El Correo-RAÚL LÓPEZ ROMO Historiador. Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo

La resistencia es a la par negación y afirmación. Reacción frente al mal instalado. Los que la protagonizaron en Euskadi rompieron la cadena del terror y huyeron de la venganza

Debería abrir las ventanas de par en par para que salgan a la calle las palabras, los lamentos, las viejas conversaciones tristes atrapadas entre los tabiques del piso deshabitado». En su novela ‘Patria’, Fernando Aramburu pone esta reflexión en boca de Bittori, la viuda de Txato, asesinado por ETA, cuando ella regresa a la antigua casa familiar de donde tuvieron que marcharse. Como ese fragmento sugiere, este es un tiempo de relato, pero apenas sí hemos empezado a contarnos lo que aquí ha sucedido. Hacen falta muchas voces desde muchos ángulos para conocer y transmitir qué ha sido el terrorismo. Claro que esa tarea no será sencilla si no se ponen la voluntad ni los medios adecuados.

Hay dos espacios sobre los que no se suele poner el foco, pero que son fundamentales: la familia y la escuela. La transmisión de valores morales empieza en casa. No podemos delegar en los centros educativos esa labor. Los padres tienen la capacidad de adoctrinar a sus hijos en una ideología incivil, asegurándoles que el otro es un ser sucio y despreciable, o de deslegitimar recursos como el acoso contra los que no piensan igual. En esto, que es elemental, todavía queda un largo camino por recorrer. Además, en los institutos, en todos ellos, no solo a través de experiencias piloto, debería tratarse sin circunloquios el fenómeno del terrorismo. Sigue habiendo obstáculos: el recelo a la hora de tocar un tema espinoso, la falta de materiales, los prejuicios partidistas… Pero no debería haber excusas porque la causa lo merece. Los jóvenes no saben qué ha ocurrido, o acceden a ello de forma parcial y frecuentemente sesgada. Y no estamos ante un episodio irrelevante, sino ante un elemento clave de la Euskadi del último medio siglo. Sin ese ingrediente, no se comprende nada.

Claro que el tema es incómodo. El de la violencia política es un continente oscuro: atentados, muerte, miedo, destrucción… Pero de toda esa negra herencia, como aseguró Tzvetan Todorov, me gustaría que también quedara el recuerdo resplandeciente de aquellos que hicieron frente al totalitarismo y que han dado su testimonio. Todorov los llamó «insumisos», y dedicó un libro a recoger sus nombres y sus historias: Germaine Tillion, Aleksandr Solzhenitsyn, Nelson Mandela… Israel concede el título de «justos entre las naciones» a aquellos que salvaron vidas de judíos; por ejemplo, escondiéndolos en sus casas de la persecución nazi, con grave riesgo personal. En nuestro entorno, Sara Hidalgo ha calificado de «resistentes» a los que se reafirmaron en un código de libertad que en su momento sirvió para hacer frente a la dictadura franquista y años después al terrorismo de ETA y de sus servicios auxiliares. Con los mutatis mutandis de rigor en función de los diferentes contextos, estos tres casos nos ilustran sobre personas con una fuerte coincidencia: por su valentía, son referentes cívicos. Mejor dicho, deberían serlo, pero a menudo los tenemos olvidados o los seguimos viendo como sujetos con otro credo político. Lejos, por tanto. Sin embargo, en realidad no lo están: algunos son nuestros vecinos. Y, por encima de barreras ideológicas, haríamos bien en aprender alguna de las lecciones de su comportamiento.

En este ‘tiempo de relato’ han coincidido varias novedades editoriales, entre ellas, la citada de Sara Hidalgo, centrada en cómo la violencia de ETA golpeó a los socialistas vascos, y otra de Gorka Angulo sobre la persecución de ETA a la derecha vasca. Ambas obras se pueden relacionar, porque cubren la trayectoria de dos culturas políticas hostigadas por el nacionalismo vasco radical desde la transición hasta el cese del terrorismo en 2011. Son dos espacios sociopolíticos que tradicionalmente se han enfrentado en las urnas y que tienen programas muy diferentes. No obstante, durante cierto tiempo en Euskadi se les agrupó bajo una misma etiqueta, constitucionalismo, sobre todo durante el periodo del Pacto de Estella; es decir, durante la fase de mayor aproximación del PNV al mundo radical.

Todorov dedica su obra a la memoria del insumiso desconocido. Podríamos hacer la traslación, observando que Sara, historiadora pasaitarra, y Gorka, periodista bilbaíno, han entrevistado a un grupo de personas que les abrieron sus casas y su memoria, y cuyas palabras nos hacen pensar en todos aquellos, muchos anónimos, que en tiempos duros dieron la cara y hasta la vida por la libertad. Nunca podremos agradecerles suficientemente su compromiso, que fue por el pluralismo y, por tanto, por todos; también por los indiferentes. ¿Quiénes fueron los justos, los insumisos, los resistentes? Los que dijeron alto y claro no al asesinato, al chantaje político totalitario. Valga un ejemplo: el del recientemente fallecido Joseba Markaida, exconcejal por el PSE-EE en los ayuntamientos de Getxo y Berango, y fundador de Zaitu, una asociación en pro de los perseguidos, amenazados y exiliados a causa de ETA. Él mismo, y con él su familia, sufrió los ataques de los intolerantes, incluyendo el lanzamiento de cócteles molotov contra su caserío.

La resistencia es al mismo tiempo negación y afirmación. Reacción frente al mal instalado. Y afirmación de valores democráticos. Los resistentes no respondieron al mal con el mal. Rompieron la cadena del terror. Huyeron de la venganza y eso les hace portadores de un ejemplo moral y de una dignidad extraordinarias.