Kepa Aulestia-El Correo

El acuerdo sobre las pensiones alcanzado entre los socios del Gobierno de coalición y aceptado por la Comisión Europea vino ayer a aliviar las heridas infligidas en la pugna de las últimas semanas entre el PSOE y Podemos. Las diferencias sobre la necesidad o no de corregir la vertiente penal de la ley del ‘sólo sí es sí’ se habían expresado de manera tan descarnada que parecía imposible la continuidad de la coalición. El Ejecutivo de Pedro Sánchez necesitaba un triunfo inmediato que devolviera algo de sentido a la alianza progresista. El ministro Escrivá no estaba en condiciones de asegurar la sostenibilidad del sistema de cara al futuro. Necesitaba atender las demandas de los pensionistas de hoy y las expectativas de los de mañana mismo. No es toda la verdad, pero forma parte de ella. Como forma parte de ella que a la buena nota lograda por el primer titular de ayer sobre el tema le siguió un aluvión de críticas, objeciones y esperas a la letra pequeña del asunto.

La política revela necesidades, reacciones, inercias y una gestión más o menos acertada de las oportunidades del momento. Pero ‘estrategia’ es solo la calificación que los observadores concedemos a una sucesión, la mayoría de las veces fortuita, de aparentes logros. ‘Estrategia’ es, si acaso, una atribución exclusiva de quien ocupa el poder. Esta misma semana se convirtió en lugar común el supuesto de que Sánchez había decidido contrarrestar las malas horas de su Gobierno señalando los vínculos de Núñez Feijóo con la corrupción. Bastó que en el pleno de control del miércoles dijera aquello de que él siempre se asegura de quién es el patrón antes de embarcarse. Dos días después la ‘estrategia’ pasaría a reflotar a Yolanda Díaz a cuenta del acuerdo sobre pensiones, después de que –como acostumbra– la vicepresidenta segunda se hiciera a un lado en la confrontación interna del Gobierno, a la espera de resurgir en primera persona.

De todo lo ocurrido cabe extraer dos conclusiones. Una, que Pedro Sánchez no acaba de exprimir las ventajas que le concede su posición al frente del Gobierno, a pesar de haber contado con una legislatura cargada de épica. Basta que una secretaria de Estado ponga en valor un feminismo juvenil dispuesto a desear a voces que alguien no hubiera nacido para dejar en nada los discursos atlantistas del presidente. La otra, que explica en buena medida la primera, la constatación de que ni Podemos se considera un socio realquilado en la coalición de Gobierno, ni Sánchez puede presentar a sus aliadas como una compañía circunstancial. Las y los morados se presumen tan Gobierno como los socialistas. Cada vez que las izquierdas recuerdan que el PP solo podrá volver a La Moncloa si cuenta con Vox, invitan a pensar en que es eso mismo lo que le ocurre al socialismo de Pedro Sánchez. Se trata de un juego entre debilidades. Podemos, que la candidatura todavía pendiente de Yolanda Díaz parecía capaz de hacer prescindible, es ya imprescindible también para el PSOE. Su compañía es –como diría Pablo Iglesias– «condición de posibilidad» para que el presidente siga siéndolo.