Juan Manuel Santos, el rehén de Maduro

ABC 29/08/15
RAMÓN PÉREZ-MAURA

· Igual que se hizo en la Alemania de Hitler, en la Venezuela asesorada por Podemos se señala a los colombianos como los nazis marcaban a los judíos

ÁLVARO Uribe suele mostrar unas posiciones que no comparto. Mas esta vez, ante la agresión venezolana a Colombia, está cargado de razón cuando el pasado martes afirmaba en Cúcuta que «así como Hitler infundió odio contra los judíos diciendo que eran la base del mal y una raza inferior y todo terminó con el asesinato de seis millones de judíos, la dictadura castro-chavista de Venezuela está dedicada a infundir odio contra el pueblo colombiano llamando a nuestras mujeres prostitutas y a nuestros compatriotas paramilitares». Porque igual que se hizo en la Alemania de Hitler, en la Venezuela asesorada por Podemos se señala a los colombianos como los nazis marcaban a los judíos.

Las autoridades venezolanas, después de provocar la deportación de los colombianos asentados en las regiones fronterizas han ido señalando sus casas con un aspa y las iniciales «RD». Lo que equivale a «revisado, derrumbe». ¿Qué busca el Gobierno venezolano con esta actitud genocida? La explicación es más sencilla de lo que parece: Durante años los gobiernos bolivarianos de Chávez y Maduro han pretendido personificar el enemigo en Estados Unidos –primero– y en España – después. Pero esos eran supuestos rivales demasiado distantes y a los que era imposible confrontar de manera visible. En cambio Colombia es un enemigo fácil. Para los venezolanos es una obsesión enfermiza desde hace generaciones y por ello es mucho más sencillo para Maduro azuzar ese espantajo. Tener como enemigo a un vecino acarrea beneficios complementarios. Como primera provisión se justifica -según su lógica- cerrar la frontera. Y con una crisis así se puede argumentar que no se celebren elecciones. El chavismo sabe que es imposible quitarle el poder si no se le arrebata Caracas y los Estados de Táchira y Zulia. Y estos dos son estos fronterizos con Colombia.

Y frente a este éxodo de colombianos, ¿cuál ha sido la reacción del presidente colombiano Juan Manuel Santos? Poca. Al fin el jueves llamó a consultas a su embajador en Caracas. Y Venezuela hizo lo mismo. Un empate nada fácil de resolver. Porque Santos no puede plantar cara a Maduro por dos razones. La primera, porque su gobierno no tiene claro el grado de control del poder que retiene Maduro frente al Ejército venezolano. Y la segunda, porque en todo caso él es rehén de la Venezuela que todavía representa Nicolás Maduro.

Y es que Juan Manuel Santos es rehén de Maduro porque decidió convertirlo en «facilitador del proceso de paz» con las FARC que se intenta llevar a cabo en La Habana. Y ese proceso de paz, cuyo futuro es cada día más cuestionado, es la única herencia que Santos puede aspirar hoy a dejar como legado, en un momento en que los males económicos se multiplican y la devaluación del peso frente al dólar roza el 60 por ciento. Esta semana, el ex presidente Andrés Pastrana, en su condición de miembro de la Comisión Asesora de Paz, dirigió una carta a Santos exigiéndole que se retire a Venezuela su condición de facilitador después de ese «ese gobierno de manera evidente y sistemática ha violado los derechos humanos fundamentales de nuestros compatriotas (…) Un facilitador sin funciones claras que ataca a los Colombianos está inhabilitado moral y éticamente para participar en las negociaciones de la Habana.» Pero Santos no puede dar ese paso porque es rehén de Maduro. Y no hay peor condición para un presidente que la de ser rehén de un cadáver político.