TONIA ETXARRI-EL CORREO

A medida que se apura la campaña electoral catalana suben los decibelios desde el ala oeste de La Moncloa. Que son elecciones que trascienden el marco catalán porque la nueva Generalitat va a tener una clara repercusión en la forma de gobernar España se da por descontado. Pero el ruido que está protagonizando el vicepresidente Iglesias es atronador. Sus continuas descalificaciones a nuestro sistema democrático no se pueden justificar por el momento electoral. En primer lugar porque Pablo Iglesias está cuestionando la aplicación de la ley a los condenados del ‘procés’ desde hace tres años. En 2017 ya compró todo el discurso de los independentistas. Por lo tanto, su plan desestabilizador viene de lejos. Mucho antes que esta campaña electoral tan insólita e incierta. La torpeza de la ministra portavoz, María Jesús Montero, diciendo que quería creer que el vicepresidente tiene vocación de «mejorar permanentemente la calidad democrática de nuestro país» ha sentado como una tomadura de pelo en la opinión pública.

Juegos de manos muy burdos. Un disparate. Iglesias se revuelve contra su perspectiva de desplome electoral, desde luego. Pero su plan viene de lejos. Y en segundo lugar, porque no todo vale en campaña. Proclamar que España no es un Estado democrático, en el más puro estilo Puigdemont, no es cuestión baladí, viniendo de un vicepresidente de Gobierno. Si eso es lo que piensa, ¿qué hace repantingado en el Consejo de Ministros? Suenan tambores de crisis en la Moncloa pero, mientras Pedro y Pablo se necesiten, Sánchez se esconderá bajo el ala. Es lo que está haciendo en cuanto aparecen problemas, provocados desde la cocina de La Moncloa, de difícil explicación. Silente en plena tormenta. La duda razonable está en sus intereses, ¿le conviene «dejar hacer» a su vicepresidente para aparecer él como un político más centrado aun a riesgo de dar una imagen de inhibición y desgobierno?

Illa, el brazo alargado de Sánchez en la campaña catalana, se centra en combatir la abstención, que es lo que más les preocupa a los candidatos constitucionalistas. Acude tan sobrado a los debates de televisión que pide a los demás humildad desde su arrogancia. Desde ERC sugieren que pactará con Vox. Y desde el PP y Ciudadanos se muestran convencidos de que si pudiera pactaría con ERC. La única certeza es que si la nueva Generalitat vuelve a ser independentista, pillará a las instituciones más debilitadas que en 2017. Porque si entonces el Estado logró frenar a Puigdemont y Junqueras fue gracias al discurso del Rey y a la unión de todas las fuerzas constitucionalistas, incluido el PSOE. Y gracias también al éxito de la diplomacia española. Porque entonces, no había ningún gobernante que se propusiera socavar la democracia de nuestro país. Ahora no se puede decir lo mismo.