Karmas políticos

 

Ignacio Camacho-ABC

  • En la sede del PP flota un karma siniestro. Pero cuando termine la mudanza se acabarán también los pretextos

Dos años ha tardado Casado en comprender la importancia de los símbolos en el liderazgo posmoderno. Su etapa debió de haber comenzado con un capitoné en la puerta del inmueble de Génova. Una mudanza a cualquiera de esos edificios acristalados que proliferan en las zonas de expansión del Madrid terciario, con plantas diáfanas, luminosas, escasas de paredes y de despachos. Y no sólo como gesto de ruptura con el pasado literalmente corrupto de las postrimerías del marianismo, sino como necesidad imperativa de escapar de la atmósfera viciada, enrarecida, irrespirable, de aquella casa: de un karma fantasmal, siniestro, de una energía telúrica negativa bajo cuya influencia no podía encontrar nada bueno. Había y aún hay en esa finca, como en los castillos y mansiones de la literatura gótica, una especie de síndrome de Rebeca capaz de devorar a cualquier inquilino nuevo. La reconstrucción del PP, si es viable, no se puede articular cruzándose cada mañana con un montón de espectros. Sin embargo, resulta una ingenuidad creer que un simple traslado va a dejar los problemas encerrados allí dentro.

Alejarse de ese ambiente sofocante -si la operación inmobiliaria es transparente, bien auditada, y no se convierte en otro foco conflictivo- proporcionará a la dirección casadista una liberación emocional como la del divorciado que arroja el anillo nupcial a un río. Significa renunciar a una herencia cargada de presagios nebulosos. El proceso de matar al padre, que dicen los psicólogos, para afrontar la vida definitiva y resueltamente solo. Pero ahí no acaba todo. Más bien empieza, o debería empezar, lo que lleva demorándose demasiado tiempo: un proyecto político coherente, autónomo, serio, reconocible a través de voces despejadas y firmes que no se paren a escuchar su propio eco. Cuando el último camión se lleve los últimos muebles de Génova 13 se habrán acabado los pretextos.

Porque, por ejemplo, la sede no tiene la culpa del descalabro catalán. Ni siquiera Bárcenas, como pretende la excusa oficialista, por verosímil que parezca el intencionado sesgo electoral de su pacto con la fiscal del Estado. El PP se ha estrellado en Cataluña porque equivocó el planteamiento de campaña y le entregó a Vox el capazo con el que recoger el voto del hartazgo. Porque faltó vibración y sobraron bandazos y tibieza. Porque no supo entender ni modular la estrategia e impuso al candidato el discurso de la gestión (?) cuando sus votantes querían oír el de la resistencia.

Cuando un edificio está contaminado de amianto se abandona o se tira. Pero el asbesto que intoxica la estructura orgánica del PP provoca una fibrosis mental inmune a la autocrítica. Es un agente intangible que puede viajar a cualquier sitio y para eliminar sus síntomas no basta con quemar armarios y cambiar de oficina. Se necesita una reconstrucción interna de arriba abajo… o de abajo arriba.