Hermann Tertsch, ABC, 20/7/12
Un país que no quiere ayudarse a sí mismo no merece ayuda de nadie
CIENTOS de diputados alemanes han interrumpido estos pasados días sus vacaciones. Desde sus lugares de vacación, cercanos o remotos, han dejado a las familias y regresado a Berlín para un solo día, mejor dicho, para un solo momento, una votación en el Bundestag. Tan solo faltaron 20 de un total de 669 diputados, se supone que por causas mayores. Y no acudían al Bundestag a Berlín en plenas vacaciones para votar sobre su sueldo ni ventajas para sus electores o circunscripciones. Al contrario, acudían a dar su voto abrumadoramente favorable a un paquete de ayudas financieras a España que está lejos de ser una medida popular entre sus votantes. Estaba claro que habría una firme mayoría a favor de esta ayuda a España. A pesar de que rompe moldes y supone una excepción, muchos creen que un agravio comparativo, frente a las ayudas recibidas por otros países como Irlanda, Grecia o Portugal. Entre democristianos como socialdemócratas no se esperaba más de una docena de votos en contra. Y un puñado de liberales y algún verde. Era por tanto una muestra magnífica de que en todo el espectro político alemán, salvo los irrelevantes comunistas, la ayuda a España goza de un amplio apoyo. Como el compromiso con el Gobierno de Madrid para salir de la angustiosa situación existente. Pero miren por dónde, mientras ese ejército de diputados alemanes que había sacrificado días de vacaciones se aprestaba a acudir al Parlamento alemán a ayudar a España, en una comisaría de Madrid, miembros de la Policía perpetraban un acto de sabotaje al rajar las ruedas de cien de furgones necesarios para mantener el orden de la capital en estas convulsas jornadas. Los líderes sindicales acudían a una de esas cadenas de radio dedicadas a la agitación griega. Y ponían en duda la legitimidad del Gobierno democrático y del Parlamento. Y grupos de la izquierda abandonaban el hemiciclo en vez de votar en contra, para darle más énfasis a su desautorización de las decisiones democráticas que se tomaban. Y pedían que se retiraran las medidas de seguridad en torno al Parlamento, mientras agitaban una movilización en la que cada vez aparecen más elementos agresivos y más llamadas a la «ocupación del congreso» con el acoso necesario para disolver, dicen, el Parlamento. Todo esto sucede entre virulentas llamadas a que «arda la gasolina de la calle», se amenace al ministro de Hacienda desde el escaño o el jefe sindicalista socialista de Madrid, uno de los peores indeseables del sindicalismo patrio, declare que ha comenzado la guerra. Es evidente que cierta tropa de las organizaciones parasitarias sindicales es capaz de cualquier cosa. Y que el hecho de que los partidos de izquierda en el Parlamento lleven meses sin condenar el uso de la coacción sistemática y la violencia en las manifestaciones no es mero resultado de un olvido. Viendo el espectáculo que damos hay que dar las gracias de que los diputados alemanes estuvieran de vacaciones. Y probablemente no lo hayan seguido con demasiada atención. De lo contrario, nadie podía haberles culpado de haberse quedado en la playa y haber tumbado el paquete de ayuda a España. Un país que no quiere ayudarse a sí mismo no merece ayuda de nadie. Mientras allí se reunían para ayudarnos, aquí todas las energías estaban volcadas en nuestra automutilación. Con los grandes adalides de lo peor encabezando la revuelta a favor de la miseria. La diferencia que marcaban ayer Bundestag y el Congreso explica lo que es uno y lo que es otro. Dónde está uno, dónde está el otro. Y por qué el uno es lo uno. Y el otro es lo otro.
Hermann Tertsch, ABC, 20/7/12