CARLOS HERRERA-ABC

  • No debería el PP perder demasiado tiempo en señalar que no es lo mismo Vox que unos golpistas delincuentes o unos compañeros de asesinos de ETA

El mundo se viene abajo porque PP y Vox han alcanzado un principio de acuerdo en Valencia, al que seguramente seguirán otros tantos en aquellas comunidades y ayuntamientos que precisen matemáticamente una suma de las dos siglas para establecer gobiernos donde no los había. Comprendo que el PSOE pretenda extraer petróleo de esta situación: van buscando a la desesperada el argumento definitivo que desautorice la tendencia al alza de los populares y creen haber dado con algo que excitará el celo de sus votantes y la desidia de los contrarios. Todo buen progre que se precie, y más si forma parte de algunas cuadras de comunicación, mostrará subida de acetona y rasgamientos varios siguiendo la norma de los voceros socialistas, intentando que cuaje en la opinión pública la especie de que la gente de Feijoó pacta con peligrosos extremistas que, además, son maltratadores es de mujeres. Entiendo que lo hagan, digo, debido a que en su interior anida una suerte de superioridad moral –por ser de izquierdas– que les permite exhibir una autoridad que no tienen: la de decirle a los demás con quién pueden pactar sin someterse a juicio por los pactos que ellos han realizado. Pero a pesar de mi beatífica comprensión derivada de una naturaleza personal observadora y bonachona, hay un algo en el fondo del interior de todos estos loros de aluvión que les dice que el truco no tiene demasiada efectividad. No funciona. O, al menos, no funciona lo suficiente. Pero hay que reconocer que tiene algo de sonoridad atronadora, de escenificación clásica. Y que cuando puedes aprovechar una situación, lo haces.

No sé si la prisa mostrada en Valencia ha sido táctica o forzada por la normativa de los calendarios, pero si sé, como sabemos todos, que en el fuero interno del centro-derecha están resignados a reconocer que no tienen otro remedio y que la convivencia con el otro partido de su ámbito es inevitable. Será mejor admitir que no hay otra alternativa, de momento, y actuar en consecuencia, es decir, establecer barreras de distinción de colores –cada uno es cada cual– y procurar colaborar lealmente. El sanchismo, previsiblemente, exprimirá esta circunstancia y blanqueará a Bildu, como hizo ayer el delegado del Gobierno en Madrid diciendo que ha hecho más Bildu por los españoles que «los patrioteros de pulsera». No debería el PP perder demasiado tiempo en señalar que no es lo mismo Vox que unos golpistas delincuentes o unos compañeros de asesinos de ETA: es inútil inocular equilibrio en gente que huele que el votante le va a dar la espalda. Tienen olfato, a pesar de su insufrible suficiencia, y hasta los más fanáticos son capaces de vislumbrar el trastazo de la misma manera que vieron venir la hecatombe del 28M. No digo que la derecha deba relajarse, pero sí que ante el abuso de la «alerta antifascista», deba manejar con contundencia la «alerta antisanchista», que es, para cualquier observador que trabaje con serenidad, la principal corriente que se mueve entre los españoles.