TEODORO LEÓN GROSS-El País
- El instinto de jugador del presidente le anima a ese riesgo extremo que puede dar para salir despedazado pero también para soñar con la puerta grande
El indulto es una apuesta que para bien o para mal, incluso para peor, tendrá impacto político, institucional, legal, moral y cívico. El instinto de jugador de Sánchez le anima a ese riesgo extremo que puede dar para salir despedazado pero también para soñar con la puerta grande. Hay quien lo compara con el diálogo final de Zapatero con ETA mientras la derecha lo llamaba felón y lo acusaba de traicionar a las víctimas. Lo hace el propio Zapatero. Y sin embrago, hay una diferencia sustancial: este exponía mucho en algo que podía tener un gran beneficio colectivo, en cambio, Sánchez se beneficia comprando su estabilidad. De ahí que se generalice la idea, sugerida por el propio Tribunal Supremo, del “autoindulto”. El oportunismo resulta obvio. El líder de la oposición recordaba, en la última sesión de control, cómo Sánchez defendía antes el cumplimiento íntegro de las penas del 1-O y acabar con la medida de gracia. Ahora desdeña la sentencia a riesgo de ejercer de avalista de la tesis indepe de la venganza del Estado.
El espíritu de la Constitución no sugiere, en modo alguno, la menor complacencia ante quienes trataron de subvertir el orden constitucional con un movimiento secesionista. Esa apuesta política va con cartas marcadas, y además a cuenta de todos. Ahora está por ver que sirva para cambiar la percepción entre los dos millones de votantes indepes, donde hay un 70% a favor, como hay un 70% en contra entre los demás españoles, y por tanto no solo de derechas. El tablero va a ser muy hostil. Y será difícil convertir esta apuesta en un triunfo del Estado, y no una derrota, mientras los indepes defienden el mantenimiento de la hoja de ruta procesista con el delito de sedición, por cierto, ya despejado. Pero Sánchez es un jugador. De alto riesgo.