DAVID ORTEGA – EL MUNDO – 21/09/15
· El aislamiento internacional y la falta de viabilidad económica acorralan el proyecto de Mas, que pretende situarse por encima de la Constitución y supone un grave riesgo para todos los españoles.
Nos decía Ortega que hay que intentar «estar a la altura de los tiempos». Hay momentos en la vida donde la claridad es fundamental, especialmente, cuando se está ante temas importantes. No es admisible que se juegue con el futuro de 47 millones de españoles, que no se denuncie el engaño y la manipulación constante, como trataré de demostrar. Hay al menos diez razones para rechazar radicalmente el planteamiento político de Artur Mas y compañía, pues insisto, se está jugando con el futuro político de 47 millones de españoles, cosa evidentemente grave.
1. El aislamiento internacional del proyecto de Mas es más que significativo. Tiene el rechazo de la principal potencia del planeta, EEUU. Obama expresamente apuesta por una España fuerte y unificada. Igualmente sucede con la principal potencia europea: Merkel también se ha manifestado en el mismo sentido. El independentismo catalán todavía no ha asumido que a la Europa moderna y del siglo XXI no le gusta los nacionalismos. No estamos en el siglo XIX y nadie quiere ni puede abrir la caja de Pandora.
2. Como ya se ha dicho por activa y por pasiva, Europa no permite la desintegración de los Estados. Los tiempos históricos son justo lo contrario. Se va hacia la Unión, no hacia la desintegración o atomización. Una futura Cataluña no tendría cabida en Europa, sería un elemento extraño, distorsionador y un mal e inquietante precedente por nadie querido. Volveríamos a ser una rareza en Europa.
3. Tengo muy serias dudas de la viabilidad económica del proyecto, al margen de Europa y sus mercados, del propio mercado español, de las ayudas de la Unión Europea, de las importantes editoriales en español que hay en Cataluña, de cómo reaccionará el resto de España ante las entidades financieras catalanas y resto de empresas. Está demostrado que Cataluña funciona dentro de España, no lo contrario, y el error puede ser garrafal.
4. No hay democracia sin Estado de Derecho. Éste constituye un principio esencial de los Estados democráticos, algo que el independentismo catalán no quiere admitir, ni asumir. «Nos damos leyes para no darnos tiranos», se decía en la Revolución Francesa. Nadie está por encima de la norma, que todos tenemos que respetar. En este sentido, el planteamiento de Mas y compañía hace agua por todas partes y se aproxima al gamberrismo político. La consulta no es viable en términos de derecho a decidir, pues la norma superior que todos nos hemos dado, la Constitución Española, es muy clara al respecto en su artículo 1.2: «la soberanía nacional reside en el pueblo español del que emanan todos los poderes del Estado». España, sus tierras, sus fronteras, su población, solo tiene un único titular: los 47 millones de españoles en su conjunto. A todos, absolutamente a todos, nos pertenecen Galicia, Andalucía, Cataluña o el Principado de Asturias. Todos somos titulares de esos bienes. No podemos, ni debemos permitir que unilateralmente una parte decida o pueda decidir quitárnoslos. Yo quiero seguir yendo a Cataluña como casa que hoy es mía y no acepto que otro diga que quiere decidir quitármela, básicamente, porque no tiene ningún título que le legitime a ello. Para mí, éste es el argumento más decisivo: Cataluña, Castilla y León o Extremadura son territorios, todos ellos como conjunto, que pertenecen a todos los españoles.
5. Para mayor claridad, si cabe, el artículo 2 proclama «la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles». Es el complemento lógico al artículo 1.2: las tierras pertenecen al soberano, que es el pueblo español. El Estado español tiene tres elementos claves, como cualquier Estado: su territorio, su población y su gobierno y todo ello, de un plumazo, quieren Mas y compañía tener el derecho a decidir cambiarlo. Es una aberración política que no podemos ignorar.
6. El presidente Mas se ha autoconstituido en poder constituyente, cuando solo es poder constituido. Esto no es un juego de palabras, es una atrocidad jurídica propia de países que practican el gamberrismo político. Esto es, no respetar lo básico y esencial de los Estados serios y democráticos. Mas y compañía se quieren situar fuera o por encima de la Constitución, como nuevo poder constituyente. De hecho Mas es todo lo contrario, es precisamente fruto de la Constitución a la que ataca, su autonomía existe gracias a ella, el gobierno de la Generalidad es resultado del Título VIII de la Constitución, es pues poder constituido, sometido a la Constitución. Sin embargo, unilateralmente, Mas y compañía quieren decidir cambiarlo. Esto no sucede en ningún país serio y democrático del mundo del siglo XXI, volvemos a la España del siglo XIX, donde las constituciones no eran jurídicas sino políticas y, por lo tanto, no se respetaban.
7. Los españoles deben recordar que hemos tardado dos siglos en lograr que España funcione como país moderno y democrático, que por el camino hemos dejado mucha lucha, sacrificios y fracasos. No queremos volver a las andadas. Tenemos todos que defender lo que es nuestro y lo que es correcto. La Constitución de 1978 es nuestro gran éxito después de ocho textos constitucionales fracasados, tres guerras civiles en el siglo XIX y una terrible en el XX, dos dictaduras y varios golpes militares. No podemos permitir otra vez el gamberrismo político, lo que a todos nos perjudica y desestabiliza. El artículo 2 reconoce el derecho a la autonomía, pero no a la autodeterminación. Ese es nuestro marco de convivencia y no podemos admitir que unilateralmente se rompa para volver a las andadas. Este país respeta las reglas del juego y Mas y compañía, simplemente, las están volando por los aires.
8. Realmente hay una cierta clase política catalana –los independentistas– que están jugando muy sucio con los catalanes y con el resto de los españoles. Se creó un Estado Autonómico para dar cabida principalmente a sus deseos, para tratar de integrar y poder convivir. Pues bien, frente a ese pacto o acuerdo de convivencia, se utilizan las instituciones y los procedimientos intrínsecos a ellas para hacer justo lo contrario: romper la convivencia y la propia norma que la genera. Ese es el gamberrismo político al que me refiero y que es preciso denunciar con claridad.
9. No me gusta cuando en la política desaparecen los argumentos racionales y jurídicos, y entran en juego los elementos emocionales o sentimentales. Esto es algo muy peligroso. La democracia representativa y el Estado contemporáneo son fruto, precisamente, de la racionalización o normativación, en cierta medida, de la política. Eso es lo que conquistaron las revoluciones liberales del XVIII, en base a tres pilares claves: la separación de poderes, el principio de legalidad y la declaración de derechos. Sólo los defensores del antiguo régimen se basaban en la historia, en el pasado, en los sentimientos. La democracia, por el contrario, tiene su base en la norma y en el racionalismo jurídico y, muy especialmente, de la mano de Rousseau y su Contrato Social, del bien común, de la voluntad general expresada en la norma de convivencia, esto es, la Constitución.
10. En política hay que defender el interés general, el bien común, lo que beneficia al mayor número. España y Cataluña se necesitan como proyecto común. La historia demuestra que la suma es mejor que la resta, la unión que la desintegración, la convivencia que el enfrentamiento. Jacques Pirenne lo expresa con claridad en el inicio de su Historia Universal, debemos tener grandeza y perspectiva histórica: «Los periodos ascendentes de la civilización son aquellos que ensanchan los cuadros de la comunidad humana, creando una solidaridad material y moral entre un número cada vez mayor de pueblos […] Los periodos de decadencia son aquellos en que las grandes comunidades se disgregan, en que la sociedad, cual cuerpo muerto, se descompone y disuelve».
Concluyo: no estamos ante un tema menor, nos jugamos parte de nuestro futuro defendiendo lo correcto, que es el interés general, el bien común, el respeto a las normas de convivencia que tanto nos han costado, y defender lo que es de todos. Vayamos con el sentir de los tiempos en el siglo XXI. No volvamos a perder el tren de la historia y ser otra vez la rareza de Europa.
David Ortega es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Rey Juan Carlos.