José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Es cuestión de tiempo que la historia entregue la razón al socialismo dirigente que en octubre de 2016 intuyó que Sánchez no era el líder que necesitaba. Pero quizá sea ya tarde para el PSOE
Está sucediendo en el PSOE lo que en octubre de 2016 supusieron ocurriría muchos dirigentes socialistas que forzaron la renuncia de Pedro Sánchez a la secretaría general del partido: que si el socialismo —como deseaba su entonces líder— formaba Gobierno con Podemos y con el apoyo de los independentistas, la formación podría entrar en un proceso autodestructivo.
Cuando esta crisis sanitaria, económica, social y política que padecemos, de características tan imprevistas como dramáticas, está desatando sus consecuencias, el Gobierno de coalición erosiona a los socialistas de un modo lento pero constante. Todos los temores de Pedro Sánchez expresados entre los meses de abril y noviembre de 2019 se están cumpliendo: su rechazo a los «dos gobiernos», su recelo invencible hacia Pablo Iglesias y su negativa a depender de los independentistas.
En vez de aplicar lo que parecían criterios razonables, Sánchez se desdijo de su estrategia y el 12 de noviembre se entregó, atado de pies y manos, a los adversarios más insomnes del socialismo español. La única compensación consistió en que él retuvo el poder a costa de perder toda su credibilidad, un déficit que ahora está pagando con creces. La palabra del presidente del Gobierno ofrece bajo índice de fiabilidad.
A este caballo de Troya en el Gobierno se suma que su seguridad parlamentaria depende de los humores de ERC y EH Bildu. Mientras hubo capacidad de transacción —antes de la pandemia— existió margen para atenerse al acuerdo que Sánchez firmó con los republicanos. Cuando el Covid-19 cambió el panorama de manera radical, Gabriel Rufián ha reiterado el discurso de la disidencia y abandonado al Ejecutivo en decisiones cruciales: el apoyo a las prórrogas del estado de alarma (25 de marzo y 9 de abril) y a varios decretos leyes con medidas de choque contra los efectos del coronavirus. La situación actual, según el portavoz secesionista, es de «recentralización» y «militarización». Mientras tanto, el secretario general del PSOE pedía a la derecha «unidad y lealtad». Sarcástico.
Por supuesto, tampoco concurrirán los separatistas a la convocatoria para negociar pactos de Estado en los que no cree, con plena seguridad, Pablo Iglesias, y, apenas, el propio Sánchez. Pero será indicativo conocer qué grupos políticos acuden a su convocatoria. La torpeza parlamentaria del presidente y, sobre todo, de Adriana Lastra, portavoz socialista en el Congreso, «volaron los puentes» el pasado jueves con el PP según expresión de un Pablo Casado que sí respaldó la prórroga del estado de alarma.
Mientras que Sánchez y su portavoz arremetían contra el líder del PP y contra la gestión de las autonomías gobernadas por los populares (Madrid, en especial), el jefe del Ejecutivo se expresaba obsequioso con sus pretendidos socios separatistas: ni una crítica, ni un reparo, ni una apostilla a la penosa gestión de la crisis en Cataluña. Nadia Calviño, por su parte, defendía la convalidación de los decretos leyes en la Cámara baja, en tanto que Iglesias aprovechaba para reventar las relaciones del Gobierno con las dos grandes patronales españolas (CEOE y Cepyme) al anunciar de forma improvisada y unilateral la supuesta aprobación de una renta básica puente que ni ha sido negociada con los empresarios ni debatida aún en el Consejo de Ministros. Al mismo tiempo, otros grupos de interés que han orbitado en torno al PSOE, dejaban de hacerlo: el mundo de la cultura volvía la espalda a la Moncloa.
La nomenclatura de ministros del Ejecutivo, por otra parte, no registra en la mayoría de los casos una trazabilidad ideológica socialista ni siquiera en su versión más posmoderna. Muchos son conversos fidelizados por la pedrea del cargo. Junto a este dato de valor explicativo, debe constatarse otro: los titulares de varias carteras son personas ayunas de experiencia en la gestión de los asuntos públicos y faltas de capacitación técnica.
Por fin, el propio partido: el PSOE como estructura es solo un organigrama. Se ha convertido en una plataforma caudillista para sostener el liderazgo de Sánchez. Ni la ejecutiva de la organización ni su comité federal dan pruebas de vida, mientras la relación de la Moncloa con las autonomías socialistas es la mínima imprescindible y sus presidentes incluso detestados por la política gubernamental.
El Gobierno, además, recaba adhesiones norcoreanas a su gestión de los muchos medios de comunicación que zozobran en la tempestad de su miseria financiera. Prensa y propaganda. Y en el colmo de la desestructuración administrativa y gestora, Iván Redondo, director del Gabinete del presidente será el responsable del restablecimiento de la libertad de circulación de los españoles que ha sido inconstitucionalmente suspendida (artículo 19 de la CE) mediante un estado de alarma cuando procedía el de excepción previamente autorizado y sucesivamente fiscalizado por el Congreso.
Y he aquí el último eslabón de la cadena autodestructiva: en un momento crucial, este PSOE, este presidente, este Gobierno, no han sabido resolver la ecuación entre la emergencia y la vigencia del sistema de garantías constitucionales en los términos que este viernes lo denunciaba Manuel Aragón Reyes en ‘El País’, catedrático emérito de Derecho Constitucional y exmagistrado del TC. Es cuestión de tiempo que la historia entregue la razón al socialismo dirigente que en octubre de 2016 intuyó que Sánchez no era el líder que necesitaba. Pero quizá sea ya tarde para el PSOE.