ABC 11/02/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· La negociación del PSOE con Ciudadanos no tiene otra finalidad que la de servir de coartada a Sánchez
LA política española se ha convertido en un espectáculo de prestidigitación en el cual nadie parece tomar en consideración la realidad en la que se mueve y todos los actores se esmeran en salvar las apariencias. Todos juegan al engaño a varias bandas, empezando por la propia. El final de la partida está cantado, pero hasta llegar a ese desenlace es preciso representar una función lo suficientemente creíble como para que unos y otros puedan saludar a su público sin sonrojarse.
Encabeza la función el candidato socialista, Pedro Sánchez, a quien hay que reconocer excelentes dotes para la interpretación. Es preciso ser un comediante de talento para enfrentarse diariamente a periodistas y políticos con el discurso del «diálogo con todos», la «centraldad» y demás tópicos al uso, sabiendo perfectamente que las únicas conversaciones con posibilidades de culminar en un gobierno encabezado por él, que es la meta a la que aspira, son las que mantiene bajo cuerda con Podemos. La negociación abierta con Ciudadanos no tiene otra finalidad que la de servir de coartada con vistas al congreso de su partido, dado que los escaños de ambas formaciones suman 130 diputados y los restantes grupos de la Cámara anuncian unánimemente su rechazo a esa alianza. Lo que persigue Sánchez con ese paripé, por tanto, es ser investido presidente gracias a los votos de Iglesias, pudiendo culpar al PP del fracaso de la «alternativa moderada» por su negativa a abstenerse. ¿Qué sacan de ahí los de Rivera? Que nadie pueda acusarles de haber escatimado esfuerzos, una mejor posición de salida en los próximos comicios y algún protagonismo en esta fase temprana de la representación, en el bienentendido de que sus interlocutores socialistas les darán una patada en el mismo momento en que lo consideren necesario para cerrar su pacto con quienes ideológica y aritméticamente les interesan de verdad. Llegados a ese punto, es de suponer que los «naranjitos» se levantarán de la mesa, ya que deben de ser conscientes, cuando fijan sus líneas rojas, de que cruzarlas equivale a suicidarse.
El líder podemita, a su vez, no esconde demasiado sus cartas. Él ha dicho desde el principio cuáles son sus intenciones, si bien ha puesto el listón de las condiciones muy alto a fin de poder bajarlo en la etapa final de la subasta. Su objetivo a medio plazo es sustituir al PSOE como partido hegemónico en la izquierda. Las poltronas que se adjudique en el próximo Gabinete son secundarias a ese empeño, que está al alcance de su mano tanto si Sánchez cede ahora, que cederá, como si se la juega a repetir elecciones. Por eso da una de cal y otra de arena, mostrándose hoy esquivo y mañana seductor. Juega al ratón y el gato con la ventaja se saberse imprescindible en ese Eje frentepopulista al que se unirá, entusiasta, el PNV, y que apoyarán por acción u omisión, digan lo que digan hoy, unos separatistas catalanes cuya máxima prioridad reconocida es sacar del gobierno al PP.
En cuanto a este último, me pregunto si Rajoy se cree su propio discurso o se limita a intentar mantener la moral de la tropa para acallar voces críticas. Oyéndole decir ayer en el Senado eso de «no es posible que gobierne quien no ha ganado las elecciones», venían a mi mente unas cuantas autonomías y ayuntamientos donde eso está sucediendo ya desde hace meses, sin que hayan saltado hasta la fecha las costuras de la democracia. ¿Qué pretende el presidente en funciones con semejante mensaje? Ganar tiempo. Lo de siempre. Porque engañar, lo que se dice engañar, no engaña a nadie.