- Las risas, o son para todos o acaban siempre dando a los mismos. Y entonces se convierten en canallada
Me he dedicado no pocos años al humor, concretamente a la sátira política. Tres años en ‘La Bisagra’ con Sardá, seis con Del Olmo escribiendo e imitando en mi añorado ‘El Jardín de los Bonsáis’, trece en COM Radio, un par de programas de televisión y numerosos artículos y libros dan fe. Mejor o peor, que esto debe decirlo la gente. Pero siempre he mantenido dos normas. Primera, no todo vale en el humor. Jamás bromas sobre el Holocausto, terrorismo, enfermedad o vida privada. Segunda, tratándose de política, les das a todos o no le das a nadie. Gracias a esto he conseguido que todos los partidos me miren de reojo. Ahora, los modernísimos se meten en todos los terrenos anteriormente citados. Es una vuelta al chiste de la viejecita que se cae, del caca culo pedo pis, de escupir siempre hacia abajo pero jamás hacia arriba, en fin, de meterse solo con lo que sabes que no ha de darte problemas con el pijo progresismo. Que ese politburó de la fingida comedia viva como aquellos que critica, a saber, como unos pachás, sería lo de menos. Propietarios de productoras que explotan a sus trabajadores, killers capaces de quitar de en medio al que consideren que les hace sombra, aduladores del poder que venden el alma con tal de tener un programa. El humano es un hipócrita que se encubre, decía Demócrito.
Lo malo es cuando pretenden sentar cátedra y entrar en el juego de «Eso no lo he dicho», «Se han sacado mis frases de contexto» o «Mira quién habla, facha». Que eso lo diga el ministro Escrivá, que flor que toca la deshoja, as usual. Que lo digan esos magos del humor que afirman ser estalinistas, que cierta ministra podemita tiene el coño como la mesa ante la que están sentados, que sería estupendo tener un novio judío porque nunca cocinan nada al horno o que se suenan los mocos con la bandera de España pero no tienen pelendengues para hacerlo con una estelada define el panorama. Puro descampado intelectual, pura inanidad ideológica, puro martilleo de las consignas políticamente correctas. Igual que cuando los censores de Franco dictaban las editoriales de los diarios. ¿Qué más dará ser millonario gracias a un patrimonio inmobiliario fabuloso o haber amasado una fortuna chalaneando con los derechos del fútbol para luego ser arietes contra el capitalismo, la monarquía, la constitución y la derecha?
En tiempos de banalidad es normal que a los banales se les haya hecho un altar. Sus bromas están teñidas por la arrogancia de quien se cree en posesión de la verdad, olvidando que su única función es hacer reír
Sé que el humorismo, más en un país como el nuestro en el que todo el mundo se da por aludido, es difícil. Y que, como dijo Moratín, el amargor de la verdad a veces debe disimularse con chistes. Pero una cosa es la inteligencia que desplegaban, por ejemplo, revistas como La Codorniz, Por Favor o El Papus para llamar a las cosas por su nombre en épocas mucho más duras y otra decir que te gustaría que una menor te hiciera una felación, que determinada líder autonómica está loca, que aquel otro es un cocainómano. Todo tiene un límite en la vida. Se llama inteligencia y, si me apuran, decencia. Los que detentan ese autoproclamado monopolio de la gracieta tienen potestad para decir barbaridades, arrepentirse después y aquí no ha pasado nada. Y el poder para organizar su Armada Invencible contra quien les señala con el dedo del sentido común y el respeto a las desgracias ajenas.
En tiempos de banalidad es normal que a los banales se les haya hecho un altar. Sus monólogos, sus bromas, sus gags, están teñidos por la arrogancia de quien se cree en posesión de la verdad, olvidando que su única función es hacer reír con ingenio y profesionalidad. Punto. Ellos piensan, por el contrario, que están avanzando en la lucha contra el capitalismo, el heteropatriarcado, la industria armamentística, el desgaste eólico, los retrasos de Vueling o el bróquil hervido. Bueno. Cada uno es muy dueño de tener los delirios que quiera. Pero lecciones, ni una, que aquí nos conocemos todos. Dejen que añada algo que dijo Menéndez Pelayo: «El verdadero humorismo exige un espíritu poético, capaz de elevarse a la libertad y a la filosofía y dotado, no de un gusto vacío, sino de una manera más alta de considerar el universo».
Comprenderán por lo anteriormente dicho que en la polémica entre Girauta y un tal Quequé -¿qué de qué?-, cómico de plantilla de Movistar, plataforma asilo, cobijo y refugio de esta fauna, yo me sitúe firmemente al lado de mi querido hermano Juan Carlos. Que, por cierto, posee un sentido del humor fundamentado en la ironía de Chesterton, por vía de ejemplo. Si es que comparar es ofender.