Las etimologías aseguran sorpresas. Veamos un ejemplo: la voz griega ‘plagios’ equivalía a oblicuo, trapacero, engañoso, e inspiró la palabra latina ‘plagium’ (la acción de robar esclavos o comprar y vender como tales a personas libres); ‘plagiarius’ era quien secuestraba a un esclavo.
¿De qué modo ‘plagio’ pasó al significado actual de hacer pasar como propias obras ajenas? El poeta satírico Marcial -romano y nacido en lo que hoy es Calatayud- aplicó el término ‘plagio’ al robo literario del que decía ser objeto. Fue en el siglo I.
De forma civilizada, sólo la coerción de los organismos encargados de imponer la ley puede acabar con esas prácticas. Pero hacer la vista gorda, no salir al paso y dejar hacer, tanto legal como socialmente, es un guiño que justifica e incluso anima a seguir delinquiendo. Así sucede con los distintos pirateos.
Cabe preguntarse qué proporción de los delitos que se cometen llegan a ser denunciados, y cuántos de éstos tienen consecuencias ejemplarizantes, en sanciones o compensaciones. Una incierta respuesta a la primera pregunta daría idea de la impotencia experimentada ante la delincuencia. La segunda cuestión, en cambio, es evaluable, pero la impunidad siempre desmoraliza a las víctimas. Se dirá que los juzgados están colapsados y que no tienen suficientes medios. Y así pasa en muchos países, no sólo en España. Pero esto sólo consuela a los necios, pues tan importante deficiencia resulta demoledora, individual y socialmente.
Por nuestro bien, urge poner en forma a la justicia. No es aceptable lanzar promesas al viento y vender humo con un optimismo perverso. Hacen falta ganas y poner hilo a la aguja.