La bandera del revés

Ignacio Camacho-ABC

  • La ausencia de contrapartidas al volantazo sobre el Sahara demuestra que Sánchez ha cedido mucho y Mohamed VI nada

Todos los gobiernos españoles tienen la obligación de llevarse bien con Marruecos. Y no resulta fácil porque su capacidad de desestabilización es notable, sobre todo mediante la táctica de control/descontrol de los flujos de emigrantes. De hecho una buena parte de sus relaciones con nuestro país están basadas en el chantaje. Para conservar un ‘statu quo’ aceptable se necesita una diplomacia diligente y hábil reforzada por servicios de información eficaces, así como la certeza pragmática de que ante muchos de los desafíos marroquíes conviene conformarse con un empate, un equilibrio que mantenga la convivencia sobre la base de una especie de tensión estable a sabiendas de que las fricciones van a seguir siendo constantes. Lo que quizá no sea imprescindible, por más que a veces las razones de Estado obliguen a tragarse algunos sapos, es humillarse ante desprecios protocolarios como el de recibir a una delegación de alto rango con la bandera de los visitantes boca abajo, gesto que en un régimen de simbolismos tan estudiados tiene más visos de tratarse de un agravio que de un fallo.

De un modo u otro, la cena del jueves en Rabat escenificó la posición subalterna de España. La ausencia de contrapartidas específicas al cambio de criterio sobre la autodeterminación del Sáhara demuestra que Sánchez ha cedido mucho y Mohamed VI nada. Al jefe de una monarquía semiteocrática le importa bien poco que la decisión española carezca de autorización parlamentaria; le basta y le sobra con que la haya tomado quien podía tomarla. Allí lo tenía delante, con actitud incómoda y mirada baja. Habrán mediado o no los Estados Unidos; constituirá o no una solución realista a un problema geopolítico que amenazaba con cronificar el conflicto; será sincero o postizo el enfado argelino y tendrá o no repercusiones sobre el suministro gasístico. Lo único claro es que al cabo de casi medio siglo el presidente le ha acabado dando la razón al vecino. En nuestro nombre pero sin pedirnos permiso. Y que ha ido a decírselo en persona con la cintura aún descoyuntada por el giro. Lo demás es susceptible de debate pero eso es objetivo.

Y sí, es mejor tener al sultán satisfecho que descontento. La cuestión es el precio. El documento firmado no dice nada concreto más allá de los clásicos pronunciamientos de buena voluntad y mutuo respeto a los lazos fraternos. La impresión es que España sólo ha comprado -alquilado, más bien- un poco de tiempo a cambio de un verdadero volantazo estratégico. Marruecos se ha limitado a volver donde estaba antes de que Sánchez ordenara dar al líder polisario la asistencia hospitalaria que le había negado Alemania. Fronteras abiertas para que la delegada en Melilla vuelva a tener ‘muchacha’, y se supone -porque escrito no está- que menos presión migratoria sobre la valla. Y la bandera del revés bien colocada para que se viese en el tiro de cámara.