EL CONFIDENCIAL 17/12/15
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
Si grave -gravísima- fue la agresión al presidente del Gobierno ayer en una calle de Pontevedra protagonizada por un joven de 17 años, podría ser también grave y muy peligroso extraer según qué conclusiones del atentado. La militancia del agresor en el ‘hooliganismo’ futbolístico, vinculado a ideologías extremas, ya ofrece una primera pista acerca de su nivel intelectual y moral, y remite seguramente a un entorno en el que la hostilidad y las expresiones violentas son, por desgracia, una forma habitual de comportamiento individual y colectivo.
En ese contexto habría que insertar el impulso, primero, y la ejecución, después, del alevoso y brutal puñetazo a Mariano Rajoy. La satisfacción que mostró el joven delincuente tras perpetrar la fechoría y la celebración minoritaria pero activa de su acción cuando fue trasladado por la policía, obligan a una reflexión colectiva sobre la brutalidad como desahogo de frustraciones y patologías morales y mentales. Que se manifiestan también en las redes sociales en las que el anonimato, por una parte, y la sensación de impunidad, por otra, las convierten en ocasiones en auténticos pozos sépticos.
Extraer de este perímetro la agresión al presidente del Gobierno -un reclamo para personas que presentan un biotipo como el de su agresor- resultaría en un momento social y político tan delicado como este -a tres días de las elecciones- un formidable desatino. El alevoso puñetazo a Mariano Rajoy no tiene absolutamente nada que ver con la dinámica de una campaña electoral ya periclitada, y fabular hipótesis en un sentido contrario resultaría sectario, injusto y, sobre todo, inveraz. No vayamos por ese camino, porque si alguien lo hace transformaría este lamentable atentado en otra gratuita agresión al desenvolvimiento de la política en España, que estos días, y como es natural, registra un mayor nivel de tensión y confrontación dialéctica.
El alevoso puñetazo a Mariano Rajoy no tiene absolutamente nada que ver con la dinámica de la campaña electoral
La inquietud ante la agresión al presidente del Gobierno -que todos los líderes políticos condenaron velocísimamente y sin reserva alguna- hay que manifestarla respecto de los reductos que cultivan la violencia con impunidad en torno a fenómenos sociales colectivos –algunos deportes, por ejemplo- alentados sin reproche suficiente y efectivo desde atalayas digitales irresponsables y al alcance de cualquiera.
El riesgo de que sucesos como el de este miércoles en Pontevedra se produzcan no es exclusivo de nuestro país, aunque convenga advertir que la seguridad del jefe del Ejecutivo no debería ser compatible con la facilidad con la que se produjo ayer la agresión a su persona. Falló la protección a Rajoy, falla en España de manera sistemática la intervención sobre grupos de ‘hooligans’ violentos, falla en nuestro país el control sobre las redes sociales que suministran de continuo estímulos a la extremosidad. Pero extraer falsos silogismos de un acontecimiento como el de ayer en Pontevedra resultaría desastroso y falaz, e, igualmente, valorarlo en función de supuestos réditos electorales incurría en la miseria ética.
La ciudadanía no debería consentir esta deriva si acaso se produjese.