Jesús Cacho-Vozpópuli
“Las malas decisiones que tomó el Gobierno Zapatero en política energética en general y renovables en particular lo hacen responsable de una gran parte del elevado coste de la energía en España. No se pueden crear falsas expectativas. El país le debe exigir a este progresismo la obligación de la competencia profesional. Hacer bien las cosas. Esto no es un patio de colegio. Para elaborar una ley hay que pasar una serie de trámites. Hay que hacer los números 40 veces. Esto es largo y difícil”. La frase pertenece a Jordi Mercader (entrevista de Martí Saballs en El Mundo, miércoles 31 de marzo), expresidente del INI con el Gobierno de Felipe González. Antes había sido presidente de la Empresa Nacional Bazán y después lo sería de Aguas de Barcelona, además de vicepresidente de La Caixa y Repsol, entre otras cosas. Ingeniero Industrial y master en Economía y Dirección de Empresas por el IESE, Mercader pertenece a una generación de servidores públicos (con la UCD de Suárez, el PSOE de Felipe o el PP de Aznar) caracterizada por un brillante currículum y una eficaz ejecutoria profesional. Un tipo a quien confiar la dirección de cualquier empresa o incluso la presidencia de un país, que apunta con esa frase al Gobierno Sánchez donde más le duele: la falta de competencia profesional del actual Ejecutivo.
No es ideología (que también); es incompetencia. Es la falta de capacidad para gestionar de gente con una formación académica mediocre, con una licenciatura en Derecho, en Políticas o en Psicología en universidad pública, en el mejor de los casos, o con un bachillerato mal digerido, en otros. Gente que se sienta en el Consejo de Ministros sin haber competido nunca en el sector privado, sin tener la menor idea de lo que es una cuenta de resultados (incluido el presidente), sin haber pagado jamás la nómina de una pequeña pyme. La ignorancia salpimentada de soberbia explica cosas como la reciente Ley de Nueva Normalidad aparecida en el BOE este miércoles, que ha endurecido el uso de las mascarillas incluso cuando uno está en lo alto de un monte o en una playa desierta. Que a una ley sanitaria se aluda desde el Gobierno con el orwelliano apodo de “Ley de Nueva Normalidad” predispone ya al personal a esperar cualquier barbaridad o sinsentido, cualquier atentado a esos derechos individuales hoy tan conculcados en España, en línea con la frase atribuida a Cicerón según la cual “cuanto más se acerca el colapso de un imperio, más locas y arbitrarias son sus leyes”. La medida es tan disparatada que apenas unas horas después de publicada ha obligado a sus mentores a dar marcha atrás con la creación de “una mesa técnica para interpretar esta ley” (sic).
Ridículo espantoso, al que es proclive una tropa caracterizada por su falta de conocimientos, que se enfrasca en la torpe manufactura de una ley que no se va a cumplir, como tantas leyes de este bendito país dado a regularlo todo con la idea preconcebida de no cumplir nada. Exceso regulatorio del que se deriva su masivo incumplimiento. Éxtasis legal del que se sigue el desprestigio de la ley. No es ideología, es ineptitud. Pero el baile continúa. La minicrisis provocada por la salida de Iglesias del Gobierno nos ha traído el ascenso de la ministra de Trabajo a la vicepresidencia tercera. Desde su nuevo puesto, Yolanda Díaz quiere impulsar la definitiva derogación de la reforma laboral, el sueño líquido de sindicalistas y comunistas, perdón por el oxímoron, la única reforma, si bien incompleta, en el haber del triste Gobierno Rajoy, y ello cuando Bruselas acaba de enviar a Madrid un aviso muy serio en contrario. El vicepresidente europeo Valdis Dombrovskis, en efecto, ha recordado esta semana al Gobierno que la reforma integral y ambiciosa del mercado laboral es prioridad absoluta si nuestro gran timonel quiere desbloquear los 140.000 millones –él se conforma con los 72.000 gratis total- asignados a España previa presentación de un Plan de Recuperación que deberá ser evaluado por la Comisión y ratificado por los 27 parlamentos de la Unión.
De modo que Bruselas quiere más reforma laboral -más profunda-, no menos. Pero ellos/as son así. Simple fachada. Y mucho descaro. “Es amable de trato”, describe a Díaz un personaje de CEOE que la conoce bien, “pero cuando hablas con ella y rascas un poco no hay fondo de ninguna clase: todo es pura ideología”. Ideología y sectarismo rancio es la característica de la nueva ministra Ione Belarra, de cuyo currículo es imposible destacar algo que no sea el haber sido compañera de pupitre en la facultad y amiga íntima de Irene Montero, además de destacada activista de Podemos. Treinta y tres años de edad y seis en el Congreso. Fin de la historia. Su biografía dice que “antes de embarcarse en este proyecto era investigadora en formación y realizaba una tesis doctoral sobre experiencias migratorias, género y movimientos sociales”. Lo típico en Podemos, vamos. Nula preparación y experiencia profesional para gestionar una mercería. La nada más absoluta.
Imposible reclutar deliberadamente un Ejecutivo de gente tan mediocre, intelectual y profesionalmente, como este. ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí?
La mujer que es escaparate de este Gobierno, su cara más amable, su currículum más presentable, la bella y educada Nadia Calviño, nos obsequió esta semana con uno de esos episodios capaces de arruinar cualquier biografía. Y definir cualquier Gobierno. Arreglada y contenta, Nadia grabó (leyó en un ‘teleprompter’) el miércoles, recién vuelta de La Zarzuela donde acababa de jurar su nuevo cargo de vicepresidenta segunda, un mensaje desde su despacho. “Llevo casi tres años formando parte del Gobierno de España con una agenda progresista, feminista y europeísta, de transformación del país, de impulso de una economía más sostenible e inclusiva (…) Las prioridades del Gobierno están claras. En primer lugar seguir acelerando el proceso de vacunación (…) En segundo lugar, continuar asegurando la estabilidad financiera internacional”. Así, de sopetón, la “estabilidad financiera internacional”, literal, y uno se queda pasmado, como si le hubiera dado un aire, porque lo único que tendría que asegurar Nadia, teniendo en cuenta el recordatorio que el Banco de España le acababa de dejar en el alfeizar de su ventana (la deuda pública cerró 2020 en 1,35 billones, equivalente al 120% del PIB), es el rescate financiero que España necesitará en cuanto estalle una crisis de deuda cada día más cercana. “Muchas gracias al presidente Sánchez”, concluyó Nadia.
Esto no tiene remedio. Es “la barbarie de la ignorancia” que decía Georges Steiner. Imposible reclutar deliberadamente un Ejecutivo de gente tan mediocre, intelectual y profesionalmente, como este. ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿Cómo explicar la devaluación de nuestra clase política, a derecha e izquierda? “En los ochenta había vocación de servicio”, explica Mercader en la entrevista de El Mundo. “A los altos puestos de la Administración se llegaba dispuesto a llevar a cabo un trabajo con un desgaste personal tremendo. Había un colectivo que tenía la ilusión de que en este país haríamos algo nuevo e importante. En esos años todo era muy complicado. Estábamos dispuestos a soportar esas batallas y ganarlas”. Todo eso ha desaparecido por el albañal de una sociedad dispuesta a exigir derechos sin someterse a obligación alguna.
Pero un Gobierno muy feminista, eso sí. Tan feminista que nuestro Hugh Hefner se exhibió en las escalinatas de Moncloa, gallo rodeado por sus gallinas, para presumir de vicepresidentas, en una más de sus impúdicas exhibiciones de machismo a palo seco. Y todo el mismo día en que una durísima sentencia judicial ponía a su ministro del Interior, Grande-Marlaska, en el disparadero de una obligada dimisión de honor si el caballero conociera lo que tal vocablo significa. “No podemos concluir más que el motivo de la decisión discrecional de cese [del teniente coronel Pérez de los Cobos] era ilegal”, afirma el juez, “en tanto que estuvo motivado por cumplir con lo que la ley y el expreso mandato judicial ordenaban tanto a la UOPJ como a sus superiores, no informar del desarrollo de las investigaciones y actuaciones en curso; lo que, entre otras cosas, podría haber sido constitutivo de un ilícito penal”. En otras palabras, que Pérez de los Cobos fue castigado por cumplir la ley. Es el tenor de un Gobierno que ha degradado la ya de por sí feble democracia española hasta convertirla en un guiñapo.
El 4 de mayo tenemos la primera oportunidad para ir construyendo algo distinto. Complicado ilusionarse viendo el panorama político a derecha e izquierda, pero obligado
Mientras tanto, el pequeño Marlaska, el demócrata de la “patada en la puerta” dispuesto a acabar con la inviolabilidad del domicilio, sigue acercando a los criminales de ETA a su lugar de origen. El último, en plena Semana Santa, ha sido García Gaztelu, alias Txapote, el asesino del concejal Miguel Ángel Blanco. El jefe de la banda sigue pagando los peajes a que está obligado por los lugartenientes (Rufianes, Oteguis y Cía.) que le sostienen en la peana de Moncloa, agrandando así día tras día la herida por la que sangra esta España maltrecha, ese “pedazo de pan seco”, como la describieron algunos intelectuales europeos en los años treinta, esa “pobre España, dolorida España, aquejada de la locura de la inmortalidad” que escribiera Thomas Mann, esa España silente que en su cuesta abajo ha sido capaz de elevar a la presidencia del Gobierno a un aventurero sin escrúpulos. Después de la sentencia hemos sabido, lo contó aquí Alejandro Requeijo, que la decisión de cesar al militar no se tomó en Interior, como cabía imaginar, sino en Moncloa. Y lógicamente con conocimiento de Sánchez y muy probablemente a iniciativa suya. Este es el pájaro que motivó una moción de censura con el argumento de que no podía soportar el hedor de la corrupción del Gobierno Rajoy.
Alguien ha dicho que el lamentable estado por el que atraviesa nuestra democracia no se debe tanto a las órdenes que imparte la minoría que maneja el BOE, como al silencio cómplice de la mayoría que asiente. Los españoles de bien, que son legión, están obligados a reaccionar. Como decía el mencionado Steiner, obligados “a dejar la casa en la que estamos invitados un poco más rica, un poco más humana, un poco más justa, un poco más bella que como la encontramos. Creo que esa es nuestra misión, nuestra tarea”. Pero esto, digámoslo una vez más, no tiene más salida democrática que las urnas. El 4 de mayo tenemos la primera oportunidad para ir construyendo algo distinto. Complicado ilusionarse viendo el panorama político a derecha e izquierda, pero obligado. Se trata de negarse a aceptar la “nueva normalidad». Y empeñarse en salir del fango, simplemente para poder respirar.