ABC-JON JUARISTI
Urge llevar a Maduro ante el Tribunal de la Haya
ME cuenta mi amigo Santiago González que coincidió hace unos días con Iñaki Anasagasti en una manifestación contra el sátrapa Maduro, lo que no cambia en términos absolutos mi opinión sobre el exsenador abertzale, pero, en los relativos, lo sitúa años luz por encima de Rodríguez Zapatero. Nacido en Cumaná y antiguo alumno de los jesuitas en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas (después de un bachiller en el colegio de los Marianistas de Aldapeta, donde compartió pupitre con Fernando Savater), Anasagasti nunca ha sentido la menor simpatía por la gentuza bolivariana. Tampoco por mí, es cierto, pero intuyo que ve alguna diferencia, como yo la veo en su caso.
De Anasagasti me habló muy bien su antiguo profesor y rector de la UCAB, Luis de Ugalde, jesuita, guipuzcoano de Vergara, y la personalidad más respetada de la oposición intelectual y ética al chavismo. Ugalde no es, ni de lejos, nacionalista vasco. Yo aparecí por la UCAB hace una docena de años, cuando Chávez comenzaba a tomar bajo su protección a una florida colección de etarras. En la Escuela de Letras de la universidad caraqueña de los jesuitas, cercada entonces por las bandas violentas del régimen, me encontré con Jesús Olza, un gran lingüista que estudió y enseñó en la Universidad de Deusto de mis mocedades. Olza se ha dedicado a la gramaticalización de lenguas indias y a la lingüística teórica. Esta pasada semana me trajo sus saludos una investigadora venezolana que ha recalado en la Universidad de Alcalá. Me emocionó comprobar que el Padre Olza me recordaba aún con afecto.
Yo me he acordado mucho de él durante estos doce años, a lo largo de los cuales ha ido perpetrándose en Venezuela uno de los estúpidos genocidios que han marcado la llegada de los nuevos tiempos: un genocidio llevado a cabo contra su propio pueblo por la mafia chavista y su ejército de ladrones (y que se haya realizado con el consentimiento de una masa de resentidos destinados a convertirse en sus propias y paradójicas víctimas no debería cuestionar la calificación de los hechos). En Venezuela no ha habido arios ni judíos, a pesar de que Chávez y sus asesores peronistas fueran unos antisemitas furibundos y de que gran parte de los venezolanos judíos tuvieran que optar desde hace dos décadas por el exilio. La gentuza chavista planteó su tarea de otra forma, como la gran revancha de los pobres contra los ricos, consiguiendo matar de hambre a los pobres, eso sí, con tres comidas al día (y con muchas más en el caso del asesino bulímico que sucedió al matasiete fundacional, o sea, el porcino Napoleón que heredó de su correspondiente Old Major la orwelliana granja tropical).
Algo que no me ha gustado del nuevo presidente legítimo de Venezuela, Juan Guaidó, es que se haya apresurado a insinuar que se podría amnistiar a Maduro. No. Los autores de crímenes contra la humanidad no deben quedar impunes. Ni siquiera para facilitar la transición a la democracia. En fin, es el talón débil del presidente de una Asamblea Nacional digna y fuerte que debería reclamar la entrega del bandido Nicolás al Tribunal de la Haya, sobre todo para que podamos seguir creyendo en el Derecho de Gentes. Sospecho que Guaidó, como socialdemócrata, se inclinará al pasteleo con lo que tiene por izquierda. Así y todo, apoyarle es puro imperativo categórico.
Mientras tanto, Sánchez se aleja por el paisaje nevado de Davos, dando la espalda a la cámara y a la historia, como si nada de esto tuviera que ver con él. Como Heiddeger esquiando por los mismos lugares, hace noventa años, después de arremeter contra el kantiano Cassirer y todos los imperativos categóricos. En fin, que Dios los cría y ellos hacen deporte invernal.