EL CORREO – 20/06/14
· Felipe VI promete una Monarquía renovada y espíritu de acuerdo: «En España cabemos todos»
LAS CLAVES
· Modelo territorial Don Felipe renueva su «fe» en la unidad de España aunque puntualiza que no equivale a «uniformidad».
· El legado de Juan Carlos I Reivindica el reinado de su padre porque abrió paso a la reconciliación, la democracia y la pluralidad.
· El discurso 26 minutos sin sorpresas pero sin amnesias: habló de crear empleo y de quienes sufren la crisis.
«En cumplimiento de la Constitución, queda proclamado Rey de España don Felipe de Borbón y Grecia, que reinará con el nombre de Felipe VI. Viva el Rey, viva España». Así, entre vivas de los diputados, senadores e invitados a una sesión para la historia de las Cortes Generales, solemnizó el presidente del Congreso, Jesús Posada, el juramento que el nuevo Monarca acababa de prestar ante la Carta Magna, el texto que, como él mismo «celebró», le otorga el carácter de Rey constitucional.
Una sucesión inédita tras la abdicación de su padre, reglada y ordenada, muy distinta a la proclamación de Juan Carlos I en 1975, en unas cortes preconstitucionales y rodeado de militares. 39 años después, Felipe VI vistió ayer, sí, de uniforme –el de gran etiqueta del Ejército de Tierra– pero quiso insuflar aires de modernidad y de cercanía con el pueblo a una institución, la Monarquía parlamentaria, en cuyo futuro dijo creer porque, «puede y debe», subrayó, «seguir prestando un servicio fundamental a España».
Eso sí, sin olvidar la necesaria regeneración en un país en transformación, convulsionado, golpeado por la crisis, que desconfía de sus representantes institucionales y comparte una extendida sensación de fin de ciclo. «Una Monarquía renovada para un tiempo nuevo», reiteró don Felipe al principio y al final de su discurso, ante la atenta mirada de la Reina Letizia y de sus hijas, Leonor, Princesa de Asturias, y la infanta Sofía. La nueva Familia Real que encarna a una «nueva generación» decidida a afrontar su tarea «con espíritu abierto y renovador» sin olvidar el «extraordinario» legado del ‘juancarlismo’, que don Felipe reivindicó porque abrió el camino, dijo, a la democracia, la «reconciliación» y la convivencia y sirvió para reconocer a España «en su pluralidad». Juan Carlos I, Rey honorífico a título vitalicio y ausente ayer del Congreso para no robar plano a su hijo, se llevó un prolongado aplauso, igual que la Reina Sofía, de quien don Felipe, que también mencionó a su abuelo don Juan, destacó su «dignidad y sentido de la responsabilidad». Doña Sofía, ayer también madre, le lanzó un beso.
Eran las 10:47 de la mañana cuando el Rey Felipe VI se encaminó a la tribuna de oradores ubicada sobre la flamante tarima de autoridades del Congreso dispuesto a desgranar el discurso más importante de su vida, plenamente consciente de que los ojos de todo el país estaban puestos en él, no solo por la dignidad que desde ayer asumió, sino porque, como nueve jefe del Estado, encabeza ahora una institución en horas bajas, con sus cotas de popularidad en mínimos históricos y seriamente lastrada por los escándalos y por la imputación de la infanta Cristina y su esposo, Iñaki Urdangarin, en el ‘caso Nóos’. La ausencia de la menor de las dos hermanas del Rey, apartada de la familia tras el paseíllo en los juzgados de Palma, –la mayor, Elena, sentada junto a su madre, siguió con lágrimas de emoción la proclamación– sirvió de recordatorio de los ‘annus horribilis’ que ha encadenado la Corona e hizo más patente, si cabe, el propósito de enmienda expresado por don Felipe en su medida intervención.
Nos lo tenemos que ganar, vino a decir. La Corona, subrayó, debe hacerse merecedora del aprecio, respeto y confianza de los ciudadanos y, para ello, observar una conducta «íntegra, honesta y transparente». «Solo de esa manera se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones», advirtió. En pleno debate sobre la forma del Estado, con los partidos de credo republicano en franco ascenso y protestas en la calle que enarbolan la bandera tricolor, don Felipe optó por la humildad. «Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan, con toda la razón, que los principios morales y éticos inspiren, y la ejemplaridad presida, nuestra vida pública. Y el Rey tiene que ser no solo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia», se comprometió.
26 minutos con vocación integradora y abierta, con concesiones a la esperanza en las posibilidades de la «gran nación» española, con las funciones que la Carta Magna otorga al Rey como frontispicio, sin sorpresas, pero sin amnesias –don Felipe se refirió a la imperiosa necesidad de crear empleo, se acordó de quienes han visto su «dignidad herida» por la falta de recursos, al papel de las mujeres, a las nuevas tecnologías, a la conciencia medioambiental, a la cultura y la educación, a las relaciones exteriores–, bien hilados, y que dejaron buen sabor de boca y, a juego con la radiante y calurosa mañana de sol en Madrid, una sensación de cierta confianza en el futuro en casi todos los presentes.
«Ni enfrentar ni excluir»
Pero no en todos. Iñigo Urkullu y Artur Mas, sentados en un palco de honor junto a Alberto Núñez Feijóo como deferencia hacia las nacionalidades históricas constitucionalmente reconocidas, aplaudieron poco y con desgana, y el lehendakari, incluso, abandonó con prisas el hemiciclo. Pese a la escenificación de recelo y distancia, hubo guiños de Felipe VI a la pluralidad y «diversidad» del Estado –si la vida está hecha de gestos, muy simbólicos fueron la alusión a Machado, Aresti, Espriu y Castelao y la despedida en todas las lenguas cooficiales–, a solo cinco meses de la fecha estipulada para la consulta independentista catalana. En puertas del desenlace del órdago de Mas y con el debate sobre el modelo territorial y la crisis del Estado autonómico acordado en 1978 a flor de piel, Felipe VI quiso lanzar un mensaje conciliador aunque insuficiente para los nacionalistas por no aludir expresamente a la plurinacionalidad del Estado o a la reforma de la Constitución y por reafirmar su «fe» en la «unidad de España». Una unidad que, subrayó el Monarca, no es sinónimo de «uniformidad» sino fuente de riqueza.
El Rey, que hizo frecuentes apelaciones al espíritu de acuerdo y consenso que inspiró la Transición, dibujó la España en la que reinará como un país en el que «no se rompan los puentes de entendimiento», «unido y diverso» y cuyas costuras básicas descansen en la igualdad, la solidaridad y el «respeto a la ley». «En esa España cabemos todos, caben todos los sentimientos y sensibilidades, caben las distintas formas de sentirse español», enfatizó, sin referirse a quienes no se sienten así en absoluto. Los sentimientos de pertenencia, recalcó, en ningún caso deben «enfrentar o excluir» sino «convivir y compartir». Don Felipe concluyó su histórica alocución citando una frase del Quijote: «No es un hombre más que otro si no hace más que otro». «Yo me siento orgulloso de los españoles y nada me honraría más que, con mi trabajo y esfuerzo de cada día, los españoles pudieran sentirse orgullosos de su nuevo Rey».
EL CORREO – 20/06/14