IÑAKI EZKERRA-El Correo
- Se pueden y se deben denunciar los alardes de oportunismo autoritario del Gobierno sin caer en un error de diagnóstico que los magnifique
Me pasó hace unas pocas semanas. Alguna lucubración me llevó a escribir en el buscador de Google la expresión «golpe de Estado» y lo que me encontré en la pantalla de mi ordenador fue algo que me inspiró verdadero desasosiego: una insospechada avalancha de informaciones relacionadas con España. Donde no era alguien de Vox el que acusaba al Gobierno de intentar dar un golpe de Estado aprovechando la pandemia, era una voz del propio Gobierno la que acusaba a Vox y, por extensión, a toda la derecha de pretender otro tanto. A esas alusiones se añadían las relacionadas con el desafío secesionista en Cataluña: también allí se había producido un golpe de Estado. La guinda apocalíptica la ponía el titular de un digital que tenía como fuente informativa a la gran estrella emergente del marujeo internacional: «Corinna dice que Juan Carlos fue objeto de un golpe de Estado por parte de la Reina Sofía y de Rajoy».
La impresión que podía causar en cualquier lejano observador extranjero ese abrumador número de referencias golpistas relacionadas con nuestro país era de que los españoles nos hallábamos enzarzados en un conflicto armado y poco menos que matándonos unos a otros como en ‘La riña a garrotazos’ que pintó Goya, cuando la paradoja que define la actual situación española es la de una espectacular paz social.
Sí. Ya sé que los algoritmos de búsqueda se encuentran preadaptados a los datos de ubicación del usuario y que, escribiendo las mismas palabras en la casilla de un motor de exploración, no salen las mismas noticias en mi pantalla que las que le salen a un internauta de Madagascar, pero aun así, resulta previsible que muchas de esas atosigantes y tóxicas referencias recorran el planeta y el hecho no deja de ser tan inquietante como causante de un inmenso perjuicio para nuestra imagen nacional y para aspectos tan sensibles como la inversión o el turismo. Es esta obviedad la que hace desaconsejable la banalización del golpismo a la que asistimos y la que debe imponernos un mínimo rigor a la hora de denunciar los abusos, desviaciones y desmanes en quien ejerce el poder o en el adversario político. Precisamente porque tenemos un Gobierno que ha adoptado, como una estrategia de control, intimidación y marcaje, el zarandeo a todas las instituciones que representan y garantizan nuestro sistema de libertades (el poder judicial, la Guardia Civil, la Corona…) debemos evitar los excesos retóricos en la advertencia de ese hecho, más aún cuando dicha estrategia tiene como uno de sus objetivos la creación de un simulacro convincente de cambio, de una hiperrealidad reformista que, ciertamente, juega de manera temeraria con las estructuras del régimen del 78 a las que una y otra vez amaga con desmontar.
Lo que se pretende, en fin, es pasar de lo virtual a lo fáctico en la medida en que la sociedad, sus referentes públicos y altavoces mediáticos lo permitan tomando como verosímil lo que es un truco de ilusionismo. De este modo, recurrir a la figura y al concepto inexactos del ‘golpe de Estado’ en la denuncia de esas maniobras efectivamente graves resulta ineficaz e incluso contraproducente. La hipérbole juega a favor de esa estrategia. La alimenta en vez de delatarla y desmantelarla.
Sin duda, es fácil caer en esa ausencia de matices y en esa trampa de lenguaje cuando son los propios actores del Gobierno Sánchez (Sánchez incluido) los que en sus atropellos virtuales y reales buscan premeditadamente similitudes con los episodios menos felices de nuestra Historia y cuando los guiños al secesionismo, al totalitarismo comunista y a los herederos del terrorismo dejan de ser puramente escénicos y se traducen en políticas efectivas así como en una burla más que simbólica a la división de poderes. Se pueden y se deben denunciar esos alardes de oportunismo autoritario sin necesidad de caer en un error de diagnóstico que los magnifique. Y es que de ahí al golpe de Estado queda un gran trecho.
En el caso del desafío secesionista en Cataluña, ha llegado a convertirse en un lugar común del discurso constitucionalista la denuncia de una «política golpista» que, paradójicamente, tiene un efecto magnificador contrario al que se busca porque halaga a los transgresores. Por mucho peso que tenga, la catalana es una de las 17 autonomías españolas y a todas éstas no llegan por ahora las consecuencias extravagantes del ‘procés’.
Para ser precisos, de lo que habría que hablar es de un ‘Gobierno en rebeldía’ porque a la hora de la verdad el golpismo es una licencia literaria que no tiene una tipificación penal, con lo cual la expresión hiperbólica actúa como un eufemismo a efectos legales. La rebelión, en cambio, sí apela al delito grave que, curiosamente, los artífices del 1-O han logrado esquivar. Buena lección para que se nos deje de ir la fuerza por la boca.