Antonio Casado-El Confidencial
- Aznar y el socialista Lambán coinciden por separado en una firme defensa del constitucionalismo
Me remito a un reciente artículo de Manuel Cruz, expresidente del Senado, antes de meterme en el jardín de relacionar hechuras políticas tan diferentes como la entrevista de José María Aznar en El Mundo y el discurso de Javier Lambán en un acto de los socialistas aragoneses al que asistía el presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez.
El artículo se acaba de publicar en la revista Letras Libres y se titula «Neorrancios vs. veteroprogres». Nueva entrega de su doctrina sobre «El adanismo, como enfermedad infantil del narcisismo» (La Vanguardia, 28 enero 2023). Un severo alegato contra los jóvenes que «impugnan todo aquello que no surge de ellos mismos, despreciando y marginando las ideas y el pensamiento de quienes les precedieron».
Imposible no referirse también a los artículos del académico Juan Luis Cebrián en El País o a las objeciones furtivas de Felipe González contra la deriva sanchista del PSOE, antes de constatar la ligereza con la que tan venerables figuras del socialismo democrático (un roji-pardo del periodismo y otro de la política) son ignoradas por quienes, «desde el desierto ideológico en el que acampan» —escribe Cruz—, desdeñan el pasado y se atribuyen la exclusiva de lo nuevo. Se creen los únicos capaces de inventar el futuro y despachan con la acusación de «facha» (la Constitución fue una prolongación del franquismo) cualquier planteamiento anclado en la transición, que viene a quedar estigmatizada por ser una vuelta a un pasado «en blanco y negro».
Algo tienen en común las declaraciones de Aznar, el discurso de Lambán, los artículos de Cebrián, la disidencia antisanchista de García-Page, los latigazos radiofónicos de García Margallo a Iglesias Turrión y el pensamiento oculto de un González incapaz de hacer daño a su partido. Todos ellos pertenecen a la generación de la transición y ese algo es la defensa del constitucionalismo, en su letra y en su espíritu, hechos para favorecer la concordia y huir de la confrontación.
Justo al revés de lo que está ocurriendo en la España de Sánchez, muy condicionada por una ecuación de poder en la que se alojan jóvenes partidarios de una España republicana y plurinacional. No más ni menos jóvenes que otros de la misma generación que defienden la España monárquica de soberanía nacional única e indivisible. Habría que ver quiénes son los que añoran el pasado. ¿Dónde encajaríamos, por ejemplo, el grito de Ana Iris Simón, que envidia la vida de sus padres cuando tenían la edad que tiene ahora la joven escritora? (Bah, una veteroprogre). Desde las páginas de El Mundo, el expresidente del Gobierno y líder histórico del PP, José María Aznar, denuncia obsesivamente (lo repite tres o cuatro veces a lo largo de la entrevista) que vamos hacia un cambio de régimen si las urnas del 3 de diciembre no sacan a Pedro Sánchez de la Moncloa. Y añade que eso solo lo puede evitar el PP.
Por supuesto que, en año electoral como estamos, la admonición de Aznar es una forma de inducir el voto a Núñez Feijóo. Pero, después de constatar que el expresidente está en las antípodas ideológicas del socialista Javier Lambán, presidente de la comunidad autónoma de Aragón, reparemos en lo que este fin de semana dijo delante de su jefe político: «Por encima del partido está España». No solo. Además, se ofreció como «garante de la unidad de España y de la aplicación de la Constitución frente a las tentaciones centrífugas de vascos y catalanes».
A los añorantes de un pasado republicano y centrifugador del vigente orden institucional —o sea, seguidores de UP— los califica Lambán de «cínicos» y «extravagantes», a pesar de que gobierna con ellos en la comunidad. A ver si al final la aversión al pasado de los socios y costaleros discontinuos de Sánchez acaba siendo el mejor pegamento para que la defensa del constitucionalismo no reconozca la frontera entre el que gobierna y el que aspira a gobernar.