JOSÉ LUIS LIZUNDIA, Académico emérito de Euskaltzaindia, EL CORREO 10/08/13
· Después de cuatro décadas de trabajo diario en la Academia, Lizundia repasa los hitos de la institución y los problemas de la euskaldunización.
José Luis Lizundia ha cumplido 75 años y después más de cuatro décadas de trabajo diario en Euskaltzaindia pasa a ser académico emérito. Él se define como el «último mohicano» de un sector del grupo de euskaltzales que renovó la Real Academia de la Lengua Vasca a finales de la década de los sesenta, entre los que estaban el franciscano Luis Villasante y Gabriel Aresti. Desde 1969 ejerció de vicesecretario general y luego de tesorero, lo que le ha hecho conocer Euskaltzaindia no sólo desde el aspecto del cuidado del euskera sino también su faceta organizativa.
A esta labor se une su trayectoria en Euskadiko Ezkerra, partido con el que ha sido parlamentario en Vitoria y juntero en Gernika. Se siente orgulloso de su participación en la Ley del Euskera, ahora hace más de treinta años, y se sitúa en la izquierda aunque se define, «con orgullo», como «heterodoxo». Como tantos abuelos, ejerce de cuidador de su nieto mientras su hija trabaja por las mañanas.
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– Usted ha tenido un papel fundamental en los aspectos organizativos de Euskaltzaindia.
– En el año 68 se fue el entonces vicesecretario, Alfonso Irigoien, a terminar su carrera a Salamanca y nos dieron la oportunidad de presentarnos a la plaza, muy mal pagada. Concurrimos dos, Gabriel Aresti y yo. Ambos teníamos trabajos administrativos. Él era contable y yo, secretario del Ayuntamiento de Garai. Aresti escribió una carta de renuncia a mi favor, diciendo que, aunque andaba regular de trabajo, él era poeta y no se veía en el puesto. En febrero de 1969 empecé como vicesecretario y he trabajado en la Academia hasta la jubilación.
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– Algunas voces aseguran que el euskera avanza lento en la calle porque ciertos elementos, como el verbo, no se han simplificado lo suficiente. ¿Hace falta una lengua más versátil o funcional?
– Sí, he leído el artículo que publicó en EL CORREO Luis Haranburu Altuna y es una opinión que defienden también otros como Xabier Amuriza. En términos generales, estoy de acuerdo. Una cosa es el mundo de los filólogos y otra cosa es el de los enseñantes, y muchas veces no se han separado lo suficiente. Como ya he dicho en alguna ocasión, al euskera no le sienta bien ni el dóping, para que vaya más rápido, ni la eutanasia, para que se muera plácidamente. Se han cometido algunos excesos de celo filológico. Nos hemos vanagloriado de la riqueza que tenemos en el verbo y hemos pretendido de que todo el mundo lo domine. Pero el hecho es que no puedes convertir a todo el país en un reino de pequeños filólogos.
– ¿Se exige demasiado euskera para algunos trabajos?
– Con que un guarda forestal sepa comunicarse de manera sencilla, es suficiente. Un médico de familia en un área euskaldun tiene que saberlo, pero un anestesista puede hablar lo que quiera y si es mudo no pasa nada. Sí, se ha exigido donde no se debe o como no se debe. Siempre hay que tener en cuenta dos criterios, la zona de que se trate, y no el territorio histórico, y la naturaleza del trabajo. No es lo mismo Ondarroa que Karrantza. No me importa que en Valdegobía, una zona alavesa en la que se ha perdido el euskera hace un par de siglos, tarden otros cincuenta años en normalizar la situación de la lengua. Hay que tomar en cuenta todas estas cuestiones para hacer un plan de normalización efectiva, que además resguarde el euskera de posibles antipatías.
– ¿Las ha habido por esta causa? – Ha habido un rechazo sin mala voluntad y una instrumentalización de algunos hechos por parte del nacionalismo español. A veces hemos tenido poco tacto y poca táctica. Han existido intentos de monopolizar la lengua por parte de algunos sectores del nacionalismo vasco. Y el euskera no está para esos trotes.
– ¿Cómo ve ahora Euskaltzaindia?
– La veo con inquietud, con casi tres años sin convenio laboral y una evidente frustración en el personal, frustración que se está extendiendo en los académicos. Está gobernada por un ‘centralismo burocrático’, que me llevó a dimitir de tesorero y, como tal, como miembro de la Junta de Gobierno en febrero del año pasado por el constante ‘puenteo’ presidencial. El centralismo burocrático está agarrotando la tradicional autonomía de las principales comisiones académicas, desde su creación hace casi cuarenta años con la presidencia de Villasante, y lleva a una arbitrariedad en la adjudicación y el tratamiento de los proyectos. Estoy verdaderamente preocupado del devenir de nuestra institución. Vive una crisis larvada.
«Aquí ha habido un integrismo que divide a los vascos en buenos y malos»
«Hemos vivido con demasiados dogmas», sostiene el académico, y lamenta que la tolerancia del mundo cultural no haya pasado al político.
Además de su labor cultural y en favor del euskera, José Luis Lizundia ha participado de manera muy activa en la política vasca desde la Transición. En las elecciones generales de 1977 fue en las listas de Euskadiko Ezkerra, la única formación en la que ha militado. En 1979 fue juntero por el Duranguesado y un año más tarde entró en el Parlamento Vasco. Allí trabajó sobre todo en la Ley del Euskara, en la Ley de la Radio y Televisión Vascas y en la de Territorios Históricos (LTH).
– ¿Qué sabor le queda de su experiencia política?
– Desde el 1977 al 1995 he sido de Euskadiko Ezkerra. Como el partido fracasó, yo me considero un político fracasado. No somos los únicos. Ahí están los HB, o ahora Bildu, si se quiere. Ellos sí que deben de saber muy bien lo que es el fracaso.
– ¿Cómo ha cambiado la política desde que entró en ella?
– Después de la muerte de Franco empezamos con mucha ilusión, quizá con demasiada ilusión y bastante ingenuidad. En nuestro país ha habido mucho integrismo, y una sociedad integrista es una sociedad sectaria. Lo suele decir Haritschelhar, que se define como un ‘republicano francés de nacionalidad vasca’. El integrismo en España ha hecho que mucha gente divida el mundo entre los buenos y los malos españoles. Aquí ha pasado lo mismo con los vascos buenos y los malos. En Iparralde la política se vive de otra manera. Quizá te suene el ‘Agur Zuberoa’. Lo escribió Etchaurren, un socialista y también vasquista, a la vez que republicano.
– ¿Ha sido la política en el País Vasco una especie de religión?
– Puede ser. Lo que estoy seguro es que la hemos vivido con muchos, con demasiados dogmas. Recuerdo un funeral en el que el cura empezó citando a Barandiaran en euskera y terminó con Unamuno en castellano. Luego me dijo: «Dogmas en política, ninguno. Y en la religión, con dos o tres son suficientes».
– ¿Se ha trasladado ese dogmatismo al mundo cultural?
– No es lo mismo euskaltzale que abertzale, y sobre los diferentes significados de este último término podríamos hablar mucho. He estado en reuniones con Telesforo Monzón y con gente de derechas y hemos acabado todos cantando el ‘Gernikako arbola’. En el mundo de la cultura, del euskera, ha habido una tolerancia que no hemos sabido llevar al mundo de la política. Y ese ha sido un fallo tremendo.
– ¿Cómo ve el País Vasco después del terrorismo?
– Todavía no se han resuelto algunas cosas. Para que te sitúes, yo he participado en las concentraciones de Gesto por la Paz en Durango desde el principio. El mundo de la mal denominada izquierda abertzale tiene que hacer autocrítica y reconocer los asesinatos y el dolor que ha producido. Pero eso no es todo. Cómo no recordar las tres primeras legislaturas en el Parlamento Vasco, cuando todo se estaba haciendo, cuando ellos eran legales y se negaron a participar en la vida institucional…
–¿Se acuerda especialmente de alguna persona que compartió con usted sus ideas políticas?
– Me acuerdo a veces de Mario Onaindia. No tenía grandes dotes organizativas. Fue un filósofo de la política y un gran vasquista. Pocos políticos han escrito tantos libros en euskera.
JOSÉ LUIS LIZUNDIA, Académico emérito de Euskaltzaindia, EL CORREO 10/08/13