habrían puesto una bomba”. Y es cierto. Fui un joven fascista hasta los dieciocho años y vivía una situación de esquizofrenia que algún día tenía que resolver. Los azares de la vida me hacen evolucionar desde el fascismo, primero, hacia el nacional-comunismo, que nunca he abandonado, que permanece. Siempre me ha encantado la idea de juntar comunismo y nación. Luego aterricé en la derecha española y empiezo a escribir sus discursos. El único artículo que me ha publicado El País, el único, no lo firmaba yo: se lo escribí a Rafael Pérez Escolar. Y así seguí evolucionando hacia planteamientos que en España no tenían más remedio que ser parademocráticos, por así decir.
Bueno, pues iba contando que Nieves Herrero dio paso a una conexión en la que una feliz becaria entrevistó a Verstrynge como portavoz cualificado de aquella turba. Y debía de serlo, puesto que anunció que en ese momento se dirigían a hacer un escrache a una persona importante. Verstrynge es vecino de la vicepresidenta. Vive a la vuelta de la esquina y lo más lógico es pensar que fue él el proponente del objetivo.
Era la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría. Debo decir que siento por esta mujer cierto aprecio personal, pero sería igual que no. Para expresar nuestro grado de postración, querido ministro, basta pensar que una persona fue acosada en su domicilio por una horda de tres centenares de personas, acaudilladas por el antiguo delfín de la derecha española, un sujeto que en la pequeña historia de España, empezó en el fascismo para evolucionar armónicamente hacia el chavismo al hacerse maduro: fue del fascismo al fascismo, fue de la nada a la nada, según habría escrito aproximadamente Miguel Hernández.
“Antigua noche y sal desordenada/ golpean las paredes de mi casa” escribió Pablo Neruda y estos versos con que arranca ‘La noche en Isla Negra’ me acudieron ayer a la memoria al pensar en la vulnerabilidad que debió de sentir nada menos que la vicepresidenta del Gobierno que un viernes por la tarde se había llevado papeles a casa para poder ver a su hijo de año y medio. Y allí sufrió el acoso de su vecino. Jorge Verstrynge Escrache. Repítanlo en tono de voz ligeramente alto. Hay nombres que son onomatopeyas perfectas, como si fueran pronunciados por Chaplin en su caracterización del dictador Hynkel.
En la web del periódico en que escribo, querido ministro, leí anoche un subtítulo sorprendente: “Unas 300 personas se agolparon en una protesta que no tuvo incidentes”. Me hizo recordar una noticia que leí hace bastantes años en el diario Deia y que me pareció un manifiesto acabado de la violencia que estremecía a la sociedad vasca: era definida como normalidad. Se trataba de un suelto en el que se daba noticia de un atraco a una sucursal bancaria de Balmaseda. Contaba como los tres atracadores habían entrado en el establecimiento provistos de escopetas con cañones aserrados, habían obligado a tumbarse a las dos o tres personas que había dentro. La crónica terminaba así: “Después, se llevaron las 300.000 pesetas que había en la sucursal sin hacer uso de la violencia en ningún momento”.
Esa es la cuestión. La violencia era el atraco. El incidente era la montonera. Ya que las fuerzas a su mando identificaron a Jorge Verstrynge Escrache como uno de los líderes de la turbamulta, me gustaría saber si aquella concentración de acoso a la vicepresidenta en su domicilio había sido comunicada como exige la ley y, en caso negativo, qué sanción administrativa le va a imponer a este fascista madurón, entre otros.
Verá, ministro, soy tan sensible como el que más. Comprendo absolutamente la tragedia que supone la crisis para aquellas personas que sin haberse metido en camisas aventureras de grandes tallas, se han visto sin puesto de trabajo y han perdido su vivienda. No simpatizo con quienes la han perdido después de haberse metido en retos demasiado grandes para sus posibilidades, no todos los desahucios son iguales. Pero en ningún caso se puede aceptar como legítimas las violaciones de la ley. La extrema desesperación puede ser atenuante, no eximente.
Este, evidentemente no es el caso de la caudilla Colau que nunca se ha sido afectada por una hipoteca, pese al nombre de la plataforma que pastorea. Ni por Verstrynge, a quien supongo interpelando a su vecina junto al resto de la mara: “Soraya, Soraya, ¿tu casa quién la paga?” sin caer en que la respuesta correcta era: “los mismos que la tuya, so memo”. Una cuestión añadida, ministro, es que la posibilidad de acosar a la vicepresidenta del Gobierno sin que pase nada, reparte desconfianza entre la ciudadanía sobre el grado de seguridad que podemos esperar de un Ministerio que no acierta a proteger a persona tan principal en su Gobierno. ¿Cómo me va a defender a mí, llegado el caso?
Creo que estuvo usted acertado hace unos días al advertir de la posibilidad de que después hagan escrache a los jueces y a los periodistas. Y digo yo, ministro, que llegado el caso, y no pudiendo contar con la protección efectiva de la fuerza pública, si me podría usted sacar de dudas respecto a dos cuestiones:
Primera. Ahora que conozco el domicilio del señor Verstrynge, a ver si puedo publicarlo aquí e invitar a quien quiera a concentrarse frente a su portal para pegar carteles en los que se advierta al vecindario de que “Aquí vive un fascista”.
Segunda. Si yo mismo puedo ir, sin turba detrás ni nada, a pegar en su puerta esas fotos en las que el tío parece Peter O’Toole en ‘La noche de los generales’.
Consideraciones añadidas: la plataforma antidesahucios de Vizcaya había anunciado que no escracharían a los populares vascos en sus casas, sino en su sede; Antonio Basagoiti mostró fotos de los batasunos Periko Solabarria y Tasio Erkizia en escraches de las últimas semanas. Ada Colau había anunciado su intención de querellarse contra la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes por haber llamado ‘filoetarras’ a los antidesahucios. Se equivocaba la delegada: era sólo que los filoetarras se apuntaron a los antidesahucios, como antes a todas las kausas populares, valga la paradoja: nuklearrik Ez!, la autovía de Leizarán y todo eso. Ahí están Tasio y Periko, dos desechos de iglesia, tan insobornables en la protesta como callados cómplices de tanta y tanta sangre derramada.
SANTIAGO GONZÁLEZ 07/04/13