La balsa de piedra

Ignacio Camacho-ABC

  • La Península desgajada del continente, como si una guillotina gigantesca hubiese segado sus vínculos con la Unión Europea

Saramago estaría satisfecho. La ‘excepción ibérica’ respecto a la intervención de precios del gas representa la materialización -en clave prosaica, eso sí- de su metáfora sobre ‘la balsa de piedra’. La Península desgajada del continente, a la deriva en el Atlántico como si una guillotina gigantesca la hubiese tajado por los Pirineos para convertirla en una isla energética. Que en cierto modo lo es porque los gasoductos que suben el hidrocarburo de Argelia acaban en la frontera francesa y su continuidad necesita una inversión que hasta el momento cuenta con la oposición de la vicepresidenta Ribera. Sánchez y Costa, éste de forma más discreta, exhiben con triunfalismo la autorización de Bruselas para desacoplar durante un tiempo el gas de la factura eléctrica, pero en realidad se trata de una anomalía, una rareza que tal vez resuelva a corto plazo un problema a cambio de aflojar los pernos de cohesión política y económica que nos sujetan a la Unión Europea. Un paso de aislamiento que tendrá consecuencias.

Ambas naciones se felicitan, en este caso con motivo, de no depender de Rusia para el abastecimiento gasista. Portugal compra sobre todo a Nigeria y la demanda de España la garantiza en buena medida la conexión argelina. El resto lo aprovisiona Estados Unidos gracias al excedente que le proporciona una técnica, la de fracturación hidráulica, que en nuestro país está prohibida. No regulada, no: directamente abolida en la ley del Cambio Climático aprobada hace un año por el Gobierno sanchista. Existen en nuestro subsuelo yacimientos con reservas para cuatro décadas según los estudios del Colegio de Ingenieros de Minas, pero nos hemos permitido renunciar a esa posibilidad de autonomía. Al igual que con las nucleares, preferimos mantener la virginidad ideológica acudiendo a un mercado que, como es lógico, aprovecha las situaciones críticas para vender más caro. La izquierda ecologista recupera sin saberlo el orgulloso ramalazo del «que inventen ellos» unamuniano. Ellos inventan, investigan, invierten, y nosotros compramos sin mirar el desequilibrio de la balanza de pagos. Nueve mil millones en importaciones de gas el último año. Los principios socialdemócratas nunca reparan en gastos.

Y ahora, a presumir de particularismo celtibérico. Somos especiales y esos quisquillosos europeos no tienen más remedio que reconocerlo. Nos dan tratamiento de pobres y estamos contentos. Ya se puede intervenir por decreto. Aunque la excepción suponga una constatación expresa de debilidades y vaya acompañada de la advertencia de que se trata de un error grave, que además no saldrá gratis porque habrá que hacerse cargo de la diferencia con los costes reales. Lo importante es haber logrado un estatus de caso aparte. La balsa navega a su aire. Y la Unión la mira alejarse con cierta condescendencia arrogante hacia sus voluntarios náufragos peninsulares.