La agonía de ETA

Santiago González, santiagonzalez.wordpress.com, 20/6/12

Quiere la tradición que esto de las presentaciones de libros se vaya convirtiendo en un género y todo género tiene sus códigos. Vaya por delante esta explicación porque el autor me había pedido que no invocara los versos de Eladio Cabañero sobre el insigne portugalujo, Mario Ángel Marrodán, gran polígrafo y mejor persona, en los que daba cuenta de su ingente producción literaria.

“Sea”, le dije. Un autor en su presentación es la novia en la boda. ¿Quién soy yo para negarle ningún capricho? Vayamos pues por otra vía.

Cojones, dijo el prior,

Otro libro de Florencio

Y yo sin acabar el anterior.

Nadie podrá acusarme de no haber cumplido formalmente mi palabra. En todo caso, y aunque hubiera faltado a ella, a ver por qué razón me voy a regir yo por un código más estricto que si militara en un partido o en un sindicato. Por otra parte, ese aire de bonhomía que irradia, parece vacunarle contra las críticas.

Y no. Hace siete meses presentaba él un libro mío, aquí, en este mismo salón. Y se permitió decir que algunos éramos autores de éxito para que otros pudieran ser autores de culto.

Díganme si no hay en esta afirmación un rasgo de soberbia intelectual. Y ahora traten de ponerse en mi lugar y digan si no comprenden mi desazón. Yo no aspiraba al éxito de ventas, tan terrenal y pasajero, sino al éxito inmortal. ¿Quién querría ser Salieri frente a Mozart, quién Ken Follet frente a Juan Rulfo? ¿Quién no preferiría la gloria a un éxito de ventas?

Me van a permitir que lo exprese con modelos más de nuestro tiempo. Uno de mis héroes cívicos,-no teman, no les voy a hablar de don Salustiano de Orive-, era el difunto Kepa, inolvidable barman del JK, y su insobornable amor a la obra bien hecha, al compromiso con el propio trabajo. Recuerdo las noches de los sábados, con el bar lleno de gente que le pedía cócteles variados, combinados largos, tragos cortos y él los miraba con indisimulada antipatía.

“Este dinero no lo quiero yo en la caja”, me decía, agobiado por las exigencias y la premura de una turba impaciente y sedienta. Calculen ustedes lo que hubiera sentido Kepa si alguien hubiera dicho de él: “ese vende muchas copas”.

En un peldaño inferior se situaba Honorio, un buen hombre de mi pueblo, que era músico aficionado y zapatero remendón, o quizá fuera al revés. Honorio solía amenizar con su clarinete romerías y otras fiestas menores. Y fijaros qué hermoso grado de compromiso con  la obra propia tenía este tío, que en sus primeros tiempos le sobraba todo a la hora de expresar su compromiso con el arte e increpaba a los mozos, gritándoles: “¡No bailéis, que me confundís!”

En fin, lo que quiero decir es que tener como amigo a Florencio Domínguez es a la vez un privilegio y una putada. Es una suerte porque te permite aprender mucho de él y tiene su contrapartida en que no te va a permitir el lucimiento. O sea, dicho sea sin señalar, vas y te tomas un tiempo para escribir un libro, ¿no? Pues no hay la menor esperanza de que Florencio te permita disfrutar de tus diez minutos de gloria. Apenas lo has presentado, ya se anuncia el siguiente de Florencio. Luego ya todo es un sinvivir. Tu propia familia te afea tu indolencia y lo contrapropone como ejemplo. La última vez, tras la presentación de mi libro anterior un admirador suyo entró en mi blog a poner altavoz a mi desgracia so pretexto de la fría objetividad de los números: Florencio Domínguez, 11; Patrón, 3. A mí no me extrañaría que fuese algún pariente suyo, pero comprenderán que estas cosas predisponen el ánimo a la melancolía.

Bueno, pues con ‘La agonía de ETA’, el libro que hoy presentamos, ya son doce, si es que lleva bien la cuenta. Creo que esta investigación es muy pertinente en unos tiempos como los que vivimos, en que el ruido se empeña en imponerse a los hechos y hay multitud de evangelistas tratando de hacer pasar por relato bíblico chascarrillos de taberna y lugares comunes, de esos que con paciencia de entomólogo va capturando y clasificando Aurelio Arteta.

Ayer mismo, la exdirectora general de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo, escribía un artículo en El País glosando ese obsceno exhibicionismo que se está practicando por parte de la alcahuetería oficial y oficiosa a propósito de los encuentros entre víctimas y asesinos. “La construcción de la paz y de la convivencia es mucho más que el cese de la violencia”, escribió la mujer y se quedó tan ancha.

Pues no. La paz es exactamente el cese de la violencia. Ni más ni menos. Lo que ya no sé qué cosa es, es la construcción de la paz, concepto forzosamente equívoco donde no ha existido guerra. Podríamos hablar de la libertad y entonces quizá tuviera razón la señora Gallizo para decir que el alto el fuego de ETA no significa todavía la libertad, sobre todo cuando la banda que mataba se niega a disolverse, a renunciar a su poder de coacción y uno de los publicistas que más alborozadamente saludó la renuncia ‘definitiva’ de ETA a la violencia, escribía ayer mismo lo siguiente:

“Por más que uno le de vueltas, mientras no se encauce la situación de los presos de ETA, la consolidación del final de la violencia no será posible en Euskadi.”

O sea, hay un final de la violencia definitivo, pero no consolidado y sujeto a satisfacer nuevas exigencias de la banda. Es definitivo, pero a la vez provisional, no se si me entienden.

Bien. Me habrán perdonado esta digresión, pero me parece muy pertinente exponer la confusión reinante para describir las virtudes del libro que hoy presentamos. Florencio Domínguez ha afrontado este trabajo como suele: con rigor, precisión terminológica, respeto absoluto a los hechos, profusión de datos y un sentido admirable del relato.

Lo que se cuenta en ‘La agonía de ETA’ es exactamente lo que anuncia el título. La historia del declive de la organización terrorista hasta declarar su ‘cese definitivo’, signifique esta expresión lo que quiera que sea.

La renuncia al uso de las armas no ha sido el resultado de una evolución ideológica. Tampoco del ansia de paz del pueblo vasco. Su derrota es producto de la firmeza del estado de derecho, no de una reflexión moral de los terroristas, no la conclusión de un proceso autocrítico y de distanciamiento de su actividad pasada.

Como dijo hace no mucho el abogado Txema Montero, afortunadamente recuperado para las prácticas democráticas, a ETA la ha derrotado la Guardia Civil. Florencio establece los hechos de manera implacable e impecable. La respuesta a la pregunta que citaba Nicolás, “¿En qué preciso momento se jodió el Perú?” tiene respuesta. El autor vuelve a la tregua de Lizarra y proporciona muy documentadamente los datos de una historia desconocida hasta ahora.

ETA rompió aquella tregua después de haberse reforzado en colaboración con el IRA, que les proporcionó armamento para la ofensiva que siguió a la ruptura de la tregua en noviembre de 1999. Eso permitió a los etarras emprender la ofensiva del año 2000 que llegó a registrar 23 víctimas mortales. Sin embargo, las Fuerzas de Seguridad dieron la vuelta a la situación al año siguiente y en la segunda mitad de 2001 ya tenían bajo control buena parte de la estructura terrorista. En 2001, el número de asesinatos bajó a 15, en 2002 a 5 y en 2003, a 3.

Ya en el primer capítulo, da una prueba acabada de lo que se va a desarrollar después. El 8 de marzo de 1999, día Internacional de la Mujer Trabajadora, mientras la tregua declarada el 16 de septiembre anterior continúa en apariencia (unos días después se iba a firmar el pacto de legislatura entre Ibarretxe, EA y EH, el grupo parlamentario en el que estaba Josu Ternera; faltaban aún más de dos meses para que se produjera la única reunión entre los representantes de ETA y los tres enviados por Aznar) la organización se ha citado en París con sus amigos irlandeses, a los que llaman ‘los gorris’.

Los gorris se les pierden y no acuden a la cita. Finalmente dan con ellos, los llevan al hotel Printania y al día siguiente a la reunión, los etarras son detenidos por la Policía francesa. Lo cuenta Kantauri en los términos siguientes:

“Nos cruzamos con un tío que pedía un taxi. Nosotros le miramos, pero no había taxis. Empezamos a mosquearnos porque se dio media vuelta y nos cayeron unos 50 tíos por detrás y dos por delante que nos dejaron hechos polvo.”

Como ustedes comprenderán, es bastante natural que se mosquearan, incluso si los 52 tíos hubieran atacado de frente. El asunto me recuerda a un cantar de ciego de los que tanto inspiraron a Pío Baroja en ‘El horroroso crimen de Peñaranda del Campo’ y otros juguetes literarios. Describía el momento preciso en que el verdugo giraba la manivela del garrote vil y decía:

Catorce vueltas le ha dao

Y el reo se ha preocupao.

Era también bastante comprensible, pónganse en su lugar. La lectura de muchas anécdotas como ésta deshacen el mito de la siniestra eficacia de la banda en su industria criminal. Abundan mucho más la chapuza y la indisciplina, además de la falta de conocimientos específicos para su actividad. Eso, según contaba Teo Uriarte en su tesis doctoral, fue siempre una característica de ETA, desde sus orígenes. Tanto en sus memorias como en la primera parte de las de Mario Onaindía, se cuentan unas chapuzas extraordinarias, cosas que habíamos visto en el cine de Monicelli, Rufufú, aquella laboriosa planificación de un robo por el procedimiento del butrón que acaba dando como botín un puchero de legumbres. La dictadura, tratando de caracterizar como peligroso al enemigo, la convirtió en un mito del antifranquismo y la reforzó publicitariamente.

Lo cierto es que no les faltaron ambiciones. Habían estado a punto de asesinar a Aznar cuando era el jefe de la oposición, el 19 de abril de 1995, y volvieron a intentarlo cuando era presidente del Gobierno. Compraron un misil con el que intentaron atentar hasta en tres ocasiones contra Aznar en pleno vuelo durante la campaña electoral de 2001. La primera vez venía a Bilbao, pero los terroristas llevaron el misil a Fuenterrabía. La segunda, que iba a San Sebastián, sí acertaron con el lugar, pero no se les disparó. Lo mismo ocurrió la tercera vez, que el entonces presidente venía a Vitoria y el misil se llevó a Treviño, lugar en el que tampoco se pudo disparar. Al final resultó que se lo habían vendido inutilizado.

Lo más parecido que he encontrado a esto es una memorable secuencia de ‘Sopa de Ganso’ en la que el embajador Trentino le pide a su espía Chicolini (Chico Marx) un informe sobre el primer ministro de Freedonia Rufus T. Fireflay (Groucho):

TRENTINO: ¡Caballeros, por favor! ¿Quieren decirme lo que han averiguado de Firefly?

CHICOLINI: ¿Recuerda que nos dio la foto de un hombre para que lo siguiéramos? (…) Nos pusimos a trabajar, y en una hora, qué digo, en menos de una hora… ya habíamos perdido la foto.(…)

TRENTINO: Quiero un informe detallado de su investigación.

CHICOLINI: De acuerdo, se lo daré. El lunes vigilamos la casa de Firefly pero él no salió. No estaba en casa. El martes fuimos al partido de béisbol. Pero nos engañó, no apareció. El miércoles él fue al partido, pero le engañamos; no fuimos. El jueves hubo un empate; nadie apareció. El viernes llovió todo el día, no hubo partido, así que nos quedamos en casa escuchando la radio.

Bueno, no crean ustedes que el problema estaba solo en el know how, en la pericia artesanal. Estaba también la doctrina y la historia. Uno de los manuales de adoctrinamiento empezaba la historia de Euskal Herria con la aparición en Europa del hombre de Cromañón, hacia el año 30.000 antes de Cristo:

“El lugar donde nació este hombre es la Aquitania vasca, esto es, el epicentro de la actual Euskal Herria. Este hombre es el que creó la cultura en la tierra. Ese hombre habla, tiene idioma y se cree que ese idioma es el protoeuskera o euskera. Es el nacimiento de la civilización vasca”.

El epicentro. Euskal Herria como terremoto. El párrafo me parece una joya literaria que me ha hecho recordar una anécdota personal: El 20 de diciembre de 1984 estuve en Ajuria Enea, en la rueda de Prensa en la que Garaikoetxea dimitió como lehendakari. Después, con Gorka Landáburu y el fotógrafo de Cambio 16, Josu Bilbao, salimos hacia Madrid, donde había una cena navideña de la revista.

Tal como habíamos convenido fuimos primero a casa del difunto Xavier Domingo donde quisimos comnprobar como salía en la tele la noticia. Salió lo que habíamos visto y también la rueda de prensa que dio el entonces presidente del EBB, Román Sudupe, que le hizo la tarea a Arzalluz mientras éste estudiaba inglés en Londres. Algunos de ustedes recordarán a Sudupe. Era un tipo tan racial que cuando lo conoció Arzalluz, le dijo: “Si yo me subo a un taxi en Singapur y veo que el taxista tiene tu cara, le indico la dirección en euskera”.

El burukide se mostró complacido ante lo que debió de parecerle un piropo, pero mientras él explicaba el conflicto con Garaikoetxea, Xavier Domingo nos preguntó, a lo que se ve con mayor fundamento científico: “El cromañón es Sudupe, ¿verdad?”

Luego, los chicos, ya se sabe, lo que oyen en casa. Ese euskera que hablan los cromañones que pueblan Europa hace 32.000 años, es el  que sus aitas y sus aitites situaban aún antes en la historia de la humanidad.

El jesuita Manuel Larramendi escribió a comienzos del siglo XVIII que el euskera era la lengua originaria, de la que provenían los demás idiomas de la Tierra, ya que fue el euskera el idioma hablado por nuestros primeros padres en el Paraíso Terrenal. Casi un siglo después, Juan Bautista de Erro profundiza en el tema y en un libro de principios del XIX, titulado “El mundo primitivo o examen filosófico de la antigüedad y cultura de la nación bascongada”, según cuenta Javier Corcuera, afirma:

“la lengua primitiva fue infusa directamente por Dios al hombre y no creada por éste, y que este idioma primitivo creado por Dios y hablado en el Paraíso fue el euskera, mantenido tras la confusión de lenguas en Babel, salvado del Diluvio universal por Noé y traído al País Vasco por Túbal”.

Algo que me ha sorprendido, en línea con esa incompetencia básica de los terroristas que describía hace un momento, es la preparación que detalla Florencio del atentado de la Terminal 4 de Barajas. El capítulo que lo describe se titula ‘Las diez maneras de fastidiar un atentado’. Lo que sorprende es que los atentados como el que costó la vida a Diego Armando Estacio y Carlos Alonso Palate tienen la brutal seriedad de la muerte injusta, pero tanta incompetencia en su preparación solo tiene comparación posible con los desastres que organizaba a su paso Peter Sellers en ‘El Guateque’. No las voy a contar todas, algún esfuerzo tienen que hacer ustedes leyendo el libro, sólo las más vistosas.

Habían decidido poner un coche-bomba en el Palacio de Justicia de Burgos entre el 25 y 26 de noviembre, pero de repente al jefe del comando se le ocurrió adelantar el atentado al día 18. Empezaron a sacar el explosivo de la casa en la que lo tenían para fabricar la bomba. No les dio tiempo y no podían volver a meterlo en la casa, por lo que hicieron un zulo.

Este fue el segundo error. Alguien les dijo que el nitrato se estropeaba con la humedad. Corrieron a comprobarlo. Abrieron un saco y estaba bien. Otro, y lo mismo. Claro que solo abrieron los sacos de las filas superiores que descansaban sobre otros sacos de nitrato perfectamente empapados. Esto lo descubrieron el día 23, 3 días antes de la fecha del atentado. Se pusieron a secar el material con estufas y deshumidificadores. Mientras, empezaron a cortar el bidón para fabricar la bomba, pero el taladro se quedó sin batería y no pudieron encontrar una tienda para comprar otra.

La pareja que tenía que reunirse con ellos se quedó sin gasolina y no pudieron llegar a la cita. La remachadora para cerrar el bidón se estropeó y El asunto se retrasó y mientras, enviaron a un tal Triki a vigilar el Palacio de Justicia de Burgos para ver la forma de perpetrar y esto es lo más surrealista: el espía se perdió en Burgos. No fue capaz de encontrar el Palacio de Justicia.

Esto es lo que hay. Finalmente el atentado se cometió con más de un mes de retraso sobre la fecha prevista y fue en el aeropuerto de Barajas. Pero ETA no consiguió levantar cabeza. Cuando el Gobierno decidió, por fin volver a aplicar todos los instrumentos del estado de derecho en la derrota de la estrategia etarra, tal como se establecía en el preámbulo del Acuerdo  por las Libertades y contra el Terrorismo, fueron cayendo uno tras otro sus dirigentes más significativos hasta llegar a un momento de inanidad como el que les llevó al comunicado del 20 de octubre de 2011.

Todo este proceso está descrito con amenidad, desde un punto de vista sutilmente irónico, con una exhibición de  conocimiento de los hechos y un acopio de datos incontestable.

Esta es la crónica de la derrota del terrorismo en España a manos del Estado de Derecho. Otra cuestión es que algunas fuerzas políticas estén dispuestas a negociar con una ETA derrotada las reivindicaciones que no pudieron conseguir a lo largo de medio siglo, tras 858 asesinatos. Hay algo que no negaré: la mejor baza para que ETA no intente volver a las andadas es permitir que ocupen el poder político, tal como lo han hecho en la Diputación de Guipúzcoa y el Ayuntamiento de San Sebastián.

Ellos no son unos psicópatas. Bueno, en algún caso sí, pero no han matado tanto para satisfacer ninguna pulsión oscura, sino porque son totalitarios, para acceder al poder. Si derogamos en la práctica las leyes que les impedían concurrir a las elecciones, legalizamos sus candidaturas y las legitimamos y todo eso da resultado, no volverán a intentarlo. A mí me parecía muy reveladora la pancarta que durante varios años ha colgado del balcón principal de la Diputación: “Bakea behar dugu” (Necesitamos la paz). Era el comienzo de un diálogo prometedor: “¿Cuánto estáis dispuestos a pagar por ella?” respondería la otra parte y ya, con un mediador, llegamos a algún acuerdo.

Este era el error de Gallizo que citaba antes. No era la paz, sino la libertad. Hace unos años, Nicolás Redondo me pasó un librito delicioso, ‘Grandeza y decadencia de los romanos’, de Montesquieu. Cuenta el autor los problemas del Imperio para mantener la paz cuando llegaron al máximo de su expansión. Y recurrieron al soborno, comprando su neutralidad a los reyezuelos fronterizos. Pero la paz, explicaba Montesquiu, no se puede comprar porque quien te la ha vendido se encuentra después en mejores condiciones para vendértela otra vez.

Santiago González, santiagonzalez.wordpress.com, 20/6/12