La agonía socialista

EL PAÍS 14/10/16
ANTONIO ELORZA

· Dentro del PSOE han ido ascendiendo en el escalafón personas sin el menor relieve ni aportación alguna

Primeros años 90. La voz del teléfono correspondía a la admirable Cristina Ramos, a quien no conocía, pero que iba a dirigir en TVE un inminente debate sobre el socialismo al que estaba invitado con Alfonso Guerra, vicepresidente entonces, y Garrigues entre otros. Me informó de que por orden superior no podría sacar el tema de una reciente huelga general, lo cual contravenía su ética profesional. Lógicamente respondí que yo lo haría. Costó, pero al fin Guerra tuvo que levantar la barrera : «¡Ya has desembushao !», me espetó. Siguió con expresiones malhumoradas hasta que al salir se despidió diciendo : «Para hacer política hay que hundirse en el barro». Se me acabaron las invitaciones. Luego Cristina Ramos pasó al campo del corazón.

He recordado varias veces el episodio conforme se ha agudizado la crisis interna del PSOE en los últimos años. Sin duda existen otras causas de la misma, y en particular de que hombres políticos tan endebles como Zapatero y Sánchez, rodeados por otros asimismo mediocres, hayan ocupado la dirección del viejo partido en los últimos años, con las lamentables consecuencias hoy visibles. Por encima de todo, la evolución económica ha erosionado gravemente la estrategia clásica de las socialdemocracias, forzadas a asumir posiciones defensivas o a someterse a los dictados de austeridad. En el caso del PSOE contó también su práctica inexistencia, salvo en Asturias y Euskadi, hasta vísperas de la democracia : ese «he visto un socialista» de fines de los 60, al descubrir al entrañable abuelo de Pablo Iglesias en una covachuela del Ministerio de Trabajo. Partido de aluvión, no se forjó, como el PCE, en la lucha antifranquista, con la correspondiente ausencia de ese filtro que actuó en Italia y en Francia para formar cuadros y dirigentes. La inmadurez quedó pronto de manifiesto, en la crisis identitaria sobre el marxismo y la solución consistió en establecer un molde orgánico autoritario, cerrado a toda oposición procedente de su interior. De eso se encargó a conciencia Alfonso Guerra, y si como vimos el criterio de que quien se mueva no sale en la foto se aplicaba con tal rigor a un simple programa de televisión, podemos suponer lo que ocurría dentro del partido. En su libro de despedida, Jorge Semprún/Federico Sánchez describió con ácida ironía el funcionamiento de ese liderazgo indiscutido de Guerra en el gobierno.

La camisa de fuerza así forjada resultó sumamente eficaz para evitar la formación de movimientos de oposición eficaces -recordemos lo ocurrido con Izquierda Socialista-, y hay indicios de que siguió funcionando con los sucesores de Felipe González. Otro episodio, aquí con Rubalcaba en Interior como protagonista, respecto de un brillante excolaborador técnico del Ministerio, confirma la persistencia de ese principio de autoridad : toda posición que no coincidía en todo con el mando, era tajantemente condenada y su emisor, excluido. El tiempo de la Alianza de Civilizaciones por Real Orden, con Zapatero en el papel de censor, dio ocasión a nuevas manifestaciones de ese tipo. El monolitismo quedaba garantizado. Tuvo ocasión de alcanzar sus más altos honores cuando en 2008 fue impuesta a todo exponente del partido la negación de la crisis; todo lo más había «desaceleración».

El monopolio forzoso de pensamiento y de voz pública tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes. Cuenta la advertencia de Lech Walesa: puede hacerse una sopa de pescado con los peces de un acuario, pero no a la inversa. Los partidos socialdemócratas registran un permanente vaivén de opiniones, compatibles con la disciplina, tanto en Francia y Alemania como en Italia y el Reino Unido. De algo sirve eso para ir creando una opinión colectiva y seleccionando a los más capaces. Aquí sucedió lo contrario, como observamos en las biografías políticas de Zapatero y Pedro Sánchez. Han ido ascendiendo en el escalafón, pero sin el menor relieve ni aportación alguna. Se decía de Zapatero que su ejecutoria como diputado correspondía a lo que se propuso para Gregorio Marañón en 1933: un libro con las páginas en blanco. Pertenecen a una categoría bien conocida en Europa, con el nombre italiano de culo di ferro: presentes en las reuniones, sensibles a los vientos internos del poder y expertos en la manipulación. Las ideas están de más. Cuentan las dotes de mando, aplicables contra toda disidencia. Pero no se encuentran preparados para encauzar democráticamente una crisis como la actual, aunque esté en juego la supervivencia del partido.

El monopolio forzoso de pensamiento y de voz pública tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes