Al lehendakari Urkullu no le gustó el preacuerdo fallido entre el Ministerio de Sanidad y la Comunidad de Madrid sobre las restricciones para frenar la propagación del Covid-19. Y no es el único. De hecho, hasta el propio Ejecutivo madrileño se mostró ayer reticente al confinamiento total a pesar de que fue el equipo de Isabel Díaz Ayuso quien pidió una tarifa plana para todas aquellas ciudades que presentaran las mismas condiciones de contagios. Y es ahí, en el ‘café para todos’, donde ha saltado la alarma vasca. Fue un juego «nada grato», según el lehendakari, el de pactar acuerdos que afectan a todo el país sin consultarle. En la forma, le asiste la razón. Pero comparado con el juego sucio que encabezó el ministro Illa para desprestigiar la gestión del Gobierno de Madrid no parecía tan grave. Aunque si el conflicto de competencias asoma por el horizonte, la bronca puede llegar a mayores. Se trata de establecer un criterio homogéneo. Análogas medidas para problemas similares. No parece un «estado de alarma enmascarado», como dice el lehendakari, si se aplican criterios sanitarios. Si en poblaciones de más de cien mil habitantes se detectan 500 casos de incidencia, más del 10% en los PCR y una ocupación de UCI de más del 35%, ¿no conviene establecer los mismos comportamientos? Pero si necesitan poner etiquetas de cada identidad comunitaria en cualquier medida, seguirán perdiendo el tiempo.
Mientras la gente se sigue contagiando y muchas empresas y comercios cerrando, nuestros gobernantes van creando nuevos problemas. La bronca que se desató ayer en el Congreso delata el estado febril de nuestra democracia. En los últimos días, socios y ministros de Pedro Sánchez han atacado al Rey mientras el presidente permanecía silente. La jefatura del Estado es autoritaria, según ERC. El Rey maniobró contra el Gobierno, según el ministro Garzón. Pero Sánchez asegura que la oposición se inventa los ataques. En Portugal e Italia están plantando cara al Covid. Con criterios técnicos y científicos. Aquí nuestros gobernantes, entretenidos en reabrir heridas en plena pandemia. Instalados en el enfrentamiento. Recordaba el catedrático Francesc de Carreras que la reconciliación después de la Guerra Civil se gestó mucho antes que en la Transición. Nada menos que en 1956. Con aquel manifiesto estudiantil cuyos autores se presentaron como «los hijos de vencedores y vencidos». Pero hemos retrocedido. El Gobierno de Pedro y Pablo ha desenterrado la política de bandos. Menudo presente nos espera. No digamos ya el futuro.